La huida y posterior llegada a España de Leopoldo López, a finales del pasado mes de octubre, supuso una nueva oportunidad para que el tema Venezuela apareciera en los grandes medios, su presencia en la península trajo un argumento más para atacar la legitimidad del gobierno de coalición. Pero como muchas veces ocurre, y a diferencia de lo que se suele pensar, con respecto a Venezuela es más importante aquello que se dice y no lo que se guarda en el armario.
Es más que evidente lo incómodo que resulta el tema a una parte de la colación de gobierno, sobre todo porque no logran construir un discurso creíble para amplios sectores de la izquierda a un lado y otro del Atlántico, basta con recordar las declaraciones que Rafa Mayoral daba en una tertulia del pasado otoño, en ella se le preguntaba por si se debía sostener o no relaciones con el Gobierno de Venezuela (entiéndase con N. Maduro), cuestión ante la que respondía que el gobierno debe velar por los intereses españoles en el país caribeño, haciendo hincapié en los interés de “nuestros empresarios”, porque claro se puede cuestionar lo que IBEX 35 le hace a la clase obrera en el reino, pero hay que velar por sus intereses en las antiguas colonias de ultramar. Se trata de un argumento que muestra cómo se despliega una suerte de retórica de las leyes de indias progresistas.
Este ejemplo pone en relieve tres cuestiones a resaltar, la primera es que cuando se trata de política exterior el españolismo tiene diferencia de matices. Lo hemos visto recientemente en el absoluto silencio sobre la situación electoral en Estados Unidos, incluso, a pesar de que, en días pasados, los abogados de Trump aseguraban que el fraude a su elección había sido perpetrado con la ayuda de la empresa venezolana Esmarmatic, justo la empresa que durante años realizó la gestión tecnológica de la elecciones en el país suramericano. Lo cual revela el absoluto complejo de la clase política del reino, así como de sus corifeos en los medios de comunicación, una subordinación al mito de la democracia en los Estados Unidos. Lo que actualmente ocurre en ese país no los hace ni pestañear, su postura está a la misma altura tanto de la Unión Europea, la cual, mientras ocurre esto, renueva las sanciones en contra de Venezuela, como del absoluto silencio del Secretario General de la Organización de Estados Americanos.
Una segunda cuestión es que, cuando se trata de América Latina, la condición de ex-colonias marca la aproximación a los conflictos en la región, por un lado están los que siguen al pie de la letra las pautas marcadas por Washington, pero por el otro se transpira una cierta condescendencia y aire de superioridad moral e intelectual, acá vale recordar que en su momento, cuando Leopoldo López fue condenado por los tribunales en Venezuela, Pablo Iglesías llegó a señalar, con los malabares propios de cuando se trata Venezuela, que es preocupante para una democracia que existan presos políticos. Esto no es más que la ya conocida diatriba de Valladolid entre Sepúlveda y las Casas.
La tercera cuestión, en mi opinión la más importante, es que la venezolanización de la política en el reino no se inició con Podemos; la venezolanización es constitutiva de la transición que produjo el régimen del 78, haría bien la izquierda españolista, pero también la soberanista, en mirar la amistad entre Felipe Gonzalez y Carlos Andrés Pérez, el apoyo que se prestó por parte de la clase política venezolana, y más aún estudiar que fue el Pacto de Punto Fijo y cómo se gestó en Venezuela el régimen del 61. Cómo se funda el bipartidismo en Venezuela, cómo se deteriora, los mecanismos que ponían en movimiento el tiovivo de la corrupción, el deterioro del régimen, su atomización y su implosión a partir de 1998.
Harían bien en estudiar cómo, mientras se privatiza IBERIA, se desmantela la línea aérea venezolana VIASA, luego de ser vendida (a IBERIA) gracias a la amistad entre Felipe González y Carlos Andrés Pérez, o la participación de REPSOL en el proyecto de privatización de la industria petrolera del país suramericano durante la llamada “apertura petrolera”. Pero, claro, eso sería invertir la retórica colonial porque resulta que el Reino le debe más a las ex-colonias, que lo que las ex-colonias deben al Reino.
Esto también significa sacarse a Europa de la cabeza; en primer lugar, porque se requiere comprender que, como ya dijera A. Césaire, Europa es indefendible, pero también que España fue una de las grandes protagonistas a la hora de crear al monstruo, solo que tras la derrota que implicó la Paz de Westfalia, el Reino comenzó a transitar la senda de la periferialización, una camino de ya casi cinco siglos en el que la península ha sido reducida a par de Reinos privilegiados del sur global.
Un ejemplo pondré para ilustrar lo anterior: Toda persona medianamente formada en Ciencias Sociales y con conocimiento de la estructura económica venezolana sabe que este es un país periférico, por tanto, dependiente del modo en el que su economía se inserta en el capitalismo mundial, sobre todo a partir de la centralidad que tendrá el petróleo durante todo el siglo XX. Contar esta historia resulta muy larga para este artículo, lo dejaré en que el petróleo en Venezuela ha sido el gran relato que sustenta el mito del progreso y el desarrollo en el país suramericano. Una historia en la que la tarea pendiente siempre fue diversificar las exportaciones a partir de un proceso de industrialización, esto ha sido así, aunque todos los análisis serios sobre la estructura económica venezolana han demostrado innumerables veces que esto era imposible tanto por factores externos, como por factores internos que como ya he dicho no alcanzo a explicar en este artículo.
Comento este ejemplo porque el petróleo es a Venezuela lo que el Turismo es al Reino, y porque si España no tuviese el pasado colonial que la constituye estaríamos sin tapujos hablando de cómo la situación económica que la COVID-19 ha provocado estragos en una economía periférica y dependiente, porque en la geopolítica mundial si América Latina es el patio trasero de Estados Unidos, el Reino es el playground de veraneo del norte de Europa.
Desde la experiencia Latinoamericana resultan delirantes los debates en las cortes del Reino, quienes conocemos los problemas de las economías al otro lado del Atlántico cuando escuchamos que con los fondos europeos para la reconstrucción post-pandemia se va invertir en transición ecológica y digitalización, esto con el objetivo de alcanzar la tan necesaria superación de un sector “poco productivo” como el turismo y avanzar hacia la industrialización del Reino, simplemente lo que nos puede provocar es cierta ternura, la ternura que provoca la inocencia, pero no termina de ser así porque no se trata de un “despiste” retórico inocente, tan solo hay que dedicarse a escuchar cuantas veces se afirma irónicamente que el Reino parece una “república bananera” (en primer lugar, no es una República; “reino bananero” le vendría mejor), acto fallido que delata la necesidad de afirmarse porque se sabe negado, y sabe, además, que quien niega es Europa.
Para ello solo hay que ver lo que hace unos días señalaba la diputada de Coalición Canarias, Ana Oramas, en relación a la actual situación migratoria, afirmaba en tono lacónico y desesperado “pero es que somos Europa”, “¿es que acaso nos tendremos que volver independentistas?” afirmaba, para luego indicar “¿entonces lo que nos queda es Mauritania?” Es decir, lo que todo el mundo sabe menos ella y el resto de la clase política, que claro que son África, toda la península es África, parecen no querer caer en cuenta que Europa comienza al norte de los Pirineos, que la europeidad del Reino en el mundo contemporáneo es un accidente histórico.
Bien harían en comenzar a estudiar la historia de América Latina sin la condescendencia imperial del iberoamericanismo, así se darían cuenta de que los ajustes estructurales que les fueron aplicados a América Latina a través del FMI durante las décadas perdidas fueron no solo contemporáneos, sino que los mismos que le aplicaron al Reino para firmar su ingreso al club de países europeos, una realidad brutalmente ocultada por toda la parafernalia del quinto centenario, Expo Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992. Y que, mientras en el Reino se privatizó todo vendiéndolo a capitales del norte global, en América Latina fueron los capitales del Reino los que compraron todo, las ex-colonias fueron la puerta de entrada a la Unión Europea.
Mientras sigan como van, no podrán comenzar a entender que el problema no es Venezuela, sino su complejo de inferioridad imperial, por complejo y por imperial.
Antropólogo social y cultural