Esta palabra que suena tan fea, se ha puesto de moda en el mundo de la psicología desde hace apenas veinte años, aunque exista desde hace varios siglos. Etimológicamente proviene del verbo en latín procrastinare que quiere decir postergar y del griego akrasia , que se refiere a hacer algo en contra de nuestro mejor juicio.
Procrastinar significa aplazar, diferir, postergar la realización de alguna tarea, actividad o situación que debe atenderse. Cuando los psicólogos del mundo laboral enfatizaron la motivación en el trabajo como mecanismo de aumento de la producción, comenzaron a utilizarla.
En un principio se consideró la procrastinación como un rasgo de personalidad, asimilándolo a lo que en lenguaje coloquial se consideraría holgazanería, poca fuerza de empuje, poco ánimo o falta de motivación en general. En un segundo paso, se comenzó a estudiar como un tema de dificultad para gestionar el tiempo. Se explicaron técnicas para optimizar la gestión del tiempo y se escribió mucho sobre el tema. Seguíamos en el ámbito laboral y educativo, pero este planteamiento no resolvía el problema de manera satisfactoria. Se alcanzaban objetivos parciales y no duraderos.
Cuando el término, en su uso, se fue generalizando a la vida cotidiana volvió a enfatizarse su relación con la personalidad, y analizar si el procrastinador nace o se hace, lo cual siempre es el centro de las discusiones científicas y de la calle cuando hablamos de algo que pueda tener que ver con la personalidad.
Hoy en día, se plantea el estudio y tratamiento de la procrastinación desde el punto de origen en una mala gestión de las emociones. Procrastinar es una actitud que va de la mano de la pereza, de la inapetencia y del sentimiento de no tener la capacidad de tener fuerzas para superar ese esfuerzo que nos exige la tarea que deberíamos acometer, en ese momento.
¿Somos perezosos para todo? No. Seguro que no, salvo que suframos de un trastorno de pereza patológica que es la que nos impide llevar una vida normal. La pereza está vinculada al placer o a la estimulación y placer que prevemos nos aportará la actividad a realizar. A partir de este punto de vista, comenzamos a desvincular la procrastinación de una mala gestión del tiempo y la relacionamos con un tema de gestión de emociones y poca tolerancia a soportar las emociones negativas.
Cuando nos enfrentamos a la obligación de tener que emprender una tarea que no nos apetece, en nuestro cerebro comienza una batalla entre la parte racional del mismo, dígase corteza prefrontal que es la que se ocupa de que sepamos planificar y organizar nuestra vida, y la parte del cerebro que hace conscientes nuestras emociones y nos ayuda a definirlas, dígase el sistema límbico.
Según qué parte del cerebro domine la situación, procrastinaremos entregándonos a hacer algo que nos resulte más placentero, o nos pondremos “manos a la tarea” sin pensarlo dos veces.
Somos capaces de proporcionarnos múltiples explicaciones, que en el fondo no son más que excusas, para evitar el sentimiento de culpabilidad que sabemos aparecerá tarde o temprano. Hay quién se califica de perfeccionista y ante la altura del listón que se ha impuesto, nunca se considera preparado; hay quien afirma nunca encontrar tiempo ya que los demás no le dejan; hay quien observa la tarea como algo descomunal y desproporcionado y niega que lo pueda hacer él sólo por lo que ni se plantea empezar; y existe quien se pasa la vida en los preparativos, sin ser capaz de empezar nunca a resolver el primer paso.
Todos en algún momento procrastinamos, pero esa actitud se convierte en un problema cuando se generaliza y llega a afectar tanto a nuestra vida laboral como social y personal. Recordemos que pasar tres días sin bajar la bolsa de basura, también es procrastinar.
Teniendo ya claro lo que es la procrastinación, planteemos ahora soluciones o formas de abordarla.
- Primero pasemos a ser conscientes que mantenemos habitualmente este comportamiento y decidamos durante un tiempo determinado enfrentarnos a esta conducta todos los días y frente a cualquier actividad o tarea. Para comenzar os propongo durante una semana registrar cualquier situación en la que nos “pillemos” procrastinando o con ganas de hacerlo y vencerla.
- Cada noche, planificaremos las tareas que debemos realizar al día siguiente, tomando conciencia de las emociones que nos genera pensar en ellas. Es importante distinguir por bloques las importantes y urgentes, de las restantes. Aunque a priori parezca que pueda ser desalentador, considero que deberemos anotar incluso las cosas más obvias, como pueda ser: hacer la compra, hacer la cama, bajar la basura, etc. Cuando tengamos anotadas las obligaciones junto a las emociones que nos generan, cambiar nuestros pensamientos hacia qué emoción nos generará haberla realizado. Cuanto más malestar genere una determinada tarea o situación, más bienestar nos provocará habernos descargado de dicha tarea. Este análisis es el que nos faciltará valorar cuales serán las que realicemos en primer lugar. El calificativo de urgentes o importantes, se verá afectado por la parte emocional de la tarea y de la satisfacción que nos produzca.
- Respecto de las importantes o urgentes que previamente hayamos separado en un bloque, en el caso de que precisamente sean las que nos generen más rechazo a priori, nos centraremos en la emoción post realizada, como elemento motivador. En este caso sería fijar nuestra atención en la tranquilidad que nos generará haberla resuelto.
- Respecto de las restantes, dado que el listado será medianamente largo, molestémonos en repartirlo en bloques de tiempo. Con ello pretendo que tengamos claro qué cosas debo hacer por la mañana, incluso se puede dividir la mañana en dos bloques, y qué cosas puedo y voy a hacer por la tarde.
- A medida que vayamos realizando tareas, resulta reforzador ir tachándolas de la libretita, que llevaremos encima todo el día. De esta manera, tras cada tachón comprobaremos cómo la lista se empequeñece.
Ante este planteamiento que presento acerca de cómo resolver la cuestión que nos concierne en este artículo, cualquier procrastinador puede argumentar en su defensa que si fuera capaz de hacerlo, ya lo habría hecho. Y, sí, tendría razón. Por eso voy a añadir otro punto a este plan terapéutico: el del contrato o compromiso.
Es importante que informe a una persona cercana de su disposición a cambiar de actitud, que redacte un contrato en el que se exponga explícitamente, el compromiso de tratar sinceramente de cambiar su actitud a la hora de enfrentarse a una tarea o situación, de mostrarle diariamente la lista de tareas del día siguiente y de no mentir acerca de las que ha realizado y las que no. Los compromisos por escrito suelen tener un efecto positivo y favorecedor de su cumplimiento en las personas. Aquello de que “las palabras se las lleva el viento” es muy cierto y siempre resulta mucho más fácil disentir acerca de lo que dije o lo que entendiste. Si no fuera así, ¿por qué creéis que surgió la figura del notario?
Para superar la conducta habitual de procrastinar, sólo existen dos claves y éstas son: la voluntad de cambiar y ser capaz de ponerse trampas a uno mismo para impedirnos mantener la actitud y el comportamiento no deseado.
Dado que, si la procrastinación es un problema en nuestra vida, es porque esa conducta se ha convertido en un hábito. Pues bien, si instauramos otro hábito incompatible con el que nos ha resultado perjudicial, la primera conducta desaparecerá.
Así que… ¡Adelante! Hoy mismo, tras leer este artículo, es el momento de comenzar a actuar.
Psicóloga y Escritora