No va esto sobre la excelente película en torno a un incomprendido pirómano de la Galicia profunda, donde por cierto la piromanía ha alcanzado las más altas cumbres, y nunca mejor dicho. Quería referirme más bien a la atracción/repulsión que el ser humano siente por el fuego, y no solo el ser humano, sino también los dioses, desde el yunque del herrero nórdico hasta el fuego como expiación en plan purgatorio y como condena, léase infierno, y todo aquello del Ave fénix que resurge de sus cenizas o de los imprudentes que se atreven a robar el fuego de los dioses. No cabe duda de que el fuego goza de un amplio pedigrí y un abrumador currÍculum entre nosotros. Los vikingos incendiando aldeas, Nerón disfrutando sádicamente del incendio de Roma, Hernán Cortés quemando las naves con un par, las hogueras de la Inquisición, … ¡Oh, el fuego! Hay quien dice que perdimos el fulgor de la herencia cultural helenística y comenzamos la larga travesía por los años oscuros cuando alguien quemó la Biblioteca de Alejandría, aunque me dicen que no, que la pérdida del mayor tesoro cultural de la dorada antigüedad se debió a algo así como al abandono, la mala gestión y en resumidas cuentas la falta de subvenciones, por prosaico que esto pueda sonar, y a mí me suena mucho. Ustedes pensarán: Tanta retórica para esto. En fin, solo pretendía ser optimista.
Profesor, humorista, cantante y escritor.