Estas últimas semanas o ya incluso meses, escuchando conversaciones que la gente mantiene aquí y allá y tratando de tomar el pulso de la calle, he recordado un concepto que aprendí en mis primeros cursos como universitaria: LA INDEFENSIÓN APRENDIDA. Este concepto fue definido, por Martin Seligman y colaboradores, como “la condición que presentan algunas personas a comportarse pasivamente y con la percepción de no tener capacidad ni posibilidad de hacer nada por escapar de una situación molesta o dañina para ella”. Supone, para ellas, tener la convicción de absoluta ausencia de control sobre su vida y las circunstancias que le rodean. La indefensión aprendida afecta al plano existencial del ser humano. Es un estado que afecta a la cotidianidad de muchas personas y que se distribuye como un continuo que puede abarcar desde un ámbito concreto de la vida de esa persona hasta toda su esfera personal. Cuando alguien se ve afectado por esta condición, se inhibe ante situaciones aversivas o dolorosas y simplemente las soporta a pesar de ser consciente de que debería hacer algo para salir de ahí. En muchas ocasiones las personas que las observan llegan a considerar que es posible que la víctima esté obteniendo un beneficio secundario al mantenerse pasiva y que por ello no muestra una motivación para cambiar. Nada más erróneo que esa imagen. Esa percepción es consecuencia de un análisis muy simplista de lo que es una situación aversiva prolongada y de sus consecuencias.
¿Cómo se llega a ese estado?
Esa forma de sentirse y de considerarse indefenso es algo que se adquiere poco a poco. Es un estado emocional que impregna a la persona que lo padece tal y como el mar va empapando la arena de la playa cuando sube la marea. Utilizando ese símil es como si cada ola correspondiera a una situación o un hecho concreto que ha carcomido mínimamente uno de los pilares en que se apoya nuestra autoestima y nuestra fortaleza psíquica y que, al cabo de un cierto tiempo, lo acaba deshaciendo, logrando derrumbar la estructura en las que aquellas estaban integradas.
Esas lesiones emocionales también afectan a nuestra parte cognitiva ya que pensamiento y emoción tienen una relación biunívoca. Pensamientos negativos llevan a emociones negativas y viceversa. Lo mismo ocurre con los pensamientos positivos y las emociones que generan.
Todos somos potenciales víctimas de la indefensión aprendida. Basta con vernos expuestos a sobrecargas de trabajo sin obtener reconocimiento personal, a pequeños chantajes emocionales por parte de personas significativas para nosotros, pequeños, pero continuos, desengaños por amigos de los que esperábamos apoyo para que un día nos encontremos en una situación en la cual nos veamos sin fuerzas y, sobre todo, sin esperanza ni ilusión por cambiar una parte de nuestro mundo que no nos gusta y que soportamos.
Tras la publicación de los primeros experimentos de Seligman, Weiner ahondó en esa teoría y la complementó con la Teoría atribucional donde se explica que la indefensión es consecuencia de la manera en que las personas interpretamos situaciones y atribuimos nuestros fracasos y éxitos en la vida.
Si atribuimos a causas externas nuestros logros como la suerte, la elección de otra persona o las circunstancias estamos perdiendo el refuerzo positivo de nuestra valía y nuestro esfuerzo. Si, además, le asignamos estabilidad en el tiempo, nuestra autoestima se verá afectada por la ausencia de reconocimiento de nuestras habilidades y el consiguiente sentimiento de incapacidad. Igual de negativo sería asignar la causa de nuestros fracasos de forma permanente a características internas, sea nuestra personalidad o nuestras pocas habilidades para resolver un problema. El otro extremo tampoco es la panacea del bienestar, ya que pensar que tenemos el control de todas las circunstancias que nos rodean y que siempre poseeremos la capacidad de resolver cualquier dificultad o superar de la mejor manera posible cualquier inconveniente, tampoco sería realista. Precisamente es ese cambio en nuestro estilo cognitivo el que favorecerá que se mantenga la condición de indefensión aprendida.
Lo equilibrado es saber que nuestra vida se definirá por una serie de fracasos y éxitos de diferente magnitud y que lo importante para ser feliz es saber tolerarlos y reconocer que siempre existirá la posibilidad de producir cambios positivos en nuestra existencia.
Concretemos pues: Las personas que muestren la condición de indefensión aprendida serán las que asignen los acontecimientos adversos a su incapacidad y falta de control sobre su vida y los favorables a causas externas que tampoco controlan y que consideran totalmente aleatorias, y esa autocalificación de indefensión los convertirá en seres pasivos.
Y ahora vuelvo a lo que ha motivado que expusiera esta teoría en relación a lo que voy oyendo en diferentes grupos de opinión respecto de la situación que estamos atravesando como país. Tengo la impresión, y solo es una opinión, de que existe cierto interés en que “el pueblo” adquiera la condición de indefensión aprendida. En este caso, esta situación se traduciría en que, como sociedad, nos vayamos creyendo que no podemos hacer nada respecto de la formación de un gobierno que pueda gestionar los retos a los que cualquier país se enfrenta o peor aún que debemos “entregarnos” a los políticos profesionales sin pensamiento crítico alguno por nuestra parte, ya que ellos son los únicos que pueden mejorar nuestra vida.
Abogo porque cambiemos nuestros sentimientos de hastío e impotencia a partir de una participación activa en la vida política, entendiendo como política “toda actitud que tenga que ver con una preocupación social en el ámbito que nos compete a cada uno de nosotros”.
No dejemos de opinar, criticar y proponer soluciones a los problemas a los que nos enfrentamos como ciudadanos. Esos sentimientos dañinos que hoy producen una especie de depresión social, alimentada por las previsiones económicas negativas, argumentos de graves consecuencias si se vota a unos u a otros en función del que nos habla en ese momento, se pueden combatir con la capacidad de análisis objetivo de la situación, de búsqueda de alternativas a nivel individual para mejorar nuestro bienestar, de creernos que las minorías activas son generadoras de evolución de las sociedades y que, por lo tanto, todos y todas tenemos poder para cambiar el mundo y dirigirlo hacia un espacio global más agradable.
Atrevámonos a cambiar nuestras rutinas y esquemas mentales y dejemos paso a la creatividad a la hora de generar ideas.
Seamos realistas y coherentes. Esto se logra no intentando cambiarlo todo, sino pequeñas cosas pero bien hechas.
Mantengamos el espíritu crítico y el pensamiento libre. No dejemos que algunos se crean que nos tragamos, cual píldora terapéutica, cualquier promesa imposible de cumplir que nos lancen desde una tribuna.
No olvidemos nunca que el poder de cambiar está en nosotros y no temamos equivocarnos ya que cada error es la oportunidad de aprender y explorar nuevos caminos.
Psicóloga y Escritora