Desde siempre, el ser humano ha estado relacionándose con todo tipo de pérdidas; entre ellas, las de otro ser, la muerte de un igual. Este suceso único y personal que es el duelo ha sido y está siendo transitado en la actualidad por multitud de personas como causa de la COVID-19, que ha generado pérdidas a distintos niveles: pérdida del trabajo, del hogar, pérdida de la salud…, añadidas, en muchos casos, a la pérdida por el fallecimiento de seres queridos.
En todas las culturas y poblaciones existen diversos rituales y símbolos referentes al fallecimiento. A través de la historia y aspectos socioculturales, puede apreciarse cómo, actualmente, la muerte y todo aquello que la rodea se ha ido convirtiendo en “tabú”, un tema que evitar o mantener alejado, asociado a enfermedad, dolor, angustia… Esto ha generado que los duelos tiendan a convertirse en procesos más bien individuales, en los que los momentos de compartir y expresar dolor son limitados a espacios y tiempos concretos, con el objetivo de “superar” cuanto antes el dolor de la pérdida y “pasar página”. Dicha “presión social”, ha servido como medida para enfrentar el dolor que causa la pérdida, pues procuramos evitar o escapar del sufrimiento propio lo más rápido posible y ayudar de la misma manera al prójimo. Sin embargo, esta forma de “afrontamiento”, impide que podamos otorgar al duelo la importancia vital que merece y dificulta poder tomar conciencia de la necesidad de parar para aceptar, colocar el dolor y continuar.
Toda pérdida genera gran impacto psicológico y emocional, obliga a cambiar aspectos de la vida e influye en la salud general de cada individuo. Si bien, este impacto se ha visto agravado al encontrarnos en estado de alarma, al decretarse el “confinamiento” y comenzar a sentir y vivir las consecuencias de la situación. Psicológicamente, el miedo y la ansiedad han estado a flor de piel. Las noticias y mensajes que recibimos hablan de muerte, enfermedad, virus, contagios…, activando nuestros mecanismos de vigilancia y alerta, desmontando nuestros esquemas y creencias sobre la seguridad y el control de la vida individual y en sociedad. De esta manera, se complica el afrontamiento de la pérdida que es, de por sí, una situación crítica, dificultando el comienzo de la elaboración del duelo e incrementando dicha ansiedad y miedo.
Tras colaborar como psicóloga voluntaria en el dispositivo de Apoyo al Duelo que el Colegio Oficial de Psicología de Madrid puso en marcha, he intervenido con diferentes familiares de fallecidos por COVID, observando y escuchando que, sin duda, la parte más traumática y difícil de gestionar de estos fallecimientos han sido las “no despedidas”. Decir “adiós”, expresar en vida aquello que estaba pendiente, el acompañamiento en los últimos momentos… Cualquier despedida (simbólica o literal) es una gran aliada para comenzar la elaboración del duelo. Actualmente, los sentimientos de impotencia y culpa por no haber acompañado y no haber dicho “adiós”, son los que más dolor y dificultades generan. No despedirse, no ver ni tocar al ser querido, no acompañar en los hospitales y no poder velar al fallecido, genera duelos “abiertos o suspendidos” en los que la aceptación y la asimilación de la pérdida se complica. También, con frecuencia, en estos meses han aparecido duelos múltiples, en los que se mezclaban pérdidas tangibles y no tangibles, muertes y pérdidas materiales, de trabajo, hogar, etc., y duelos “desautorizados”, en los que los familiares expresaban palabras como “no tengo derecho a estar mal, mi madre tenía 96 años, ha muerto injustamente de Covid pero a quién le expreso mi dolor me dice –bueno, era muy mayor, es normal que le haya tocado–”.
Desde que se recibe la noticia de la muerte, incluso antes de fallecer la persona (duelos anticipados), comienza un proceso completamente personal, en el que el individuo se coloca ante un camino desconocido que inicia con dolor y miedo. Por ello, es importante conocer y reflexionar sobre los recursos que facilitan “comenzar a transitar el camino” y que durante el estado de alarma, no han estado disponibles o recurrir a ellos ha sido complicado.
Resulta imprescindible hablar de la pérdida y lo que genera para poder comenzar a aceptarla. La situación de confinamiento, al imposibilitar el acompañamiento y la despedida, ha dificultado “creer” que ha sucedido, y con frecuencia se han expresado pensamientos como “me parece que sigue en el hospital”, “siento que va a llamar”, “¿y si ha habido un error y sigue vivo?”. Resulta doloroso hablar de la pérdida, el mero hecho de pronunciar la palabra “muerte” o comenzar a hablar en pasado del ser querido genera angustia. Sin embargo, hablar de ello otorga la posibilidad de situarnos en la realidad y es esta la única manera de comenzar a afrontarla.
Habitualmente, al dar espacio para hablar del duelo he encontrado el famoso “miedo al miedo”, el temor que genera comenzar a hablar de aquello que hace sufrir, por sentir el dolor y la sensación de no poder escapar “cuando empiece a hablar de la muerte de mi hermana sé que me derrumbaré, por eso no quiero hacerlo, ¿y si no consigo superarlo?”. Dar el paso de comenzar a transitar este camino es lo que permite poder soltar el dolor, gestionarlo y darle su lugar. Elaborar el duelo tras una pérdida no implica aferrarse al sufrimiento y no poder seguir adelante, pero tampoco consiste en pasar página y olvidar. Es esencial equilibrar, poco a poco, los momentos de dolor y los momentos de seguir adelante con la propia vida. Igual de importante es comprender que elaborar el duelo no significa olvidar, sino, más bien, colocar; soltar el dolor y sufrimiento que se generan y mantener el recuerdo, lo vivido y lo aprendido con quien ha fallecido.
Los rituales, símbolos y despedidas son clave para aceptar y elaborar el proceso. En nuestra sociedad actual el tanatorio y el funeral componen dos momentos esenciales para la asimilación de la muerte. En primer lugar, observar el cuerpo en el contexto de un velatorio ayuda a conectar con la realidad de la pérdida, permite comenzar a aceptarla y minimiza la probabilidad de “engancharse” a la negación. Por otra parte, el tanatorio otorga un contexto que facilita la ventilación emocional, constituye un espacio de expresión de dolor, llanto, rabia…, en el que las emociones se validan y son sostenidas por las personas que acompañan. Por último, el funeral simboliza “la despedida”, facilita en gran medida la aceptación y la sensación de cierre, en la que, de nuevo, se permite la expresión de dolor y que este sea compartido.
En las historias de los familiares cuyos fallecidos han sido a causa de la COVID-19, no han existido dichos momentos que facilitan la aceptación y la despedida. En muchos casos, la noticia se ha recibido en soledad, sin posibilidad de ver el cuerpo, sin oportunidad de velar ni simbolizar con el resto de seres queridos la despedida.
Cada persona tiene su propio ritmo y necesidades, pues el duelo es un proceso único para quien lo transita. Sin embargo, tener presente la importancia de parar, sentir y expresar el dolor, aceptar, despedirse, colocar…, contribuye a prevenir complicaciones en el proceso y otorgar el valor que merece a un suceso vital tan importante como es la pérdida.
Psicóloga General Sanitaria