La Antropología dedica su estudio al análisis de las diferentes áreas que componen las sociedades y culturas del ser humano. En este artículo nos centraremos en la Antropología de las emociones, y repasaremos el desarrollo del amor en diferentes épocas, desde su nacimiento hasta la actualidad, situándonos en un contexto occidental.
Para empezar, definiremos las emociones como “puntos focales de nuestra visión del mundo, a través de las cuales creamos nuestra experiencia individual y colectiva” (Solomon, 1977, citado en: Esteban, 2007). Además, las emociones están también ligadas a los procesos biológicos del cuerpo. Por tanto, además de tener una base neurofisiológica, están inmersas en el sistema sociocultural en el que el universo emocional se construye y toma significado para cada individuo (Ramírez-Goicochea, 2001).
En este sentido, las emociones tienen siempre un referente que las constituye, basado en lo público, compartido por una comunidad determinada y en la que tienen un significado concreto que es aprendido por los sujetos. Por ello, no podemos separarlas para estudiarlas sin tener en cuenta la visión sobre el mundo y lo social en la que están cimentadas, y regladas por unos valores y vínculos morales.
Pero emoción y razonamiento no son dos caras opuestas de la misma moneda sino que se entrelazan en un sistema que analiza la información que le llega del entorno, construyendo así un significado propio basado tanto en el sistema sociocultural como en las propias vivencias del sujeto.
Llegados a este punto, y siguiendo esta misma línea, nos centraremos en una emoción concreta: el amor. El amor al que nos referimos es el que suele llamarse romántico o pasional, un tipo de amor muy enfatizado en la cultura occidental pero que, a expensas de la globalización, ha sido difundido en todo el mundo. Este tipo de amor se podría definir como “un arquetipo de pareja que retrata unas ideas concretas” (Miguel, 2014), es el amor que vemos en el cine y la televisión, en la literatura, en los cuentos de la factoría Disney… Pero ¿dónde apareció esa idea de “amor”?
A la vista esta que el emparejamiento como la formación de una unión con fines reproductivos, de crear lazos sociales y de cooperación entre diversos grupos, poco tiene que ver con una concepción romántica del amor. Parece ser que el afecto mutuo derivado de la convivencia, con el paso de los años y el establecimiento de las civilizaciones, fue mutando hasta establecer unos ideales concretos sobre el amor, que se aferraron a los ideales y anhelos de los sujetos (Miguel, 2014).
Para entender este proceso nos trasladamos a la época del Romanticismo, la cual canalizó y proyectó a la sociedad este idealismo romántico (teniendo en cuenta que la vivencia del amor corresponde también con el contexto sociocultural de una determinada región). Ligado a la libertad individual y el individualismo afectivo que encarnó esta época, el amor romántico aparece como un referente hegemónico de las relaciones afectivas en la Modernidad occidental, caracterizadas por: la idealización de la pareja, el amor eterno, la libre elección y la idea de encontrar la otra media mitad (Miguel 2014).
Posteriormente, con la llegada de las sociedades industriales y los cambios que conllevaron, como la emancipación de la mujer del espacio doméstico, los cambios en los roles de género, las modificaciones en los espacios públicos y privados, el aumento del consumo y del pensamiento individualista, la liberación sexual, emocional y económica, aparece el “amor confluente” (Giddens, 1998, citado en: Miguel, 2014). Este tipo de amor no se centra en buscar la pareja ideal, la otra mitad, entiende que el amor no es eterno ni estático.
Y, por último, las sociedades postindustriales, caracterizadas por la liberación, la autonomía, la individualización y los constantes cambios a los que los individuos tienen que adaptarse. Bauman (2005) plantea la fragilidad como característica central de las relaciones contemporáneas, una conexión efímera que se disuelve con facilidad ya que se le exige más al vínculo amoroso (Bauman, 2005, citado en: Miguel, 2014); entre otras cosas por la liberación de las mujeres, los cambios de los roles de género y la interpretación del amor como un lenguaje hedonista, asociado con la idea de consumo y la expansión del mercado capitalista (Beck y Beck-Gernsheim, 2001, citado en: Miguel, 2014).
Aun así, todavía seguimos queriendo encontrar la pareja ideal, con la que podamos compartir nuestras experiencias, alegrías y tristezas; alguien con quien celebrar los logros, pero también las derrotas. Pero ya no es un requerimiento que los hombres tengan un trabajo y una familia, ni que las mujeres sean abnegadas y dependientes. En nuestra sociedad posmoderna se aspira a la libertad y a la autonomía, ya no está por encima de todo el hecho de encontrar pareja, y las motivaciones amoroso-románticas son una elección personal o en pareja, algo que decides escoger… ¿o no?
Referencias:
Esteban, M. L. (2007). Algunas ideas para una antropología del amor. Ankulegi. Volumen 11, 71-85.
Miguel, K, (2014). “Las emociones y sus transformaciones en la vivencia del amor y las relaciones de pareja. Un balance desde la antropología”, (tesis de posgrado). Escuela nacional de Antropología e Historia, INAH SEP, México D. F.
Ramírez-Goicoechea, E. (2001). Antropología «compleja» de las emociones humanas. Isegoría. Volumen 25, 177-200.
Antropología Social y Cultural