La escritura es una herramienta esencial para el ser humano que desde hace generaciones nos acompaña en el día a día. Facilita recordar los asuntos pendientes, organizar los planes futuros, reflexionar sobre los acontecimientos del momento…, en definitiva, “complementa” las funciones del cerebro a modo de unidad externa o disco duro.
¿Qué importancia tienen las agendas, los post-it, los diarios? Permiten que todo quede plasmado fuera de nuestra “mente” y así podamos recurrir a ellos sin tener que hacerlo consciente todo el tiempo. Al igual que en la vida cotidiana, en la terapia psicológica se utiliza la escritura para diversos objetivos: desde los más “directivos” como hacer listas, rutinas, horarios, auto instrucciones…; a los más reflexivos y que llevan a la introspección: diarios, preguntas abiertas, líneas de vida, cartas, etc.
En las terapias psicológicas que abordan procesos de duelo es habitual la utilización de la escritura de cartas a modo de despedida, cierre o como ayuda para zanjar algunos asuntos sin resolver. En este artículo analizo una de las cartas escritas por una paciente como despedida al duelo, a través de la que podemos observar cómo es el proceso, las características particulares de la pérdida y la importancia del trabajo personal para poder soltar el dolor y colocar el recuerdo. La carta va dirigida al propio proceso de duelo, a modo de despedida y fin del camino, y versa sobre su marido, quien falleció dos años antes de que comenzáramos la terapia.
Fecha Mayo 2020
J., querido. Han pasado dos años, seis meses y veinte días desde que te fuiste para siempre. Después de este tiempo de dolor y soledad terribles (por doler me dolía hasta el aliento) y de debatirme entre la angustia y la soledad que me llevaban a un sube y baja emocional, que se hacía a veces insoportable; he ido aceptando (que no resignándome a) tu ausencia. Aunque tu presencia sigue estando en todo lo que me rodea y en lo que hago.
No puede ser de otra manera, te quería mucho y además me gustaban muchas cosas de ti. Me gustaba tu inteligencia, tu calma, tu honestidad, tu saber estar, tu físico, que me quisieras tanto, yo te decía que me querías a mí más que yo a ti… a veces eras cabezota, refunfuñabas, pero yo había aprendido a vivir con eso.
Toda pérdida es en sí misma dolorosa, se rompen vínculos y se pierde más que el propio objeto de duelo, se retiran apoyos, proyectos, historias… En el caso del fallecimiento de la pareja, la muerte de la persona se lleva consigo proyectos de vida comunes, vínculos materiales compartidos y la ruptura del vínculo afectivo, en realidad, una ruptura total y definitiva de la pareja. Esto hace que se mezclen duelos (fallecimiento, ruptura de pareja, proyectos comunes…), generando gran dolor, “por doler me dolía hasta el aliento”.
Es importante destacar el matiz que señala respecto a la aceptación y la resignación, pues poder hablar de aceptar la ausencia o la pérdida es indicativo de haber avanzado por la negación y la resignación hasta colocar el recuerdo y aceptar que esto es lo que queda tras el duelo “tu presencia sigue estando en todo lo que me rodea y en lo que hago”.
Algunas cosas de nuestra relación no llegué a superarlas nunca, como que no aceptaras mis intervenciones cuando hablabas con alguien. A veces me lo decías con humor, otras con ironía, y en otras con brusquedad, casi con violencia. Te lo hice saber en muchas ocasiones. Hablamos de que parecía que yo compitiera, te hice saber que no, pero no lo aceptaste o no quisiste aceptarlo. Nunca me dejaste entrar por completo en tu vida.
Poder plasmar las cualidades y virtudes de la persona junto a algunos defectos o aspectos menos agradables, señala que la persona no está en la fase de idealización más cercana a la pérdida, en la que destacar aspectos “negativos” del fallecido resulta complicado, si no que más bien, parece un recuerdo “realista” sobre las experiencias vividas. Por otra parte, la carta sirve para expresar y hacer explícitas aquellas cuestiones que no llegaron a resolverse, los reproches o asuntos pendientes. Permite que la culpa se diluya al reflexionar sobre lo que hizo para tratar de solucionarlo y lo que dio en la relación, esto ayuda a aceptar aquello que le habría gustado que fuera diferente y facilita distinguir la responsabilidad de la culpa. En definitiva, logra ver y asumir cuál fue su parte, qué podía hacer en la relación y cuál era la de él, “te hice saber que no, pero no lo aceptaste o no quisiste aceptarlo. Nunca me dejaste entrar por completo en tu vida.”
El balance de nuestra convivencia de 30 años ha sido muy positivo, lo hemos pasado bien juntos; has sido mi amor, mi compañero y mi amante. He aprendido mucho de ti, me has enseñado a valorarme, a tener seguridad, a calmarme. Decías a los demás lo fuerte que soy, sin embargo, las fuerzas me han abandonado en muchos momentos. He necesitado oír tu voz, hasta hace poco no he podido mirarte en las fotografías (siguen ahí). Me has dado tanto en la vida que la has dejado llena hasta después de la muerte.
Uno de los aspectos que indican que el duelo se va transitando es poder valorar los aprendizajes y enseñanzas que se quedan en nosotros tras la pérdida. Por otra parte, mirar fotografías, leer escritos, ver vídeos de su marido, es algo que no podía hacer sin sentir un inmenso dolor hasta estar avanzada la terapia. Tiene que ver con el miedo que produce conectar con la pérdida, con la creencia de que, si hablamos o permitimos recordar al fallecido, reviviremos el sufrimiento sin poder salir de ahí. Por otra parte, mantenía las fotografías y otros recuerdos a la vista, pues se genera a la vez gran miedo al olvido; haciendo que esos recuerdos provoquen sufrimiento, pero no podamos vivir sin ellos.
Aceptaste tu enfermedad y la muerte sin aspavientos, con elegancia, ni una queja. Respecto a tus últimos momentos tengo una situación sin resolver y que no creo se resuelva… vi cómo enrollabas el tubo del oxígeno en la mano, te dije que no lo hicieras que se podía romper. Cuando te levantaste y te mareaste pude ver el cable en el suelo, intenté juntarlo, pero faltaba una pieza, te sentaste y te quedaste muerto. Muy sereno. La pieza apareció unos días después debajo del sillón. Tengo la duda de si esto fue casual o si la quitaste. Sea lo que fuere…
Esta situación generaba gran duda y dolor en ella, dificultaba la aceptación de la pérdida y hacía que conectara con más frecuencia con la negación. Puesto que añade más confusión e incertidumbre al fallecimiento y complica la comprensión y asimilación de la muerte. Tras reflexionar y permitirse expresar sin juzgarse que quizás no fue casual, pudo aceptar que la duda la acompañaría y soltar el dolor que iba unido al recuerdo. Este tipo de situaciones que no llegan a resolverse o tener una respuesta van de la mano de dolor, culpa, frustración…; es importante poder colocarlo sin que haya sufrimiento, aunque la duda permanezca (“Sea lo que fuere…”); señal de ello fue que dejara de soñar con el momento y no apareciera como un pensamiento recurrente.
He tardado mucho en dejar de recordarlo constantemente sin dolor. No tengo tanta riqueza de recursos como tú creías para superar el dolor. He tenido que pedir ayuda para vivir en soledad, para volver a los recuerdos y no forzar el olvidarme de ti.
La naturaleza me ha puesto a prueba otra vez, ha sido un virus que se ha expandido por el mundo. Algún día, si mi salud lo permite viajaré hasta tu tierra, quiero llevarte allí conmigo en el alma. Te echo de menos en numerosas ocasiones pero he decidido recordarte con alegría y felicidad por los años que hemos pasado juntos.
Es importante la reflexión que hace sobre volver a los recuerdos y no olvidar, con frecuencia en el duelo se genera un gran temor al olvido, a que se difumine el recuerdo de la persona, las experiencias vividas…; dicho miedo tiene relación con la idea de “pasar página” o “seguir adelante/continuar con la vida”, pues socialmente se nos empuja a pasar cuanto antes el dolor de la pérdida. De esta manera se genera cierta presión por “superar” el duelo a la vez que tratamos de no olvidar, lo que lleva a aferrarnos al recuerdo mediante el dolor como única herramienta. Al comprender que no se trataba de olvidar ni superar, sino más bien de soltar el dolor y mantener el recuerdo, fue capaz de echarle de menos sin sufrimiento, de recordarle sin temor (“quiero llevarte allí conmigo en el alma (…) he decidido recordarte con alegría y felicidad”).
Con todas estas reflexiones voy a despedirme de este período de tiempo en el que me he enfrentado a momentos muy dolorosos en los que he tocado fondo, he tenido miedo, angustia y soledad. Seguramente estos aparezcan en algún momento de nuevo. No los evitaré, incluso permitiré que se queden un rato, pero los enfrentaré, desde la felicidad y el buen recuerdo de los años pasados contigo.
Me ha costado mucho encontrar estas palabras y si he sido capaz de hacerlo es porque estoy serena.
Fue muy doloroso mientras duró. ¡Chao!
La carta termina con una despedida al duelo, reconociendo las dificultades y aceptando que el miedo y la angustia pueden volver a aparecer, sin embargo, ahora posee herramientas para gestionarlos.
Este tipo de escritos ayudan a dar forma y colocar una experiencia tan dura como la muerte de la pareja, permiten hacer un recorrido por lo vivido, aceptar las emociones y circunstancias, deja ver cómo se ha avanzado por el camino del duelo y finalmente, permite “cerrar” dicha etapa.
*Gracias a Á. por su trabajo realizado en terapia y colaborar con su carta para este artículo.
Psicóloga General Sanitaria