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Somos libres para coaccionarnos

En la Historia de la Filosofía resulta un concepto clave y que ha sido motivo de innumerables reflexiones y debates, el sentido del término libertad; a éste se le han dado diferentes sentidos y usos: libertad en términos políticos, en términos éticos,… Estas diversas acepciones han servido de fundamento a las teorías políticas filosóficas como el estado hobbesiano, el modelo platónico de sociedad estamental, la formulación del marxismo u otras, que son solo algunos de los ejemplos que podemos aportar para poner de manifiesto su importancia.

Si nos planteáramos realizar un recorrido histórico por algunos de los tratamientos más importantes que nuestros teóricos han hecho del concepto de libertad, y de cómo han sido esos modos diferentes de entenderla, podremos observar que dichos planteamientos han justificado e influido en las formas políticas existentes en esas épocas, bien para fundamentarlas o bien directamente determinándolas. La justificación de que nos planteemos la necesidad de la tarea de llevar a cabo este análisis es porque el pasado nos aportará información relevante e indispensable sobre cómo es nuestro presente permitiéndonos entenderlo e interpretarlo adecuadamente, y, si es posible, albergar la esperanza de no repetir los errores que en él se han dado.

El propósito de mirar al pasado con el objetivo de poder comprender la situación actual no es inédito. Lo podemos encontrar, por ejemplo, en la propuesta que el teórico político Isaiah Berlin emprende en su conocido texto Dos conceptos de libertad (1958), una propuesta de urgencia y necesidad de análisis de la historia para una acertada formulación política del ahora. En este ensayo, el cual es la conferencia que ofreció como lección inaugural por la obtención de su cátedra en 1957, se pone de manifiesto la importante necesidad, a menudo obviada por otros teóricos o filósofos, de realizar un análisis histórico en primer lugar del tratamiento que se ha hecho del concepto de libertad. Además, este recorrido sirve como requisito imprescindible, o como condición necesaria, para la correcta elaboración de una teoría política realista, es decir, una teoría política que no solo sea un ideal o una utopía, problema al que se han visto abocados en última instancia y de manera ineludible muchos ideólogos, como demuestra Isaiah en este ensayo, sino una formulación que logre ser factible no sólo en términos teóricos sino en la práctica y, por lo tanto, que sea verificable y funcional.

Asimismo, Berlin propone para ello en el citado texto distinguir dos sentidos o usos históricos del concepto de libertad: en primer lugar, el de la libertad negativa, con el que se alude a la libertad que uno tiene para hacer cosas sin ser coaccionado en su espacio legal, es decir, que no me interpongan impedimentos a mi actuación, en este sentido hablamos de una libertad pasiva porque depende de otros y no sólo de mí mismo; y, en segundo lugar, el otro sentido de libertad al que se refiere en el texto es el de libertad positiva, que se define como la capacidad que uno puede tener para intervenir en la creación de leyes que gobiernan ese espacio en el que soy libre en sentido negativo, o lo que es lo mismo, libertad para ejercer, la cual es activa porque se trata de participar activamente en la legislación del espacio donde ejerzo mi libertad negativa.

Al concederle a la libertad estos dos adjetivos o atributos, el sentido positivo y el negativo, el autor no nos está ofreciendo con ello un sentido nuevo, sino que está distinguiendo lo que venía a ser un error histórico: el desacierto de llamar indistintamente a dos cosas que efectivamente no son idénticas. Evidentemente, no es lo mismo el que te dejen un espacio de actuación para ser libre (negativo), que tú puedas participar de las leyes que regulan la actuación en dicho espacio (positivo). Estos dos sentidos, que en principio pueden parecer iguales, si se analizan en detalle e históricamente observamos que no son la misma cosa; tanto es así, que realizando el recorrido histórico propuesto observamos que incluso han entrado en conflicto entre ellos en algunos momentos.

Del texto de Berlin se pueden extraer muchas ideas interesantes y cuestiones de debate, pero hay algunas de estas que me interesa más destacar en este momento para fomentar el debate y la actividad intelectual, en base a la situación excepcional que vivimos hace unos meses por esta pandemia que nos acecha: por un lado, quiero apuntar a la importancia y el peligro que debemos concederle a las ideas, porque éstas influyen en la realidad y la modifican, no son meros eidos platónicos que sobrevuelan un mundo inteligible; y, por otro lado, además de en relación a lo anterior, el papel que juega el término coacción en todo ello, entendido como privación o limitación de la libertad que se ejerce sobre el individuo por parte del estado o del ámbito legal.

Para explicar estas dos convicciones , comenzaremos por referirnos a algunos fragmentos concretos del texto de Berlin en los que se halla esta primera aseveración, esto es, la del poder o influencia de las ideas sobre el de los gobiernos y la humanidad: “los conceptos filosóficos engendrados en el sosiego del despacho de un profesor pueden destruir una civilización” (p. 206) refiriéndose con estas palabras a las que el poeta alemán Heine usaba para advertir de este peligro, y poniendo como ejemplo de ello a Kant porque con su propuesta epistemológica logra desarmar el deísmo alemán , también a Rousseau, porque éste consigue poner fin al Antiguo Régimen con su formulación política. Una líneas más adelante continúa el autor en el siguiente párrafo diciendo: “Nuestros filósofos de forma grotesca, parecen no percatarse de los efectos devastadores de sus actividades”, y es que la política está estrechamente vinculada a la filosofía porque de esa actividad especulativa surgen ideas que fundamentan regímenes, o emergen sistemas completos de cómo ejercer una buena política; y, a su vez, la filosofía política se ocupa de especular sobre el trasfondo o la fundamentación de los regímenes, así como sobre cuál es el más conveniente. Ejemplos de esto son los grandes tratados filosófico-políticos que conocemos: La Política de Aristóteles, El Príncipe de Maquiavelo, el Leviatán de Hobbes o El contrato social de Rousseau, etc.

La segunda convicción a la que me he referido, y que he destacado dos párrafos antes por encontrarla interesante para el debate actual, es la del análisis del término coacción. Al respecto de este término, que en el diccionario se define como: “fuerza o violencia física o psíquica que se ejerce sobre una persona para obligarla a decir o hacer algo contra su voluntad”, la cuestión es la de qué podemos decir que está sucediendo, pues bien, está claro que la coacción se ejerce de un modo más subrepticio e invisible cada vez, es enteramente psicológica y maquiavélica, los métodos de coacción son más sofisticados y difíciles de percibir porque permanecen ocultos, están diseñados para lograr unos objetivos tales como limitar el campo de acción del individuo sin la necesidad de usar los castigos ni la fuerza física. Por lo tanto, en la actualidad no precisan de la violencia las fuerzas coercitivas y, sin embargo, consiguen mejores objetivos mediante la manipulación, su intención es la de ser tan sutiles que te hagan creer que esa coacción forma parte de tu libertad positiva, es decir, que la coacción la decides tú libremente. Con este nuevo modo de coacción quedan obsoletas las tres últimas palabras de la definición que antes hemos extraído del diccionario en línea, debido a que ya no podemos decir que sea en contra de tu voluntad, sino por propia voluntad, porque al ser uno mismo el que ejerce dicha coacción sobre su persona pasa a convertirla en libertad, aunque no sea real; podríamos resumirlo en esta expresión: soy libre de autocoaccionarme a mí mismo. Para entender esto, que en principio es una contradicción, pongamos por analogía la diferencia que existe entre del funcionamiento de un virus y de un retrovirus. Pues bien, el virus funcionaría como los antiguos métodos que se usaban para coaccionar, pongamos el ejemplo las torturas físicas medievales como el garrote vil, la rueda o el potro, las cuales se ejercían sobre los que imcumplían las normas establecidas o iban en contra de la palabra divina; por el contrario, el retrovirus sería el análogo al modo en cómo funcionan las modernas fuerzas represivas del estado, esto es, con una manera de proceder más sofisticada y a su vez letal porque logran insertarse en las mentes de los individuos y hacer que éstos se coaccionen a ellos mismos, el virus pasa a pensar por ellos, forma parte del material genético de sus neuronas por así decirlo, e inducen al sujeto que contiene esta carga vírica a sentirse libre de la autoimposición de limitar su libertad negativa.

Resumiendo, esta es la contradicción con la que nos encontramos: estamos hablando de un sujeto que usa su libertad positiva para limitar su libertad negativa. Pero, ¿por qué obedecemos entonces si no hay cadenas físicas que me impidan actuar según mis intereses? slogans emotivos, alusión al sacrificio del grupo y la colaboración para un bien común, etc., argumentos todos ellos que apelan en la mayoría de casos a los sentimientos del receptor y dan lugar a contrariedades, porque en ocasiones se desvela la trampa que ocultan y porque son argucias que operan sobre la voluntad de las personas.

Por lo tanto, y para concluir, manifestar que es evidente que estas estrategias que interfieren en la voluntad de los individuos suponen una importante coacción de la libertad de los individuos y de algunos sus derechos, y que dicha coacción se acepta sin más, sin sublevarse ni desobedecer, porque parece formar parte de tu propia voluntad, al contrario de lo que indicaba la definición a la que aludí anteriormente. Y si los regímenes políticos no necesitan efectivamente desplegar sus medidas de represión más rígidas ni la fuerza física para privarnos de libertad, ¿qué enseñanza ofrece este hecho? pues la de que es conveniente que nos replanteemos el cómo ejercemos nuestra obediencia a la autoridad porque dicho modo nos dirá el cómo ejercerán ellos la coacción sobre nosotros.

 

Silvia Hernández Plaza

 

Bilbliografía:

  1. Berlin, Isaiah. (2009). Dos conceptos de libertad. Sobre la libertad. (Traducción de Julio Brayón, Ángel Rivero, Natalia Rodríguez, Belén Urrutia) (p. 205-255.) Madrid: Alianza Editorial.

 

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