Se dice que la Ciencia y la Filosofía surgen del inconformismo del ser humano con las respuestas ficticias e indemostrables que le ofrece la Religión, o lo que es lo mismo, lo que en la Filosofía se conoce como el paso del mito al logos. El surgimiento de dicho inconformismo formulado teóricamente tuvo lugar en la Antigua Grecia allá por el siglo VI antes de Cristo, según los expertos en la materia. Interpretamos de este modo los mitos como aquellas historietas producto de la fantasía o de la invención de algún individuo que satisfacen la curiosidad intrínseca de saber que tiene el ser humano, de querer tener explicación para aquellos asuntos que versan sobre su existencia, es decir, el porqué de las cosas, el origen de la vida, la explicación del funcionamiento del universo, de cómo debo comportarme, etc. Lo que vienen a ser todas aquellas cuestiones que buscan saciar ese instinto humano innato y conocedor, a veces paliado por la comodidad conformista de no ir más allá, de permanecer en la minoría de edad. Y, en última instancia, ese instinto que intenta ofrecer un sentido a nuestras vidas, esto es, que busca ofrecer una explicación coherente del mundo y del lugar que ocupamos en él.
Pues bien, en esta motivación no encontramos diferencia entre las respuestas filosóficas que nos ofrecieron los filósofos presocráticos y las que nos ofrecían los mitos, ya que parecen responder a lo mismo. Pero, si esto es así, ¿en qué podemos encontrar esa diferencia, ese “paso” al que nos referíamos al principio del texto? Bien, esta supuesta diferencia se halla en el modelo de respuesta, en el uso del logos, del razonamiento filosófico o del método científico. Luego, siendo la pregunta idéntica en los tres casos, es decir, en la Ciencia, en la Filosofía y en la Religión, nos quedan unos mismos interrogantes y una respuesta de diferente índole concedida en cada caso.
Así que, resumiendo, digamos que la motivación es la misma en estas tres disciplinas, la búsqueda de respuestas a preguntas existenciales, mientras que las respuestas son diferentes. Tenemos por un lado las que son producto del logos, de la razón, y por el otro, las que son producto de la imaginación y constituyen los mitos.
Expuesto de esta manera parece sencillo, pero no es tan simple la cosa si se profundiza un poco en el asunto de las mistificaciones, porque ni los actos de fe ocurren solo en la Religión, ni la Filosofía ni la Ciencia pueden demostrar todo aquello que afirman.
A veces sucede que necesitamos de la aceptación de premisas no verificables por la experiencia para continuar con las teorías científicas, o necesitamos del falseamiento de resultados en las comprobaciones empíricas de las hipótesis, como ha sucedido y ha quedado al descubierto por ejemplo en el caso de las leyes de Mendel, o de argumentos falaces en la fundamentación de estudiadas e importantes teorías filosóficas, como el caso de Descartes postulando la existencia de Dios como garantía de un conocimiento certero o la glándula pineal como fundamento y solución al problema de la comunicación entre substancias en el problema del dualismo antropológico mente-cuerpo. Por supuesto que no sucede a menudo, pero ocurre más de lo que el espíritu cientificista moderno se cree, y nunca mejor dicho, lo de creer porque de eso trata en última instancia, de lo que cada uno está dispuesto a creer.
De lo que acabamos de enunciar podemos inferir además este otro precepto: Las teorías científicas no aspiran a ser verdaderas sino que simplemente aspiran o deben aspirar a ser funcionales si no queremos caer en estas controversias de credulidades. Porque no son verdaderas ni definitivas, las teorías científicas se actualizan, se renuevan, se falsan, se refuerzan. Al igual que las filosóficas que también se renuevan y se ajustan a la realidad, a aquello de lo que hablan, que evidente e indudablemente es mutable como lo deben ser ellas.
Para aclarar estos dogmas podemos ejemplificar algunos de ellos, pongamos el caso de la Física, y centrémonos en Galileo, el padre de la Ciencia Moderna y uno de los máximos exponentes de la Revolución científica que tiene lugar en el Renacimiento. Galileo defendió el sistema heliocéntrico del Universo y para ello proporcionó pruebas experimentales de que ello era cierto, pero pensemos en esas pruebas, imaginemos el momento en que un señor de esa época tiene que aceptar unas pruebas que no solo atentan contra las Sagradas Escrituras, sino que atentan contra el sentido común y contra las creencias más arraigadas que el hombre tiene. ¿Cómo alguien puede creer que estamos en movimiento?, y más aún, ¿cómo podemos creer que nos movemos a una velocidad de 1.600 km/h sobre un eje imaginario, lo que se conoce como el movimiento de rotación, que a su vez se mueve describiendo una órbita y girando al rededor del Sol?. Pues no parece este precepto algo que alguien pueda creerse sin más, todas las evidencias experimentales de mi día a día me lo invalidan. Por lo que parece aquí, la fe juega un papel importante, es decir, en la aceptación de axiomas de este tipo, axiomas inobservables como tales.
Por supuesto que existen otras muchas afirmaciones científicas que nos sorprenden, o que al principio nos han provocado cierta disonancia cognoscitiva. Pongamos más ejemplos, dejando el paradigma de la Física Clásica y pasando al de la Cuántica, cuyas teorías sobre partículas que no están en ningún lado porque desaparecen entre orbitales o partículas que se comportan diferente cuando las observas, ni el propio Einstein, entre otros físicos prestigiosos, pensaba que pudieran responder al modo en que verdaderamente funciona el Universo, porque el esfuerzo que tiene que realizar alguien para creerse estas cosas es un importante acto de fe. Pero estas teorías funcionan, otra cosa es tomarlas por la verdad última o, lo que es peor, extrapolarlas a otros ámbitos de la vida, lo cual resulta incluso peligroso. En este punto el autor de la Teoría de Relatividad, el otro gran paradigma de la Física, como tantos otros, no había entendido que las teorías científicas simplemente funcionan, que no se trata de que sean ni verdaderas ni falsas, que sirven porque nos ayudan a predecir hipótesis sobre lo que pasará, sobre lo que ya ha sucedido y, en definitiva, a interactuar mejor con el mundo que nos rodea, lo cual ni es una nimiedad ni necesariamente hay que creer que siempre será así.
Profesora de Filosofía y Psicología