Vengo de una tertulia de filosofía en Madrid, quizá la más reputada de la capital. Están todos locos, menos yo, naturalmente. Personas con estudios, muy inteligentes, capaces de hablar en público, con una gran cultura y seguramente no poco sentimiento moral defendiendo cosas que harían sonrojar a la gente de la calle si esa gente adquiriera el valor de replicar a los engreídos. Hoy tocaba leer La anti-naturaleza de Clément Rosset, y, perdóneseme la jactancia, no he oído más que tópicos eclesiásticos. Para que entendáis hasta qué punto el pensamiento se ha vuelto loco, ha escogido la senda del manicomio, que era yo el único de la reunión que creía un poco en Dios y sin embargo era a la vez el menos teológico de todos. Porque los demás, en un alarde de insensatez, daban la razón a Rosset, y opinaban, con la aquiescencia de los pusilánimes, que por supuesto el mundo es un caos, el universo fruto del azar, el hombre un animal fallido y nuestra vida un instante fugaz entre dos nadas eternas, es decir, que eran todos más cristianos que San Francisco de Asís, pero que mucho más. Rosset, como todo francés de la última mitad de siglo que no ha entendido nada de nada, apelaba entre otros a Nietzsche, que es precisamente el azote de ese pensamiento de la negatividad por principio, o por epatar. Como parece que Nietzsche lo mismo vale para un roto que para un descosido, todo el existencialismo -y no eximo al pobre Camus, por más que me caiga bien- ha interpretado que Nietzsche es otro plañidero, otro llorón de la angustia de la vida, cuando es todo lo contrario, es el hombre que arrancó de la premisa correcta -la afirmación del devenir, del Ja Sagen, del Decir Sí a la existencia- para arribar en concusiones equivocadas –la desigualdad entre los hombres es connatural y deseable. Los franceses son esos filósofos, de prolija y prolífica escritura, que (seguramente por culpa de Kojéve y su lectura de Hegel, pero no lo podría asegurar) lo han puesto todo al revés. Para ellos, Nietzsche es el pensador de la negatividad del ser, de la que derivan políticamente la igualdad en el dolor entre los pobrecitos existentes. Hay que decirlo alto y claro: no han leído a Nietzsche, pecado de deshonestidad intelectual grave. Ni angustia ni nada parecido, Nietzsche es el filósofo de la Voluntad de Poder, no de la Voluntad de Llorar. En mi tertulia, han llorado todos, han mostrado sus llagas como en una terapia de esas de alcohólicos anónimos, del cáncer de testículos, o de pobres desgraciados adictos al sexo. Somos insignificantes, la vida es absurda, la tierra es una mota de polvo, vamos a morir, y un largo etcétera de ese jaez, todo expresado con el mejor de los talantes, no vaya a ser que se nos agüe la cerveza de después…
Pues no es cierto, chicos, leéis las cosas conforme a vuestro triste plan de empollones acabados. Nietzsche, en el Zaratustra, dice literalmente que “el corazón del mundo es de oro”, algo que han ignorado sistemáticamente todos los apóstoles del absurdo, del caos, de la vaciedad, del abismo, del me-dejó-la-novia-el-otro-día-la-muy-z… Ir por el mundo soltando que no somos nada, que la vida es un valle de lágrimas, que nacimos con un desgarro originario (un lacaniano merecedor de una parodia del viejo dúo de humoristas Martes y Trece ha sostenido muy seriamente, delante de mi cara, que venimos al mundo con la nostalgia de la fantasía de algo que nunca fue…. Anda y metete a cienciologo), que entre un animal o la pantufla del Realismo Especulativo y nosotros no hay diferencia alguna, es algo que está pidiendo una leprosería donde morir gimiendo en un rincón. Yo, la verdad, para eso, prefiero defender a Dios, que es una hipótesis mucho más verosímil que la del Azar. Alguien dice: “todo es resultado del azar”, y lo que quiere decir es “rehuso darte explicación de nada”. Azar, hoy –en la antigüedad era un dios, la Tyché– significa lo mismo que la infanta Cristina declarando ante en el juzgado: “no recuerdo”, “lo ignoraba”, “pasaba por ahí”… Por lo menos, Dios es una respuesta honesta, aunque sea supersticiosa, significa exactamente que “todo lo que sucede responde al principio de razón suficiente; Alguien o Algo ha querido que sea así y no de otro modo, y seguro que ha tenido sus buenos motivos”. La Filosofía, enfocada de esta manera, puede entretenerse en averiguar esos motivos; del otro modo, apelando al dios Azar, te callas y te resignas, puesto que el Azar, como la Necesidad, son ciegos, que es justamente lo que propuso Clément Rosset. Pues si es ciego, es ciego, ergo parálisis e impotencia, dedícate a garabatear aforismos desdichados que vendan libros a psicópatas, como Emil Cioran. Pero… ¿y si no fuese tan ciego, y si renunciar al logos fuera en realidad teología apofática? ¿y si la única manera hoy de ser pagano es creer en un orden, una intención, una belleza, en la grandeza del ser humano, en la excepcionalidad de la Tierra como Paraíso asombroso entre un sinfín de desiertos cósmicos? Pues en eso creo yo, porque puede verse. La Nada, la Angustia, el Absurdo… los encuentro poco empíricos. En cambio, mis hijos, la primavera, la música, los rostros irrepetibles de mis congéneres, el azul del cielo, la fluidez del agua, los domingos de fiesta… todo eso lo encuentro la mar de empírico, y me llena el corazón. De ahí que me den lástima estos teólogos nihilistas, pero peor para ellos…
Profesor de Filosofía en la Educación Secundaria en Madrid