Cuando me paro a escuchar la historia de personas que están sometidas al poder de alguna adicción, me encuentro con dos argumentos o causas que están en el origen de su consumo y de su posterior dependencia. Una es la atracción hacia lo que denominan “emociones potentes”; y la otra, mucho más triste, a mi parecer, es la de que tenían necesidad de llenar un vacío que muchas veces no saben describir. Pero, ¿quién sabe describir el vacío?
Los buscadores de sensaciones son personas con una sensibilidad especial a una elevada tasa de adrenalina en sangre, lo que les produce placer. Son extremas en todas sus emociones y conductas. No logran ver toda la gama de colores que posee una situación, una relación o un sentimiento. Siempre se encuentran en situación dicotómica: o blanco o negro, o sí o no, o adoro u odio. Todos los matices les resultan insulsos y con poca autenticidad. En sus relaciones personales también exigen de los demás ese posicionamiento, ya que cualquier otro punto de un continuo no es comprendido por ellos. Su estilo de respuesta tan radical ante la vida se convierte en parte de su personalidad y, por lo tanto, el consumo de estupefacientes, el juego, las actividades de riesgo se convierten en un juego para ellos, y rara vez asumen que estos comportamientos pueden ser perjudiciales para ellos. En este grupo de personas también podemos encontrar a los adictos al enamoramiento. El enamoramiento por sí mismo no se considera perjudicial para la salud, al menos en la sociedad actual, a pesar de que no deja de ser un estado que cumple con todos los criterios clínicos de una enajenación mental, gracias a… lo que sea, temporal. Este tipo de dependencia no se trata en las Unidades de Conductas Adictivas a pesar del peligro que supone para la estabilidad emocional de las personas que la sufren.
Pero, personalmente, los que me preocupan mucho más son los individuos que comenzaron a consumir estupefacientes porque se sentían vacíos y esa oquedad les creaba un malestar insoportable. Tratan de describir su situación como una época en la cual nada les agradaba ni les motivaba, que no disfrutaban con ninguna actividad aunque fueran capaces de entretenerse con ellas, tipo videojuegos, ver series, salir con amigos. Alguno incluso me ha llegado a confesar, entre lágrimas, que sentía envidia por la gente que disfrutaba de ir a la playa en la que él mismo estaba, y en la cual sentía que soportaba la situación pero no la gozaba. Esto es triste, muy triste, ya que solo en las drogas encontró el adormecimiento de su dolor, pero nunca placer.
Cuando, como profesional, se les trata de ayudar, me encuentro con unas personas que tienen sus sentidos embotados, a las cuales, metafóricamente, les cuesta muchísimo fijar su atención en una tabla donde se exponen los diversos tonos de los colores, de las que usan los pintores para que elijamos en qué color queremos pintar nuestro salón. En un primer momento, podríamos deducir que esta incapacidad es consecuencia de las sustancias que están consumiendo en la actualidad, o de los atracones de juego patológico que realizan, pero si nos permitimos el tiempo de hacer una buena historia clínica y retrocedemos a etapas previas al inicio del consumo, la conclusión ya no es la misma.
A partir de esta observación he planteado una nueva estrategia de prevención de consumo de drogas y de dependencia a conductas no saludables basada en la educación de los sentidos para ser feliz y no llegar a sentir ese vacío existencial que tantas personas describen. La pedagogía ya ha comenzado a ocuparse de este tema desde la primaria infancia ya que los sentidos son la ventana al exterior por las que los niños se relacionan con el mundo que les rodea e intercambian información. Los estímulos que percibimos se transforman en sensaciones que producen malestar o bienestar, en principio puramente físico, y en función del desarrollo de nuestras funciones cognitivas, la información previa que poseamos, la conciencia de la misma recepción del estímulo y nuestra personalidad les iremos dando una interpretación, por lo que se convertirán en percepciones con un determinado significado. De ahí que distintas personas en la misma situación la describan y la perciban de distinta manera. Trabajar los sentidos globalmente, con sus interconexiones, es una estrategia que se está mostrando eficaz para conseguir un estado de mayor felicidad.
Mi teoría es que los niños y adolescentes que no son capaces de sentirse felices nunca, han tenido un déficit de aprendizaje en el descubrimiento de todas las capacidades de sus sentidos y que, por lo tanto, no pueden sentir la plenitud que nos proporcionan. Pongamos, por ejemplo, el sentido del tacto: Este sentido es capaz de generar un conjunto de variadas sensaciones gracias a las diferentes terminaciones neuronales que tenemos en la piel. Esta puede transmitir a nuestra corteza cerebral la sensación de frío o calor, de una caricia, de cosquilleo, de escozor o de dolor. E incluso el dolor se puede distinguir en un dolor punzante o uno opresivo. Esto que puede parecer tan obvio para muchos de mis lectores puede no ser percibido por algunas personas y, como consecuencia de ello, no serán capaces de deleitarse con una caricia si simplemente perciben que los han tocado. De este modo podemos desmenuzar cada uno de los cinco sentidos en los que tradicionalmente se han clasificado, aunque Rudolf Steiner llegó a hablar, en 1917, de doce sentidos, al ampliar las aptitudes de percepción espiritual del ser humano.
Si logramos que los niños descubran todo el potencial que tiene el cuerpo humano para generar placer y, a continuación, les vamos ofreciendo la oportunidad de descubrir las múltiples posibilidades de interpretar las sensaciones, les abriremos las puertas de un mundo rico en sensibilidad y sensorialidad inagotable, y en el que no será necesario introducir sustancias ajenas para gozar. En el desarrollo de las capacidades sensitivas hallarán la manera de relajarse, divertirse, expresar sentimientos de una forma natural y plena, lo que evitará que lleguen a padecer estados de alexitimia o anestesia emocional.
Resulta tan duro y complejo lograr salir del mundo de las adicciones, que soy una ferviente defensora de la prevención y para ello necesitamos conseguir un espacio de vida en que los niños crezcan felices y los adolescentes quieran experimentar con sus capacidades y no con sustancias que supuestamente les van a ofrecer momentos de felicidad que no hallan en sí mismos.
Psicóloga y Escritora