Diversas son las teorías del origen del Carnaval: Desde las festividades en honor a Baco (dios romano del vino), que llevaría a las teorías que lo remontan a la Sumeria y el Egipto antiguos, hace más de 5.000 años, con celebraciones muy parecidas. Hasta la teoría del historiador y erudito del siglo XIX, Jacob Burckhardt, quien propuso la idea de que el vocablo «carnaval» deriva de la expresión carrus navalis, usada para designar una procesión de máscaras que culminaba con la botadura de una nave de madera decorada con ofrendas florales en honor a la diosa Isis; se realizaba, todos los años, a primeros de marzo como símbolo y apertura de la temporada de navegación. Esta celebración romana, quizás procedente de Egipto, formaba parte de las festividades de la Navigium Isidis (Nave de Isis) y habría quedado como resto de la Antigüedad en el carnaval moderno a pesar de las persecuciones cristianas sobre los paganos del siglo IV. Esta teoría es sustentada hoy en día por numerosos estudiosos e investigadores. Así, pues, parece innegable que el origen de esta celebración está directamente vinculado (le pese a quien le pese), según multitud de historiadores, a fiestas paganas.
A comienzos de la Edad Media, la Iglesia católica propuso una etimología de carnaval: del latín vulgar carnem-levare, que significa ‘abandonar la carne’ (lo cual justamente era la prescripción obligatoria para todo el pueblo durante todos los viernes de la Cuaresma).
Para deleitarnos un poco más con el espíritu de este festejo, recordemos cómo, en Venecia en el siglo XVIII, era esta una festividad en la que se conjugaba “el sentido de liberación, el gusto de no ser uno mismo, de olvidar el rango y la familia, y soñar con una vida distinta, más bonita” y en la que podía verse cumplido ese sueño tras esos “trajes unisex que ocultaban el sexo y la condición social, subvirtiendo de este modo el orden social”. (Taschen)
El abandono de la carne romántico
El “abandono de la carne” también se da en el amor romántico cuya cualidad primordial parece está asociada con, pero no requiere, atracción sexual. Todo apunta a que el término “romance” se origina en el ideal medieval de la caballería como se establece en su literatura de romance caballeresco. Este otro abandono de la carne viene a colación de la otra festividad de este mes: San Valentín. Día que comenzó como festividad de los enamorados, ampliándose, con la globalización, al Día del amor y la amistad.
Quizá sea la leyenda de San Valentín el primer guijarro puesto en la montaña que se ha ido alimentando sobre la idea del amor romántico. Este buen hombre, frente a la prohibición del emperador Claudio II de la celebración de matrimonios de jóvenes soldados –pues creía que los solteros estaban en mejores condiciones físicas y emocionales para luchar en el campo de batalla–, decidió hacer ceremonias matrimoniales en secreto. Hasta que sus hazañas llegaron a oídos del emperador, quien le condenó a muerte.
Según la leyenda, San Valentín se enamoró de la hija ciega del carcelero, llamada Julia. Durante el tiempo que el sacerdote estuvo en prisión se produjo el milagro y Julia recuperó la vista. La muerte de San Valentín tuvo lugar el 14 de febrero del año 270 después de Cristo. Posteriormente, en el siglo V, el Papa Gelasio I declaró esta fecha festividad cristiana, eliminando así del calendario romano la festividad pagana de las Lupercales, que se celebraba un día después, el 15 de febrero. Otra fiesta pagana que se agenciaron… Grrrr.
Respecto a esto, señalaremos cómo, el escritor y filósofo, Denis de Rougemont afirma que la cultura occidental, a través de su lírica, nos ha venido presentando un modelo amoroso que presupone el gusto por las desgracias, por los amores imposibles (Tristán e Isolda, Romeo y Julieta), así como la hiperidealización del amor y de la persona amada. De tal forma es que el amor feliz venía a no tener historia, y solo el amor amenazado y condenado se consideraba digno de novelar y llevar al campo cinematográfico. “Lo que exalta el lirismo occidental no es el placer de los sentidos ni la paz fecunda de la pareja, no es el respeto y el conocimiento del otro, sino el amor como pasión sufriente.”
“El mito del amor pasional fue una construcción de Occidente. En Oriente y en la Grecia contemporánea de Platón el amor es concebido como placer, como simple voluptuosidad física. Y la pasión, en su sentido trágico y doloroso, no solamente es escasa, sino que además, y sobre todo, es despreciada por la moral corriente como una enfermedad frenética.
Mientras que en muchos países los matrimonios son concertados previamente, en nuestras sociedades, la base de una institución social básica, la familia, se fundamenta en el amor romántico. (…) Lo que no parece que aprendamos es que el amor novelesco triunfa sobre gran cantidad de obstáculos, pero hay uno contra el que se estrellará siempre: la duración. Racionalmente, sabemos que la pasión y el deseo se acaban, que la vida en común es complicada e implica una negociación constante, que la convivencia transforma irremediablemente el deseo; sin embargo, vivimos aún en la idea del mito del amor-pasión que ha generado y genera un prototipo de relación. Sabemos que el amor es una cosa pero fantaseamos con otra: un amor eterno, único y permanente en el tiempo”. (Pilar Sampedro.)
Y entremedias… ¡Se nos coló Cupido!
Como símbolo actual del amor tenemos no solo a San Valentín, del que ya nadie se acuerda apenas si no fuera porque la festividad lleva su nombre, pero del que sí nos acordamos todos es de ese “angelito” que va cargado de flechas: Cupido. Este angelote tuvo una vida amorosa de lo más curiosa. Desde su affair con Himeneo (del cual proviene no solo la palabra “himen” sino también la de “himno”), al sufrimiento que produjo a Ninfea, la cual después de verse atravesada por una de sus flechas –que en principio iba dirigida a otra–, “experimentó un ardor desconocido que la consumía. Se debatió entonces entre un deseo ciego y el pudor. Maldijo las leyes austeras y amargamente se quejó del yugo que le imponía la necesidad”. (Wikipedia: Cupido.) ¿Quizá esta víctima de la flecha de Cupido les traiga a la mente la palabra “ninfómana”?
Hasta su relación con Psique (término vinculado al alma, o a cualquiera otro principio similar que, tras la muerte del cuerpo, se desvincula de este; también espíritu). Relación la cual, tras muchas idas y venidas, finaliza con la elevación de Psique a deidad inmortal.
Sea como fuere nadie quedaba intacto a las flechas de Cupidito, quien parece tiene el don de aportar algo más que amor: enseñanza de uno mismo, y es que quizá sea en la conjugación de todas sus experiencias de las que tengamos que aprender aquello que se señalaba antes: que el amor aunque pueda partir de una idealización del otro, después pasa (o debe pasar) a convertirse en un cariño y respeto que apuesta por ese compañer@ que elegimos, y si esa apuesta se ve perdida,pues el devenir de los aprendizajes de cada cual pueden llevarnos a distintos caminos, pues tampoco pasa nada, se puede quedar como amigos para siempre will you always be my friend (canción de los Gipsy Kings), y tan felices, y a celebrar el día ya no solo del amor sino del amor y la amistad.
Conclusión
No sabemos a ciencia cierta a quién o qué festejamos más este en mes en el que confluyen:
- por un lado, el castigo y romántico sacrificio de San Valentín, el cual posteriormente ha tomado como icono a Cupido, quien con su ciega flecha intenta “encadenar” cuerpos ad infinitum, en principio, pues ya hemos visto que él también tuvo sus idas y venidas;
- por otro lado, festejamos y bailamos con ceguera encuentros con los otros que, tras la canavalesca máscara, se esconden y nos incitan a un efímero baile (que quizá llegue a ser mejor recuerdo que el de aquel amor ciego que como toda idealización antes o después cae por su propio peso, si no lo transformamos en otra cosa… más real).
Es cuando menos curioso que se den casi la mano estas dos celebraciones, quizá sea hasta paradójicamente necesario. La lucha de perpetuar un tipo de amor que se caracteriza por desaparecer a largo plazo como tal, cargado de idealismo; frente a la pasajera y efímera danza carnavalesca que quizá nos enseña a estar por encima de ciertos asuntos que impiden un amor sano por encima de las diferencias.
Festividad, esta última, a la que quizá vendría a ser la hora ya de cambiar el significado que le otorgó la Iglesisa cristiana de “abandono de la carne” por el de “festín de baile de cuerpos”, los cuales, por un tiempo, sí abandonan algo tras su disfraz: la clase, el género y el sexo para conjugarse como un todo formado por los iguales que somos como humanos, bajo la maravillosa receta de másaras y disfraces que nos ocultan esas futiles diferencias.
Olvidando por un momento el sacrificio de San Valentín, que parece auspicia el sentido del romance como condena más que como placer del encuentro con un otro (del que se nos antoja, a simple vista, podría provenir el característico desvivir del amor romántico), nos queda el tema de Cupido y la máscara carnavalesca, y nos viene a la mente la pregunta de si, en esta fiesta en la que todo estaba permitido, tras la máscara carnavalesca, ¿no se esconderá el auténtico espíritu de Cupido?
Bibliografía y documentación:
Pilar Sampedro, “El mito del amor y sus consecuencias en los vínculos de pareja”, Página Abierta, 150, julio de 2004. (http://www.pensamientocritico.org/pilsan0704.htm )
Los secretos de las obras de arte, Taschen.
Wikipedia: Cupido, San Valentín.
Poeta, licenciada en Filosofía y grado superior en Diseño.