En Tiempos de Aletheia

Del miedo a la acción solidaria

En estos días de confinamiento por el estado de alerta general quiero analizar qué emociones resultan más útiles para alcanzar un grado de motivación suficientemente elevado para conseguir los cambios de conducta que se han definido como necesarios para prevenir males mayores que los que ya sufre la sociedad por la pandemia del Covid-19.

En un primer momento, parece que generar miedo es la emoción más útil para paralizar a una persona, ya que el miedo es una de las emociones primarias tanto del ser humano como de los animales. El miedo es fundamental para nuestra supervivencia ya que nos hace reaccionar ante cualquier peligro. En función de cómo evaluemos la situación, prácticamente de manera instintiva reaccionaremos huyendo o manteniéndonos quietos para pasar desapercibidos ante el peligro que nos generó esa emoción.

Pero, ¿qué ocurre si la amenaza permanece en el tiempo y afecta a un grupo de personas?

En ese momento el miedo deja de resultar válido y hay que plantearse vencer a lo que nos generó esa emoción tan desagradable. Cuando el miedo perdura se convierte en una emoción disfuncional, ya que va afectando a nuestra autoestima al provocar en nosotros un sentimiento de indefensión que nos incapacitará para la lucha.

Ese, entonces, es el momento de cambiar y pasar a activarse basándonos en una emoción que nos una como grupo y nos permita, por instinto de supervivencia, luchar juntos contra el peligro que sigue acechando.

El líder de cualquier grupo social sabe que es más fácil cambiar la conducta de un grupo que la de un individuo aislado siempre y cuando halle la energía que sea capaz de movilizarlo.

En el caso de esta pandemia era necesario encontrar un argumento políticamente admisible y emocionalmente aceptable para que la sociedad se dispusiera a cambiar sus hábitos de libertad de movimiento y se recluyera en casa por el bien común. Por ello tras utilizar la emoción del miedo para conseguir que los individuos se mantuvieran atentos a las instrucciones que estarían por llegar, se pasó a intentar generar un movimiento de solidaridad que permitiera que todos lucháramos por un mismo objetivo: combatir la transmisión del Covid-19.

La solidaridad nos pone en acción y hace visibles nuestros valores éticos y, sobre todo, crea lazos de fraternidad entre los seres humanos. Cuando somos solidarios dejamos de preocuparnos solo de nosotros mismos para empezar a mostrar interés por el bien común. La solidaridad es un sentimiento opuesto a la agresividad, y resulta indispensable en las catástrofes que afectan a una mayoría de la población.

¿Cuánto tiempo puede durar el sentimiento de solidaridad con la intensidad suficiente para ser útil?

La respuesta a esta pregunta se ve influida por varios factores individuales. Yo nombraría, como los primeros en importancia, los rasgos de personalidad y, sobre todo, el nivel de madurez y de autoconocimiento de nuestra escala de valores. Posteriormente, se hallarían las circunstancias sociales que han generado esa necesidad de conducta solidaria y, en tercer lugar, pero no por ello poco relevante, la capacidad de liderazgo de las personas que dirigen o solicitan el cambio conductual.

Seremos más solidarios en tanto en cuanto consideremos que tenemos nuestras necesidades primarias cubiertas, lo cual es fácilmente deducible y entendible. En segundo lugar, los individuos se comportarán de manera solidaria, si ese valor forma parte de su escala de valores y ha alcanzado un grado de madurez personal que le ha hecho superar el individualismo.

Si deseamos un movimiento solidario que perdure varias semanas, será necesario que cada individuo interprete la situación social como merecedora de su esfuerzo y del cambio de actitud que se le pide, bien por su gravedad o por su valor. Para ello los ciudadanos deberán tener acceso a información basada en datos fiables y presentada por personas de amplia credibilidad. A medida que pasen los días, la motivación se apoyará en el refuerzo positivo que supone la comprobación de algunos resultados de las acciones emprendidas hasta el momento y de la imagen o el concepto que tengan estos individuos de sus líderes sociales.

Pero, ¿qué ocurre respecto de la imagen que tenemos de nuestros líderes?

Si consideramos que nuestros líderes sociales no demuestran con sus actos valores éticos similares a los nuestros, perderán toda credibilidad a la hora de solicitar a los ciudadanos un ejercicio de solidaridad prolongado respecto de nuestros congéneres, a pesar de que en el plano individual estemos convencidos de que nuestras conductas son dirigidas por unos valores éticos y morales elevados e interiorizados. Llegados a esa situación los individuos irán perdiendo la motivación para seguir sacrificando sus deseos en favor de un objetivo común y pueden ir apareciendo conductas disruptivas y francamente boicoteadoras. Solo un grupo unido por un flujo de energía bien dirigida al objetivo puede minimizar acciones de este tipo absorbiendo esas pequeñas salidas de tono, sin que ello afecte al rumbo.

¿Quedarán rasgos positivos de este movimiento solidario en los individuos?

Si se logran minimizar las secuelas que esta situación ha producido a nivel social, globalmente podrá quedar un sentimiento de satisfacción, de capacidad de afrontamiento e interiorizaremos una sensación de poder como grupo.

A nivel individual, el esfuerzo mostrará sus secuelas en forma de trastorno por estrés postraumático a muchas de las personas que se hayan visto implicadas de manera directa y que hayan estado muy cerca del elemento que generó la primera emoción de miedo y se hayan enfrentado a él.

¿Quedará entonces suficiente solidaridad para apoyar, entender y ayudar a los profesionales que han estado en primera línea? ¿Y a los familiares y amigos que hayan perdido a algún ser querido en la lucha contra el Covid-19?

¿Quién decidirá el momento en que puede terminar el movimiento solidario?

Solo espero que los líderes sociales que dirigen la gestión de esta tan complicada y dura situación, tengan conciencia de que también deberán ser capaces de generar en la población las emociones y sentimientos que sirvan para convertir a la ciudadanía, primero atemorizada y luego solidaria, en una sociedad cohesionada, resiliente y con capacidad de reacción ante cualquier amenaza, provenga de donde provenga.

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