Por supuesto que no es comparable, ni mucho menos, la situación que había en España a mediados del año 1936, con la de hoy día donde algunas manifestaciones realizadas en las grandes ciudades, se producen enfrentamientos dialécticos entre partidos de distinto sentir político, y en muchos casos enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad autonómicas o nacionales y estos llamados de extrema derecha con vestimenta y actitud trasnochada que parecen añorar otros tiempos pasados que nunca ha sido mejores.
Y es que más que de enfrentamientos tendríamos que estar hablando de incomprensión. La misma que el 19 de julio de1936, Miguel de Unamuno, como oposición al gobierno del Frente Popular, al plantearse lo que resultó ser más largo y sangriento de lo que se esperaba, cuando el llamado Alzamiento en plena expansión con las calles salmantinas absolutamente vacías, con la extrañeza de la mayoría de la población, una mesa de los soportales de la Plaza Mayor, en el Café Novalty, está ocupada por Miguel de Unamuno, actitud con la que parece dar su beneplácito y apoyo al Alzamiento.
Miguel de Unamuno está entre quienes colaboraron con el Alzamiento. Públicamente les otorga un aval al constituirse en Salamanca a finales de julio de 1936 el nuevo Ayuntamiento en el que Unamuno ocupa el cargo de concejal, y la prensa diaria hace un resumen de su discurso: “Se encuentra así considerándose como un elemento de continuación puesto que el pueblo lo eligió concejal el 12 de abril para servir a España por la República .No se trata de ideologías al no respetarse las ideas, ni se oponen unas a las otras. Triste es decirlo, pero debemos salvar la civilización occidental de malas pasiones. Aquí me tienen mientras me lo permitan mis otros servicios y obligaciones. Y lo peor, no son las malas pasiones, sino que vaya disminuyendo la inteligencia creando generaciones de idiotas. Chicos de dieciocho años con mentalidad de cinco”.
Al ir hacia los restaurantes Unamuno pasaba al lado de la estatua de Fray Luis de León y siempre miraba el gesto de su mano tendida en signo de paz y calma.
Casi como cuestión de prestigio reacciona el Gobierno de la República y pese a las amistades y simpatías con las que contaba Miguel de Unamuno, la Gaceta del 22 de agosto inserta un decreto por el que deroga otro en el que se nombraba Rector Vitalicio de la Universidad de Salamanca a Unamuno, se creaba la Cátedra Miguel de Unamuno y se daba nombre a un Instituto de Bilbao, tierra de este gran pensador y literato; disposición que, además, lo separaba de cualquier otro cargo. Pero transcurridos nueve días el general Cabanellas como Presidente de la Junta Nacional firma un decreto por el cual se confirma a Unamuno en todos sus cargos académicos.
Es posible que una de las razones que más peso tuvieran para que el pensador vasco se adhiriese al Alzamiento haya sido romper con su pasado y dejarse llevar por vientos que fueron una sorpresa para todos y sin lugar a dudas, acusar al Gobierno de Madrid de haber destruido los sueños de una República liberal y por haber puesto el Poder en manos de pistoleros, siendo Unamuno no un hombre de sueños, sino de realidades cuando para los nacionales el triunfo estaba asegurado a corto plazo. Sin embargo realiza unas declaraciones a un periodista francés en las que afirma que la lucha será muy larga y espantosa
A mediados de septiembre como rector de la Universidad salmantina envía a otros rectores unas declaraciones por las que su universidad había sabido de forma serena y austera alejar de su horizonte espiritual toda actividad política.
Cuando Franco se instaló en la universidad salmantina procedió a hacerle una visita Unamuno, pues este no podía cerrar los ojos sabiendo que a su derecha e izquierda no paraban de caer sus amigos en la retaguardia mediante innumerables asesinatos y devastaciones que se cometían.
Llega el 12 de octubre y la Universidad de Salamanca celebra el Día de la Raza. El paraninfo presenta un inmejorable aspecto y Unamuno, como Rector, es quien representa al Jefe del Estado. Con él, comparten estrado autoridades provinciales y municipales y Millán Astray. Comenzado el acto llega la esposa de Franco con escolta y toma asiento en el sillón de la derecha de Unamuno y a la izquierda toma asiento el obispo de Salamanca, Pla y Deniel.
Los oradores inician sus discursos haciendo la exaltación de un renacer glorioso, mientras que por la mente del pensador desfilaba la tragedia en millares de hogares que si soñaron con la liberación de España, no pensaron en una guerra civil. Una sangrienta lucha entre hermanos.
Empieza Unamuno su discurso e intenta combatir la palabra, dicha hasta la saciedad antiEspaña con acritud y con sinceridad como siempre hizo. Continua con: “La nuestra solo es una guerra incivil y ´sé lo que digo pues vencer no es convencer y ello porque no puede convencer el odio que no deja lugar para la comprensión, el odio a la inteligencia. Y sigue afirmando que se había hablado con vascos y catalanes para insultarles llamándoles anti-patria de España. Yo que soy vasco llevo toda mi vida enseñando lengua española”.
Una vez sentado, Unamuno se levantó inesperadamente el general Millán Astray para gritar “¡Mueran los intelectuales!” Pero al ver gestos de protesta, para tranquilizar el ambiente, añadió: “Traidores, intelectuales traidores. ¡Muera la inteligencia, viva la muerte!” Comenzaron a oírse movimientos de sillones y se escucharon gritos contra Unamuno.
Miguel de Unamuno se había plegado al Alzamiento y se encontró envuelto en la vorágine de la guerra civil. El mismo día 12 de octubre Unamuno, por la tarde, entra en el casino del que casi fue expulsado, acusándolo de rojo peligroso. A partir de ese momento Unamuno decide no salir de su casa y por los periódicos se entera de que ha sido cesado en el cargo de Rector de la Universidad salmantina. Dicha disposición está firmada por el Jefe del Estado, Francisco Franco.
Como si de un testamento verbal se tratase, Unamuno hacía estas declaraciones a un periodista: “Tan pronto como se produjo el Alzamiento el Gobierno de Madrid me destituyó en el cargo de Rector. El régimen de terror del marxismo que invade España sobrepasa todo lo habido y por haber, y no son sindicalistas, ni socialistas, ni anarquistas, sino bandas de degenerados escapados de prisiones de criminales, sin ideología alguna. España está asustada de sí misma y o vuelve sobre sus pasos o irá directamente al suicidio social”.
Miguel de Unamuno sigue encerrado en su casa. No se sabe si por voluntad propia o confinado por la Falange. Son muy pocos los que se atreven a visitarle. Y como si presintiera su muerte, después de exclamar “España se salvará, porque tiene que salvarse”.
Al calor del brasero de una mesa camilla Miguel de Unamuno va reclinando la cabeza sobre el pecho y muere con la tarde de aquel último día del año 1936. La Falange, con su uniforme, se hace cargo de los restos y de las gestiones, pareciendo no haber escuchado las graves acusaciones hechas por Unamuno a la Falange, por imponer por la fuerza sus propias convicciones.
El 1 de enero de 1937, el gran pensador es llevado a hombros al cementerio y sus restos son despedidos con un “¡Presente!” coreado por todos.
Miguel de Unamuno enmudeció para siempre quedando ahí para la Historia. Un hombre de carne y hueso, solitario, terco, apasionado, sincero, pensador y literato, pues la muerte también se lleva a los genios.
Graduado Relaciones Laborales y Recursos Humanos, Poeta.