La Revolución Científica (RC) es uno de eso temas que resultan claves para comprender el proceso de emergencia de la ciencia occidental, una cuestión que puede tematizarse a partir de la diferencia entre “concepto”, o noción, y “proceso”. Como noción, nos ubica en un contexto temporal específico y propone una aproximación particular al proceso; y en tanto que proceso, supone abordar la discusión de hasta qué punto lo ocurrido fue o no una revolución, es decir, el debate sobre si la noción agota, o no, la realidad de la que intenta hablar.
Primero que todo vale señalar que ninguna noción, por más abarcadora que sea o pretenda ser, puede agotar la realidad; sin embargo, siempre son útiles para producir sentido sobre aquello que intentan tematizar, un sentido con doble acepción: como orientación y significación. En este sentido, se buscará ordenar las ideas sobre aquellas relaciones que puedan existir entre la RC y la religión siguiendo las coordenadas que estas dos acepciones nos marcan.
La noción de revolución nos indica de entrada el sentido que tiene la reflexión sobre las transformaciones ocurridas fundamentalmente durante el siglo XVII europeo, esta palabra nos evoca una ruptura más que un proceso lento y gradual, un momento en el que ocurre una separación entre el antiguo régimen de conocimiento y la emergencia de algo nuevo. Se trata de una historia que se narra, sin solución de continuidad, de tal manera que la RC adquiere un sentido fundacional, y marca la orientación hacia lo que vendría luego: la secularización y la revolución industrial (RI), que nos dispone a mirar el siglo XVIII como una consecuencia inevitable.
Con la RC se plantea una primera ruptura entre ciencia y filosofía, central para lo que J. P. Snow llamaría, en el siglo XX, las dos culturas, o aquello que I. Wallerstein describe como el debate-dilema entre las ciencias nomotéticas y las ciencias ideográficas. Una ruptura que marcaría el camino para la posterior secularización del conocimiento. En este sentido, con la noción de RC no solo se nombra un proceso sino que se explica este como produciendo la ciencia y el mundo moderno, se trata más de un anacronismo que intenta proyectar la identificación que, aún en el presente, Europa tiene de sí misma, que una explicación desinteresada del “pasado”.
La noción de religión resulta aún más problemática porque esta no se explica sin la RC, es decir, la idea de que existe un campo secular de actuación, al que se le llama religión, es propio de la Modernidad europea, pero para exponer esta cuestión con más detalle, se requiere detenernos unas líneas en las dos grandes figuras contrapuestas del siglo XVII: Descartes y Newton.
El filósofo moderno por excelencia, Descartes, produjo una ontología en la que todo era materia, no dejaba espacio para el vacío y en la que todo estaba en movimiento. Para este la materia, como extensión, era “espacio”. Su preocupación se orientaba hacia las causas primeras, para desde allí poder establecer un “aparato” analítico capaz de dar cuenta del mundo. Su camino (método) se inicia con la duda: desde aquí no da certeza de nada, salvo de su pensamiento.
Descartes inicia su Discurso del método afirmando que ha estudiado con y de los mejores, y que ninguno de los grandes maestros ha podido llegar a responder satisfactoriamente las preguntas fundamentales. Se trata de un paso anterior a la duda, duda sobre su cuerpo, quedándose solo con la certeza que da la razón, el pensamiento. De esto se desprende que su idea de conocimiento pasa por el escrutinio de la razón y no del mundo; en oposición, por ejemplo, a Bacon. Habiendo recibido su primera formación de mano de los jesuitas, no fue difícil para él colocar primero el pensamiento y luego el mundo, primero el logos, la razón, la palabra.
Newton por su parte, el gran opuesto a Descartes, no se preocupa tanto por las causas primeras, de allí que no se detenga a explicar la causa de la fuerza, sino a tematizar esta última. Para Newton, parece claro que la causa primera es el dios cristiano, y justo por esto será muy criticado por los seguidores de Descartes, para quienes Newton retrotrae la ciencia al tiempo de las causas ocultas.
Tradicionalmente se suele afirmar que este interés de Newton por las causas segundas marca el inicio de la separación entre ciencia y filosofía, y como dijimos antes, por consecuencia entre ciencia y religión. Esta afirmación resulta funcional a una ciencia que, sin apellidos, sigue pensándose a sí misma como secular, cuando la RC si algo fue y produjo no fue precisamente un mundo y un conocimiento apartado de la metafísica y de la religión, todo lo contrario: la RC como proceso fue más un largo y lento devenir en el que la ciencia pasa de su cristianización a su occidentalización, un proceso en el que, aún hoy, sus supuestos metafísicos se mantienen intactos.
La RC como proceso significó la secularización epistemológica del dios de la cristiandad (Ramón Grosfoguel), un proceso del que Descartes es el gran protagonista, y aunque la relación entre Descartes y Newton ha sido descrita como el enfrentamiento tipo entre dos científicos, en el fondo, su distancia no es tanta como la que usualmente se describe, para decirlo en términos de Walter Mignolo, se diferencian al nivel de los enunciados, pero no de la enunciación.
Para afirmar lo anterior, se debe comentar que la diferencia cartesiana entre res cogita y res extensa, fundamental para levantar las banderas de una ciencia cuyos enunciados son objetivos y, por tanto, neutrales, frente a la realidad que pretenden describir o representar, es fundamental para la secularización; se trata de la transferencia de las propiedades de Dios, ahora como propiedades del Logos. Aunque Newton triunfó temporalmente en el campo de las causas segundas, Descartes terminó siendo el ganador en el campo de las causas primeras, lo hizo no tanto por su mecánica sino por las implicaciones de su ontología como fundamento del sujeto de conocimiento, ya que habiendo diferenciado entre res cogita y res extensa, siendo la última la materia y la primera el logos, este quedó flotando fuera del mundo, como Dios, en ninguna y en todas partes, siendo la instancia desde la cual se enjuicia al mundo.
La ontología de Descartes funda un sujeto epistemológico ajeno al mundo, objetivado y por ello exterior a él; un movimiento en el que dicho sujeto, liberado de las ataduras de la materia, es capaz de tematizar sobre ella de manera objetiva y, por tanto, neutral. Por su parte, Newton también llevaba razón cuando advertía que el camino de Descartes conduce al ateísmo, sin embargo, no se percató que lo hecho por Descartes condujo a algo aún más problemático: la pretensión secular que oculta el fundamento metafísico de la ciencia occidental.
Con esto no se pretende afirmar que la ciencia occidental carece de utilidad fáctica, hacerlo sería como cuestionar la utilidad fáctica del universo ptolemaico, lo que significa o intenta es poner de manifiesto que así como la metafísica propia del modelo ptolemaico lleva, como toda metafísica, profundas implicaciones de orden político, la metafísica que subyace a la ciencia occidental y pretendidamente secular, implica también profundas consideraciones políticas en torno a qué se entiende por ciencia, qué se entiende por conocimiento y qué se entiende por Revolución Científica, y más aún tiene profundas repercusiones sobre qué se entiende por mundo y las consecuencias que esto viene produciendo como crisis ecológica.
Por último, queda señalar que la Revolución Científica, como proceso, es en parte explicación del porqué de la Revolución Científica como noción; el proceso muestra el camino que siguió la filosofía y la ciencia venida del mundo árabe, persa y de la India, introducido en Europa a través de la mediación de la Iglesia, fundamentalmente durante las Cruzadas, y cómo, en medio de la reforma el discurso “científico”, inicia un recorrido que la aleja explícita, pero no implícitamente, de la religión.
Antropólogo social y cultural