En Tiempos de Aletheia

Vuelta a la rutina

Se acerca el final del verano y se supone que muchos de nosotros volvemos al trabajo. Desde la última semana de agosto, en los programas radiofónicos y televisivos típicos del verano en los que se habla de temas varios, definen un espacio para comenzar a nombrar la depresión postvacacional que se prevé que vamos a sufrir la mayoría de los que volvemos al trabajo, incluyendo a niños y jóvenes que también van a comenzar sus clases.

Lo que me molesta de esta cuestión, por su gravedad a nivel social, es que se trata el tema como si fuera un trastorno que todos los que vuelven al mundo laboral van a padecer. Hace apenas veinte años no se hablaba de esos días de vuelta a la rutina como algo patológico, sino que todos asumíamos que era normal que nos costara un poco levantarnos de nuevo a las seis o las siete de la mañana, y que esa ligera desgana a la hora de volver al trabajo formaba parte del ritual de lo que era el final de las vacaciones.

Como profesional de la psicología me irrita ver como se frivoliza con los términos que, muchas veces, se emplean en los medios de comunicación. Considero que se debe tener mucho cuidado a la hora de poner nombres a las situaciones o estados emocionales de las personas ya que su consecuencia directa es que una reacción que es normal y adaptativa, por el simple hecho de tener un nombre, se patologiza. A fuerza de nombrar ese concepto, mal definido, se comienza a utilizar con tanta frivolidad que hasta los niños pequeños se protegen tras él para resistirse a asistir a clase, y los mayorcitos justifican su bajo rendimiento escolar durante la primera evaluación.

Pero ¿qué estamos haciendo? Parece que exista “Un Gran Hermano”, como en la novela de Georges Orwell, que pretenda que todos nos sintamos de la misma manera y en el mismo momento. Se busca una uniformidad conductual de los individuos que conformamos la sociedad de este lado del mundo.

En primer lugar, me gustaría explicar que existe una diferencia sustancial entre un cuadro depresivo y una reacción adaptativa como, en todo caso, se debería denominar esa alteración del estado de ánimo a la que se puede sumar una sensación de cansancio y desmotivación hacia nuestro trabajo. Claro que todo cambio supone estrés, pero también es cierto que sentir estrés no es necesariamente negativo. El estrés nos mantiene alerta ante los potenciales “peligros” que nos acechan en la vida cotidiana y, por lo tanto, permite que nuestro cuerpo se entrene a adaptarse a los cambios.

Es evidente que tras un periodo de mayor descanso y liberación de la mente y el cuerpo que es lo que se supone implican las vacaciones, retomar un ritmo más activo es sinónimo de esfuerzo. Por lo tanto, la vuelta al trabajo supondrá una readaptación a una organización diaria diferente, la cual habíamos abandonado por unos días y en el mejor de los casos por unas semanas.

En segundo lugar, deseo expresar que existen muchas formas de “disfrutar“ de las vacaciones. Hay quien utiliza esos días para relajarse y descansar y se muestran mucho más flexibles en cuanto a horarios de comidas y de sueño, se mueven por lo que les apetece y no por lo “que deben”, se permiten pequeñas licencias como saltarse la dieta o no ir al gimnasio. Otros en cambio ocupan esos días de asueto con múltiples actividades, viajan o practican actividades que durante el invierno no pueden. Existen los que buscan un “liberarse de sí mismo”. Es como si se escaparan de las obligaciones que se auto–imponen durante el resto del año y se “asilvestraran”, dicho con todo el cariño hacia esos humanos entre los cuales me incluyo. Estos últimos cambian su estilo de vestir por prendas mucho más cómodas y buscan el acercamiento a la Naturaleza. Muchos consideran que alejarse de ciertas obligaciones nos permite volver a nuestra esencia.

Por lo tanto, tantas formas hay de disfrutar o sobrellevar las vacaciones, como formas hay de volver a adaptarse a la rutina de nuestra vida laboral impuesta.

¿Y qué pasa con los que se van de vacaciones y desconectan de la rutina en septiembre u octubre? Esos cuando vuelven, ¿acaso no tienen derecho a tener unos días en que estén algo más lentos de reflejos? Ese tema recurrente todos los años que seguramente surge como relleno de programas de entretenimiento, comienza a estar obsoleto o fuera de lugar, ya que en la actualidad existe mucha población laboral que reparte sus vacaciones en varios períodos, por lo que ya no tiene mucho sentido insistir en la “pseudodepresión post-vacacional”.

Ante las recomendaciones que habitualmente se dan para superar con éxito ese período, yo propongo otro tipo de consejos:

  • Aceptar como positiva esa nueva puesta en marcha y asumir que únicamente se pasa un poco mal la primera semana, lo cual es señal de que estuvimos muy bien durante las vacaciones.
  • Retozar en los recuerdos de las anécdotas divertidas en las que nos hemos visto envueltos y, por supuesto, contarlas a los compañeros. Es sabido que cualquier situación compartida es recordada con más emotividad y su recuerdo es más duradero.
  • Escuchar con atención lo que ellos nos cuenten y aprovechar para plantearnos nuevas propuestas de actividades.
  • Proponernos objetivos en el trabajo o un cambio en la organización a nivel personal que nos motive ante el nuevo período al que nos enfrentamos.
  • Hacer planes para el próximo tiempo de descanso.

A todos: ¡Feliz vuelta al trabajo!

 

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