Partiendo de la confrontación filosófica de índole política que ha existido entre los contractualistas: Thomas Hobbes y Jean Jacob Rousseau, explicaremos el asunto de este artículo. La esencia de dicha confrontación se halla en la diferente concepción intrínseca de la naturaleza del ser humano que ambos tienen, es decir, la cuestión es si: ¿debemos vernos, en un sentido social, como el resultado de un acuerdo cuyo origen es la desconfianza mutua, la lucha y el egoísmo?, o por el contrario: ¿nuestro primigenio e hipotético estado de naturaleza era más parecido al jardín del Edén lleno de amor, felicidad y paz?
Pues dicho así, y a pesar de la simpleza, en esta cuestión podemos encontrar tanto las bases de la sociobiología actual, como los fundamentos de las teorías que en contra de este neodarwinismo se rebelan sosteniendo la hipótesis de la esencia cooperativa natural del ser humano.
Comencemos por explicar, en primer lugar, la tradición digamos negativa en su concepción natural del individuo. Thomas Hobbes entiende que el ser humano es naturalmente egoísta, que solo busca su propio beneficio, y que si no fuera por la cesión de libertad que concede al Estado, sería su vida una continua lucha, un campo de batalla por la búsqueda del reconocimiento de los otros y de querer lo que otros tienen. Lo que se resume con la conocida expresión Homo homini lupus (el hombre es un lobo para el hombre) que erróneamente se le atribuye a dicho filósofo. La vida de los hombres, en ese estado de guerra de todos contra todos, correría un grave peligro constante, lo que le llevaría a aceptar un acuerdo con los otros individuos para erigir el gobierno de un monarca absoluto que les proteja y le garantice la preservación de su vida, como el elemento más preciado de su existencia dada su condición biológica de ser vivo. Dicha protección no es gratuita, sólo es posible a cambio de la necesaria coacción que el monarca ha de ejercer sobre la libertad de todos y cada uno de los miembros de ese Estado. Ahora bien, esta concepción puede ser la base o el primer preludio de la actual teoría que trata de explicar el comportamiento del ser humano únicamente como un subproducto biológico de las intenciones de sus genes, a saber: sobrevivir, reproducirse y conseguir la máxima fidelidad en las copias. Esto es lo que se conoce en el ámbito de la especulación filosófica como el determinismo genético, teoría que tiene como objetivo la explicación del comportamiento de los seres humanos, de la aparente libertad de actuación y de su toma de decisiones, como la respuesta a un plan oculto de su ácido desoxirribonucleico, dicha teoría también se conoce como reduccionismo materialista, porque trata de interpretar cualquier comportamiento reduciéndolo exclusivamente a objetivos biológicos del material genético de dicho organismo.
En oposición a esta corriente de pensamiento, la cual cabe aclarar que encuentra numerosos detractores por las implicaciones a las que conlleva, y en sintonía con otros autores actuales, como por ejemplo Colin Tudge o Piotr Kropotkin que luchan contra este determinismo biológico, diremos que Rousseau ya postulaba en el origen de ese debate, al que hemos aludido al inicio del artículo, precisamente una teoría de la cooperación no egoísta de los individuos, sino altruista recíproca, defendiendo, en lo que llamaré la tradición positiva, que el hombre es esencialmente bondad y que se une con otros de su misma especie con el fin de conseguir mayores objetivos mediante la colaboración. Es en este momento pues, solo en la vida en sociedad, cuando el ser humano, un ser originariamente no social, se nos presenta como malicioso o combativo a causa de esa vida con otros que le corrompen y degeneran.
Con la intención de sintetizar y zanjar la explicación de este conflicto inicial de la Filosofía Política, diremos lo siguiente: mientras que en la corriente que hemos llamado durante el artículo negativa, se postula que la vida en sociedad permite al hombre presentarse como un ser aparentemente pacífico y altruista, en la otra corriente, la que hemos denominado corriente positiva, sucede justamente lo contrario, que naciendo el hombre pacífico y bondadoso la vida en sociedad, aunque le aporta beneficios, también le comporta algunos perjuicios tales como su corrupción o degeneración.
Respecto de cuál es el estado actual de esta polémica, a cuyo origen o precedentes ya nos hemos referido, diremos que el foco de la discusión se halla de una banda en autores deterministas, como Eduard O. Wilson o Richard Dawkins entre otros, los cuales abogan por el egoísmo natural de los genes y su comportamiento competitivo, tomando el gen como unidad sobre la que opera la selección natural, y de otra banda los autores, que he mencionado dos párrafos antes, es decir, Tudge y Kropotkin, que no ven al gen como la unidad de selección sino al organismo o más bien al grupo, y entienden la cooperación entre individuos como la clave para explicar el proceso evolutivo de la selección natural.
Detengámonos ahora para explicar ambas posturas brevemente con el objetivo de profundizar en esta discusión y de este modo poder entenderla mejor. En primer lugar, resumamos algunas ideas claves de la sociobiología: los seres humanos no difieren de otros seres vivos en cuanto a cómo se comportan, este comportamiento se puede explicar únicamente en base a su biología; la biología que cualquier ser vivo expresa está contenida en su material genético; la razón responde a una estrategia de supervivencia de un ser desvalido que tiene sus instintos paliados, pero no es más que eso, y todos los motivos o razones que se da para llevar a cabo un acto u otro son producto del autoengaño que el propio cerebro le genera, es decir, que cuando alguien cree que está actuando por ejemplo de manera altruista con otro individuo es solo un aparente altruismo que esconde un despiadado egoísmo, ya que este comportamiento le reportará algún tipo de beneficio a él mismo, a corto o largo plazo, y a pesar de que no sea consciente de ello, porque su cerebro le lleva a pensar y creer otras cosas, a darse excusas para dicho comportamiento, pero este cerebro, en última instancia, no es más que el producto del desarrollo de unos planos que se hallan contenidos en el ADN y que necesariamente contienen la información de cómo va a ser y cómo se va a comportar dicho individuo, es decir, son los planos del edificio que seremos; los genes persiguen tres objetivos que ya hemos mencionado anteriormente, estos son primero la supervivencia, segundo la replicación y tercero la fidelidad de la copia, en busca exclusivamente estos tres objetivos los seres humanos hacen todo lo que vemos, todo comportamiento, aunque no lo parezca, por lo del autoengaño, se puede explicar en función de uno de estos objetivos narcisistas. En segundo lugar, haremos una síntesis de lo que en contra de estas ideas defiende el biólogo y zoólogo Colin Tudge: el primer error de los reduccionistas es pensar que el método científico es la única manera de comprender el mundo, hay otros elementos que explican el comportamiento de los seres vivos, tanto en los animales como en el hombre se observa la cooperación de la especie; hay que acabar con el cientificismo imperante porque es insuficiente y la ciencia tiene que dialogar con las otras disciplinas si quiere dar sentido al mundo; la interpretación de la selección natural darwiniana en clave egoísta es un error, dicha interpretación no se halla contenida en la teoría, sino que es una visión contaminada ideológicamente que se ha elucubrado sobre ella y a posteriori, es un apéndice o prolongación de la misma; Darwin no entendía la selección natural en términos de lucha egoísta y despiadada, remitiéndonos a sus palabras: “No son los más fuertes de la especie los que sobreviven, ni los más inteligentes. Sobreviven los más flexibles y adaptados a los cambios.” (El origen de las especies, 1962), por lo tanto, el darwinismo social es más bien una interpretación iniciada por el biólogo, antropólogo y sociólogo Herbert Spencer años después de la publicación de esta obra; no queremos decir, sin embargo, que debamos negar la influencia de los genes, pero eso es distinto que pensar que gobiernan nuestras vidas como en una tiranía; atribuir intenciones humanas a los genes como el egoísmo o la competitividad es una figura retórica que se conoce como prosopopeya, por lo que no es hacer ciencia bajo mi punto de vista, sino retórica; la vida es cooperación esencialmente y así se observa en la naturaleza, en contra de lo que cree la corriente ultradarwinista; la selección natural se da incluso donde no hay conflicto, la adaptación al entorno no pasa siempre por la lucha y la violencia egoísta entre individuos; pensemos en una célula por ejemplo, como dice Tudge, como en un sistema organizado donde sus diferentes partes colaboran, si se pusieran sus orgánulos (mitocondria, aparato de Golgi, etc) a combatir entre ellos no sobreviviría, la supervivencia se halla más bien en la aportación de cada una de las partes a la totalidad y no en el conflicto de las mismas; Konrad Lorenz, prestigioso etólogo del siglo pasado, nos hace ver en sus estudios que las sociedades animales no se estructuran siempre en torno al más fuerte, sino que hay otros elementos o caracteres que se tienen en cuenta, como la seguridad que el individuo tenga en sí mismo o la energía, los líderes de un grupo son los que los otros aceptan como tal y no tienen por qué coincidir necesariamente con el más fuerte de la lucha.
En definitiva, vemos que la polémica está servida y las consecuencias de elegir una u otra postura trascienden a nivel político, ético, social e individual en último lugar. El problema, a mi parecer, de la primera postura, la del neodarwinismo o sociobiología, es que queda patente que todas las explicaciones del comportamiento humano son reductibles en última instancia a la versión negativa de la esencia humana, es decir, el individualismo egoísta que, aunque enmascarado por el autoengaño porque no se muestra abiertamente ante los demás sino que es fruto del enmascaramiento de esas intenciones ocultas y maquiavélicas de nuestro ser biológico, puede explicar cualquier comportamiento, es en consecuencia una teoría irrefutable porque siempre es verdadera en su esencia, es, por lo tanto, tautológica. Y dado que una teoría científica cuando no es refutable, es decir, cuando no podemos encontrar un contraejemplo, deja de ser científica para pasar a ser metafísica en su mal sentido, es decir, pseudocientífica. En resumen y para concluir, lo que la sociobiología ha hecho, en esta línea de tradición que hemos llamado negativa por cómo conciben naturaleza humana, con esta explicación que ofrecen fruto del cientificismo imperante en nuestra época es lo siguiente: apoyarse en la ciencia, concretamente en la teoría de la Selección natural de Darwin que se sabe verdadera, y a partir de ahí inventar, mediante la extrapolación no justificada en los hechos, una teoría no científica, aunque aparenta serlo, que explica el comportamiento del ser humano en todas sus formas y manifestaciones y que es imposible refutar debido al carácter tautológico de la propia teoría. La hipótesis determinista que fundamenta todo el comportamiento humano en la genética del individuo es, por lo tanto, una falacia o argucia en este nuevo sentido sociobiológico, lo cual no quiere decir que lo fuera en el sentido biológico inicial propuesto por Darwin en El origen de las especies, son pues dos cosas diferentes, esto es, la segunda una teoría demostrada y la primera una extrapolación de ella no justificada en los hechos observables.
Profesora de Filosofía y Psicología