Apenas han pasado unos días desde que celebrábamos el Sanctus januarius con todas nuestras buenas intenciones y ya hemos empezado a comernos nuestras buenistas palabras. Y es que el año 2021 ha empezado, por lo menos, con la misma fuerza siniestra que su predecesor. Catástrofes patrias, dimisiones gubernamentales internacionales, nuevas olas pandémicas y hasta un asalto capitolino están ya desfilando a nuestro derredor.
Sin ir más lejos, en esta semana de cambio presidencial en los Estados Unidos en la que, además, se conmemoraba la efeméride mortuoria del agorero, pero preclaro escritor, George Orwell, se producía un acontecimiento que, no por consensuado y previsible, dejaba de ser terrible y premonitorio. El desenmascaramiento de los gigantes tecnológicos y su omnímodo poder sobre todos y sobre todo.
Ciertamente, muchos ni habrán caído en la cuenta, y otros tantos habrán visto con agrado la censura en redes del ya expresidente de los United, tras su loca carrera por demostrar un complot y conspiración electoral. Si bien, más allá de particularismos políticos, y de dimes y diretes judiciales, que no atañen demasiado a la filosofía, lo cierto es que, bajo la aparente justa resolución contra un personaje impopular y populista, subyace una funesta potestad y dominio de unos medios de control social incontrolados e incontrolables que han salido a la luz sincrónicamente con la celebración póstuma del padre del Gran Hermano.
Dejando a un lado al sujeto en cuestión que, por lo demás, con sus setenta y cinco millones de votantes, como decía un chiste ya publicado, “era grosero, narcisista, engreído, trataba mal a la prensa y a la gente a su alrededor; caía mal a todo el mundo; a veces era zafio, y siempre era presuntuoso… y aún con todo eso, ahí va el único presidente gringo en décadas que no invadió ningún país”. Como decíamos, dejando a un lado al controvertido millonario (ya como agua pasada, para que sea la Historia quien lo juzgue), ahora la acuciante pregunta que merece realmente la pena hacerse es: “¿Quién controla a esos controladores?” Si unas plataformas privadas han podido vetar y reprobar a todo un máximo mandatario del país más poderoso del mundo, al punto de tirar abajo otras redes que pretendían darle asilo, qué será de los simples mortales cuando estas omnipresentes y casi omnipotentes empresas decidan que lo que decimos no merece ser escuchado.
Tiempo ha que estas grandes compañías dominan todo el panorama informativo y la palestra mediática, como muchos periodistas, escritores o creadores de contenido bien lo sufrimos. Pero hasta el momento era un poder solapado, una vigilancia controlada. Todo el mundo era consciente de que Google y Apple dominan más del noventa porciento del acceso a Internet, de que el “cara de libro” tiene la patente de corso de los datos vitales de casi la mitad de la población mundial, o de que Amazon se enseñorea como una mega y multifacética firma que puede absorber y llevar a la quiebra a buena parte del comercio global, si bien, hasta la fecha no habían mostrado su cara más pujante y su todopoderosa supremacía. Ya saben: el mayor truco del diablo es que nadie repare en su existencia. Empero, con este pasado puñetazo en la mesa, las Big Tech, nos han mostrado cómo, fácilmente, pueden devenir en el Big Brother.
Ni Orwell, con todo su 1984 o su Animal Farm, con todas sus experiencias vitales a cuestas, y toda su impresionante y sibilina capacidad premonitoria, habría sospechado la posibilidad radical de vigilancia y control que hoy día tienen estos mastodontes tecnológicos. Ni Orwell ni Huxley ni Bradbury, fusionados con Nostradamus, Parraviccini, Baba Vanga y el monje Rasputín, podrían haber adivinado la capacidad de dominio que han acumulado las cuatro o cinco grandes corporaciones que dominan todo el espectro virtual que impera sobre nuestro mundo real. El cual va camino de ser el campo de pruebas de la ingeniería social que bien les parezca a ellas y a las camarillas de superiores desconocidos que las acompañan. Un panóptico moral, económico y comunal que ni el mismísimo Bentham habría podido perfeccionar tan milimétricamente.
Algo que, más allá de conspiraciones, y más acá de que sus concretas decisiones concuerden puntualmente con nuestros gustos y afinidades personales, tanto a los filósofos como a la gente del común que usamos diariamente este tipo de servicios, nos debería poner sobre aviso de la deriva orwelliana que se avecina en el horizonte. Pues, por mucho que queramos, si no se le pone algún tipo de coto o freno, parece (y no solo parece), la libertad de expresión quedará supeditada sin miramientos a los designios de una serie de lobbies que claramente están por encima de cualesquiera ideas o pensamientos particulares, comunitarios o, inclusive, estatales. Y que, quizá también, estén detrás de una nueva dictadura de lo políticamente correcto a su imagen y semejanza: impuesta como agenda para el futuro desde Silicon Valley.
Licenciado en Filosofía, escritor, profesor y divulgador
Excelente artículo. Si silenciaron a Trump no queda mucho que decir
Voila!
El problema real es que encubrieron el fraude electoral orquestado por los DemócRatas y sus Puppet Masters, la opinión sobre Trump fue difundida por esos mismos medios, modificando la percepción de muchos votantes, es grave porque pueden quitar o poner a su antojo a quien les convenga a sus intereses.
Veo con tanto pesimismo lo que se avecina. Si lograron derribar a Trump, que se espera para Chile y el resto se sudamerica? Ellos pondran un monigote para manejarnos a su antojo. Muy lamentable.