En Tiempos de Aletheia

Siempre escojo la pareja equivocada

¿Cuántos amigos conocemos que acumulan fracasos amorosos uno tras otro? O incluso, nosotros mismos si hacemos un repaso de nuestras relaciones de pareja podemos comprobar que, hasta que ha llegado la “adecuada”, si es que ha llegado, fuimos coleccionando parejas fallidas. Si nos molestamos en fijarnos en las características de personalidad de las mismas, comprobaremos que coinciden en muchas de ellas. Es en ese momento en que nos cuestionamos el porqué nos enamoramos o nos sentimos atraídos por personalidades que, en el fondo, nos acaban haciendo sufrir.

El tópico se refiere siempre a las mujeres, pero este fenómeno ocurre en la misma medida en hombres. Esta es posiblemente una de las razones por la que los varones son cuantitativamente más infieles a sus esposas, pero, sin embargo, no se separan de ellas. En la base de la infidelidad existe una insatisfacción personal en lo que es nuestra relación de pareja estable, que le quita encanto, pero, al mismo tiempo, esa relación nos da seguridad. De ahí que la persona infiel se puede sentir atraído o atraída por otra persona, pero no es capaz de romper el lazo emocional que le une a la persona que no le hace feliz, pero es con la que mantiene una relación de años.

Volviendo al tema principal que nos ocupa. ¿Por qué repetimos una y otra vez los mismos esquemas? ¿Por qué caemos siempre en la misma red?

Aunque parezca la respuesta barata de la psicología, lo cierto es que todo procede de nuestra infancia. Las experiencias vividas en la infancia y primera juventud son tan importantes en la formación de nuestra personalidad que nos marcan de por vida. Por supuesto que podemos aprender, pero para ello debemos antes que nada conocernos y, posteriormente, cuando nos enfrentemos a la realidad, debemos estar atentos. La atención es fundamental en el proceso de la conciencia y del estar en el presente.

Si descubrimos que, como hemos dicho anteriormente, vamos sumando relaciones fallidas, tóxicas o dolorosas, deberíamos hacer un paso atrás y comenzar a analizar las causas objetivas. De ahí que siempre se recomiende no comenzar una relación hasta no estar “curado” de la anterior. Siempre hay que dejar un tiempo, el cual no voy a concretar en si es conveniente tres meses o un año, ya que lo importante no es el tiempo sino la ausencia de sentimientos.

Hemos de dejar que se nos pase el dolor o la rabia y volver a encontrarnos serenos para poder analizar lo ocurrido. En primer lugar, os recomendaría que os fijarais en qué fue lo que os enamoró de esa persona. Ese QUÉ es muy importante distinguirlo en profundidad. ¿Era guapo? ¿Me gustó su coche? ¿Me gustó su sonrisa, su profesión? ¿Era gracioso? Una vez detectado qué es lo que nos llamó la atención de esa persona, relacionarlo con la imagen ideal a la que aspiramos tener como pareja. En ese ideal también está una de las claves. ¿Me gusta sentir que es importante socialmente? ¿Me gusta sentir que sabe todo lo que yo no sé? ¿Qué es lo que me impresiona?

Y, ahora, la auto-pregunta tal vez más importante: ¿qué necesidad cubre en mí?

Cuando llegamos a ese punto es cuando nos estamos desnudando ante nosotros mismos y descubrimos nuestras debilidades.

Normalmente, de manera inconsciente buscamos en nuestras parejas lo que nos falta. Por eso se habla tanto de “la media naranja”. Ese concepto no es beneficioso a la hora de buscar una pareja, ya que al cubrir alguna de nuestras debilidades, estamos vendidos, porque acabamos transmitiendo al otro que sin él o ella, nos falta un trozo para estar completos y, por lo tanto, nos entregamos a un juego de compra-venta en el que podemos pagar un precio demasiado alto.

De ahí que yo defienda que cada uno de nosotros debemos sentirnos bien con nosotros mismos estando en soledad, y que a partir de esa posición de solidez y estabilidad emocional, podamos plantearnos encontrar una pareja que enriquezca nuestro mundo, no que lo complete.

¿Qué debemos esperar de una relación de pareja para que sea satisfactoria?

Los principios en sí mismos son muy básicos, en lo que se refiere a necesidades:

  • Sentirme querido/a.
  • Sentirme deseable.
  • Sentir que en un momento duro de la vida o de flaqueza, tengo un hombro en el que apoyarme.
  • Tener complicidad.
  • Sentir que la persona con la que comparto experiencias y vida es leal. ¡Ojo!, que leal no es sinónimo de fiel. La lealtad va mucho más allá que la fidelidad y es un sentimiento mucho más profundo.
  • Compartir ilusiones y proyectos comunes respetando los individuales.

Ese estilo de relación solo se consigue cuando hemos aprendido a minimizar nuestras debilidades, sean las que sean, y a partir del autoconocimiento llegar a la autosuficiencia emocional. Las relaciones llamadas “tóxicas” se basan en que uno de los componentes tiene dependencia emocional acerca el otro, lo que rompe el equilibrio de fuerzas del “sistema”. Siempre habrá uno que, de alguna manera, controle todos los aspectos que se dan en una relación (calidad y cantidad de sexo, actividades a realizar, respeto por los gustos del otro,…) y, por lo tanto, siempre será el mismo el que ceda y se sienta poco a poco ninguneado, lo cual no hace feliz a nadie.

 

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