La trilogía Rojo, Blanco y Azul, del polaco Krysztof Kieslowski, que representa los ideales revolucionarios franceses (fraternidad, igualdad y libertad), además de su bandera, es considerada una maravilla para los cinéfilos y admiradores del cine de autor en general. Esta obra cinematográfica, ya en su estreno en los años noventa, supuso tal admiración que llevó a su director al retiro en el que lamentablemente murió a los dos años, en 1996.
Comenzando por Blanco de 1994, que encarna la igualdad, y a pesar de que no es cronológicamente la primera de las tres cintas ni tampoco la más reconocida entre los expertos ni entre el público común, representa una obra redonda en el aspecto argumentativo; contiene escenas visualmente maravillosas, sobre todo, cuando el relato se traslada a Varsovia y aparecen aquellos paisajes nevados, acompañados, además, de una banda sonora y fotografía excepcionales. Kieslowski obtuvo el Oso de Plata a mejor director en el Festival de Berlín en el mismo año del estreno, y la cinta fue nominada a mejor película extranjera por la Asociación de Críticos de Chicago.
Karol, el protagonista de este film (cabe decir que en las otras dos componentes de la trilogía las protagonistas son mujeres), es un personaje polaco que sufre una importante evolución en la que se centra la trama del relato. Representa la igualdad, se observa en el hecho de que, al inicio del relato, en París, se halla en el juicio por la separación de la que hasta ese momento es su esposa Dominique, y él se siente en desigualdad de condiciones respecto de ella al declarar porque no domina la lengua francesa y el tribunal parece no dar crédito a sus aseveraciones por ese motivo. A partir de ahí, lo que comienza es un juicio, pero fuera de la obra, el juicio del espectador sobre la actuación de los personajes; esto sucede en cada una de las otras obras, y en Rojo, por excelencia, el tema de la moral es clave en el argumento. Pues bien, en ese momento el espectador comienza a empatizar con el fracasado y maltrecho protagonista, a la vez que comienza a nacer en él el desprecio por la exmujer que, sin compasión, le ha dejado por la no complacencia sexual. La evolución de este personaje, por eso, se halla en el paso de la compasión por su fracaso matrimonial y la humillación que adolece, a la admiración por la venganza que emprende y que consigue culminar al final de la película. El cierre del film es de una genialidad indiscutible, hermoso, la escena de dos personas que se quieren pero que se hacen daño, el sinsentido del amor, al que todas las almas alguna vez se han visto abocadas.
Las imágenes se tiñen de blanco, como en las otras dos películas lo hacen de rojo y de azul, hasta en el más mínimo detalle se tiene en cuenta el color, lo que visualmente le otorga una belleza poética a la cinta que equivale a la contemplación de una obra de arte. Hay cine que es indiscutiblemente arte y cuya observación traslada al espectador a vivir una experiencia estética, y esto lo consigue Kieslowski, así como un poeta es capaz de hacerlo en sus versos. En esta línea de interpretación estética, Martin Heidegger decía que en los versos de Hölderlin acontecía el ser, y así es, porque en la contemplación de la obra de arte, como en la lectura de esos versos, sucede una experiencia sublime a la que no todos los artistas tienen la capacidad de trasladarnos. Por eso todo el cine no es de culto ni toda la literatura son clásicos, porque cualquier cosa no es una obra de arte.
Rojo es la última cinta de las tres de Kieslowski, además de la más reconocida por la crítica y la que obtuvo un mayor número de nominaciones a diferentes premios, entre ellos mejor película en el Festival de Cannes. Es del mismo año que Blanco, de 1994, y representa el ideal francés de la fraternidad. En ella los protagonistas, una joven estudiante y modelo, Valentine, y un juez retirado, Joseph (interpretado por Jean-Louis Trintignant), comienzan una relación fruto del azar o de la necesidad del destino, esto no queda claro en ningún momento de la cinta, que da lugar a la fraternidad. En esta película, más que en ninguna otra de la trilogía, parece que el tema de la moralidad y la causalidad guían toda la trama. Un juez retirado ocupa su tiempo en actividades no lícitas y ella lo descubre por casualidad, a partir de ahí, el relato se centra en ellos dos y la relación que va surgiendo.
Por último, y aunque es la primera que se estrenó en 1993, Azul, la cual representa el drama por excelencia, fue recibida con admiración por la crítica y por la mayoría de espectadores quienes la consideran la mejor de las tres; recibió diferentes premios, entre ellos el de mejor película en diferentes festivales, mejor banda sonora y mejor actriz. En este film de nuevo la fatalidad, la soledad y el azar, o el destino, están presentes asolando a la protagonista y arrastrando con ella al espectador que queda irremediablemente conmovido. La tragedia sucede de modo inexorable desde la forma en cómo se inicia la trama hasta el final de la historia. Todo el hilo argumental gira en torno a Julie que es interpretada de una manera magistral por Juliette Binoche. Asimismo, la moral y la traición son temas que vuelven a aparecer y se repiten por ello en las tres cintas, pero el asunto de la soledad y el sufrimiento son más destacables en esta última.
Al igual que en Blanco y en Rojo, encontramos unas imágenes continuamente pintadas de azul cuidando la sintonía hasta del más mínimo detalle, como la escena recurrente de la piscina. Las imágenes, además de una banda sonora soberbia, como ocurría en Blanco, hacen de este primer film, último según nuestro orden de exposición, una singular obra de arte que sacude la sensibilidad de cualquier espectador que se precie.
Profesora de Filosofía y Psicología