Uno no debe rendirse. Jamás. Si me rindo estoy diciendo que me equivoqué, y ahí me niego. (Elsa López)
Amada Elsa López Rodríguez nació y vivió en Fernando Po (actual Malabo) hasta 1947, año en que se mudó a la isla de La Palma (Canarias) donde vivió hasta 1955. Luego se trasladó a Madrid donde cursó sus estudios de bachillerato. En 1965 obtuvo la licenciatura en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid.
Durante un año fue profesora de Literatura Española en Lausanne (Suiza). En 1966 se incorporó como profesora en el liberal colegio Estudio de Madrid. En 1980 obtiene el doctorado en Filosofía y Letras, y en 1982 la cátedra de Filosofía en el Instituto Isabel La Católica de Madrid, donde impartió clases hasta 1993.
Entre los años 1987 y 1988 presidió la sección de literatura del Ateneo de Madrid. En 1989, crea su propia editorial: Ediciones La Palma.
En 1993 se traslada a Canarias en comisión de servicio para dirigir y coordinar los proyectos El papel de Canarias (1993) y Memorias de las islas (1994-2000) del Gobierno de Canarias. Funda en Santa Cruz de La Palma el museo etnográfico y centro de arte popular La casa de Jorós.
Entre 2000 y 2006 dirige la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores. Actualmente dirige Ediciones La Palma y Promoción Cero.
Ha recibido los siguientes premios: I Premio de Investigación José Pérez Vidal (1993), el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla (1987), el Premio Internacional de Poesía Rosa de Damasco (1989), el XII Premio Nacional de Poesía José Hierro (2002), el XIII Premio Nacional de Poesía Ciudad de Córdoba Ricardo Molina (2005) y la Medalla de Oro de Canarias (2016), Premio Castelar a la Defensa de las Libertades y el Progreso de los Pueblos (2019).
Su extensa obra incluye poesía, narrativa, estudios antropológicos, biografías y guiones. Cabe destacar: El corazón de los pájaros, Las brujas de la isla del viento, El viento y las adelfas, Del amor imperfecto, Mar de amores, La fajana oscura, Viaje a la nada.
¿Quién es Elsa López? No hablo de la escritora o la editora, hablo del ser humano.
Es una mujer tierna, susceptible, nostálgica, pero creo también en el valor, en la fuerza y el coraje de enfrentarse a las cosas cuando las cosas vienen mal. Lo dije hace poco: No tengo miedo. Tengo el miedo normal de las personas; miedo a la oscuridad, miedo a perderme, miedo a perder a las personas que quiero, miedo al dolor. Sí, lo reconozco, tengo miedo al dolor. Pero no tengo miedo a la muerte ni tengo miedo a encontrarme en una situación difícil, porque en mi vida me he encontrado en situaciones difíciles y he salido adelante. Si pudiera contemplarme a lo largo de todos estos años, yo diría que soy, y lo digo siempre, no más que una niña, en el fondo soy una niña. Lo fui siempre, una niña triste con mucha necesidad de afecto, pero eso se fue cubriendo con la fortaleza de poder enfrentarme a las cosas. Y la fortaleza de convivir con las personas que amo, y con las que no amo también. Eso es una de mis características. Soy capaz de relacionarme con mucha gente muy distinta, incluso sin estar de acuerdo con sus ideas o con su forma de vivir. En eso soy muy flexible. Pero en otras cosas soy muy dura. Soy muy con la injusticia, soy muy dura cuando hacen daño a alguien que está a mi lado.
Políticamente sigo pensando lo mismo que hace cuarenta años, aunque mis hijos y mis nietos dicen que parezco un dinosaurio. No me apeo de muchas utopías. Y mis nietos me dicen: “abuela eso no es así, eso es un sueño”. Sigo siendo soñadora en el aspecto político, en el aspecto social. Lo que nos da la fortaleza.
Quizás, en el fondo, esos sueños o utopías, esos conceptos o esos ideales, ¿son los que nos salvan?
Claro. Eso es lo que nos da fortaleza, ser soñadores, tener un ideal, un ideal de conducta, un ideal político y social. Pienso que puedo alcanzarlo, que no es una utopía. Llegar hasta el final de los sueños. Yo, algunas cosas que para mucha gente son un sueño, yo las he conseguido. He conseguido escribir; he conseguido salvar mi pareja, que es para toda la vida, y ya llevo 46 años; he conseguido que mis hijos estén ahí, a mi lado y yo al lado de ellos. Sin forzar la situación porque yo soy libre en ese aspecto. No puedo ser egoísta.
La literatura en tu vida, ¿siempre fue una lucha necesaria?
Sí. La literatura siempre fue necesaria. Creo que la palabra es un arma que tenemos los humanos, una forma de expresarse, de enfrentarse, de luchar. Porque uno puede luchar con la palabra. Una de las cosas que más me gusta en la vida es un debate, pero un debate a dos, a cuatro o a mil. Hablando, acaba siempre habiendo un punto de unión. Es difícil que una persona enfrente de ti, con ideas totalmente opuestas, no acabe cediendo en algo. Yo acabo cediendo a veces, también. Y cuando alguien me explica las cosas en las que yo no creo, me entran dudas, y pienso: “¡Caramba, y si tiene razón!” Hablo de cosas universales como si la muerte es un paso o es un fin. Ese tipo de ideas que uno debate siempre. Y, luego, ya pasamos al terreno más cercano: debates políticos, sobre lo que está a nuestro alrededor, sobre el amor, sobre la vida. Hay tantas cosas sobre las que uno debería hablar. Estamos perdiendo el sentido del diálogo, de la conversación. A todos lo niveles. Mis hijos se quejan, se han quejado siempre, y se quejan todavía hoy, y me dicen: “¡Mamá otra vez no!” Y yo insisto, e insisto, e insisto en conversar, y cuando creo en algo, se me seca la boca, se me seca la garganta, se me seca el alma hasta que el otro acaba entendiendo lo que quiero explicar. Por eso creo que la literatura es una forma de expresarse, de comunicarse. Por eso me gusta escribir, porque a veces no sé expresarme con el cuerpo, con gestos, con los actos y, por ejemplo, toda esa ternura que llevo contenida aparece en mis textos.
¿Cómo ve la actualidad social, Elsa López?
Con rabia, con tristeza. El otro día, en un club de lectura al que fui a hablar de uno de mis libros, una de las participantes, una mujer, me dijo: “Es que no se puede pensar que todo pasado siempre fue mejor”. Y me acordé de los ancianos que tanto me rodearon y de los que aprendí tanto, pero de los que, también, pensaba: “¡Qué pesados! ¡Siempre hablan del pasado, diciendo que fue mejor!” Y yo no quiero caer en esa trampa. Y me dolió que me lo dijeran. Yo hablaba sobre la enseñanza. De cómo para mí la enseñanza ha perdido mucho. Cómo se ha desviado de su fin principal que es educar, conducir, enseñar. Y cómo, en muchos lugares, la enseñanza ahora consiste en aprender a usar un ordenador, a manejar una tablet, a ser tecnológicamente perfectos. O, al menos, medianamente perfectos. El mundo se va volviendo hacia la tecnología. Rechazo los libros en plataformas digitales porque creo que el papel tiene que existir. Y a veces pienso: Si viene una catástrofe y se apagan las luces del mundo, nadie podrá leer un libro, nadie podrá comunicarse, nadie podrá hablar con su vecino porque ahora todos se hablan por el móvil. Ojalá la gente se dé cuenta de que el papel debe existir, la educación, la convivencia, la relación humana. Lo que hablaba antes: los diálogos.
Veo la sociedad muy contaminada de tecnología, muy contaminada de tecnócratas, muy contaminada de bancos, de conversaciones únicamente de dinero, Bolsa. Veo cómo gobiernan la Tierra determinados individuos que para mí… ¡Si Platón levantara la cabeza! ¿Cómo es posible que la humanidad hayamos caído tan bajo que elijamos a esas personas como nuestros líderes? Y si estos son nuestros líderes, ¡Dios mío! Pero esto lo dice mi lado pesimista, pero entonces yo me levanto y digo: Si todos estos se pueden quitar de en medio, se pueden derrocar todos estos líderes. Tenemos que volver a la educación, a los valores. Mi obsesión es la educación y la literatura. Hay que educar a los niños pequeños en la conversación, en el diálogo, que les expliquemos el mundo, lo que ocurre en el mundo, que hay muchas cosas que deben conocer. Y, además, deben conocerlo por sí mismos. No vale que una noticia esté en Internet y eso sea válido para siempre. No. Descubrir por uno mismo el mundo para luego poder decidir. Claro.
Veo el mundo así; por un lado, triste, no pesimista, triste; pero luego, me levanto y digo: a la calle, a luchar y a explicar cosas.
¿Cuál crees que es la mayor miseria del ser humano?
Hay tantas, pero creo que el egoísmo, el pensar solo en sí mismos, el mirarse el ombligo constantemente, y en pensar: “siento esto”, “quiero esto”, “deseo esto”, “odio esto”. Ese egoísmo acaba con la humanidad. Por eso, el ser egoísta es lo peor, porque no piensas lo que le pasa al otro. No piensas en que el otro está ahí, es de carne y hueso. Si pensaras en el otro, no harías daño. Creo que el egoísmo es el gran problema de la humanidad. A nivel privado y a nivel de grupo, de tribus, de aldeas, de pueblos, de ciudades, de países enteros. Y piensan que los demás son imbéciles, que los demás no merecen la pena, que son negros o verdes, y que ese color no les gusta. No somos generosos. Eso es algo grave. Luego hay otras enfermedades de la especie humana como la envidia, pero para mí el egoísmo es lo peor.
¿Crees que el feminismo es una deuda de la historia de la especie humana con la mujer?
Es una deuda pendiente, más que pendiente. El daño que nos han hecho los libros sagrados de todas las culturas de la Tierra, desde que se sabe que el mundo es mundo, es un horror, porque nos ha conducido a esta idea de que los hombres son los patriarcas, son los que deben gobernar la Tierra, son los que deben dirigir la tribu. Su conocimiento es superior a las hembras, por lo tanto, debemos regirnos por sus criterios, por sus leyes, por sus mandamientos. Esos mandamientos existen en Oriente y en Occidente. Es decir, el patriarcado es una consecuencia de todas las culturas habidas y por haber que desde el principio de la luz y de los tiempos en las que el hombre se fijaba en los animales, los animales actuaban como animales, evidentemente, los machos persiguiendo a las hembras, empujándolas a un lado, quitándoles las crías. Hablo desde los grandes animales hasta los más pequeños. El hombre se fija en eso, y en lugar de pensar y discurrir con el cerebro, sigue las pautas de los animales, y se convierte, a veces, en un animal terrible que va cabalgando y las arrastra a ellas por la tierra. Y eso ha dado la idea de que, por esa situación de fuerza física, ellos pueden ser los que gobiernan, los que ordenan o los que construyen las leyes. Y así nos ha ido.
Digamos, que más que una barbarie física ha sido una barbarie psicológica.
Exacto. Es cultural. La construcción biológica de los hombres induce a pensar que los hombres tienen ese derecho, porque se les da la fuerza. Por eso usan las armas, por eso montan las guerras, porque es donde se lucen. Ellos son los que van a cazar. A las mujeres las dejan arando la tierra, cuidando la tierra desde el Neolítico, pariendo como locas y criando más guerreros. Ese es el problema.
¿Crees que los seres humanos seremos capaces de encontrar un lugar y un espacio habitable para convivir lejos del machismo? ¿O es solo una utopía?
Sí. Claro. De hecho, no es una utopía. En algunos momentos de la Historia de la humanidad se ha dado ya. Ha habido tribus, rara avis, donde han gobernado las mujeres. Yo tampoco creo que el mundo cambiaría mucho si se invirtieran los papeles, y si gobiernan las mujeres tan mal como han gobernado los hombres, apaga y vámonos. Yo no quiero que eso suceda. Yo convivo con hombres y mujeres maravillosos. Yo no quiero que desaparezcan los hombres, ni que las mujeres gobiernen contra los hombres. Quiero que gobernemos juntos, que, si hay que ir de caza, cabalguemos juntos. Que haya posibilidades para todos, que si una mujer es más inteligente que otros hombres, que sea ella la que gobierne; si es más dispuesta, que sea ella la que organice. Basándonos siempre en la inteligencia, en la conducta, en la moral, y no en el físico. Si tú tienes más moral, si éticamente eres mejor persona que esas veinte, eres tú la que debe imponer las leyes porque tendrás un criterio generoso, porque tendrás un criterio objetivo, tendrás un criterio inteligente. No porque seas hombre eres más inteligente; no porque seas mujer ahora, eres más inteligente. Cuidado con eso.
Para una luchadora como tú, luchar, aunque sepamos con antelación de la derrota, ¿siempre será mejor que rendirse?
Evidentemente. Hay que luchar hasta el final. Además, lo de la derrota es muy relativo. Ha habido casos en la historia en los que han ganado los que tenían mejores cañones, los que han tenidos mejores armas, pero eso no significa que fueran los mejores para gobernar. Eso también hay que tenerlo en cuenta. Uno no debe rendirse. Jamás. Si me rindo estoy diciendo que me equivoqué, y ahí me niego.
Como ciudadanos, ¿crees que andamos despistados con tanta imagen de posibilidad publicitada y tanta información consumista?
Sí. Antes, cuando hablaba de la globalización, de la tecnología, me refería a eso también. Nos han enseñado, nos enseñan, nos inducen a pensar de una manera determinada, de ahí mi lucha contra la educación que enseña a los niños determinados caminos. Con el tema de la tecnología están induciendo a los niños a que dependan de esos instrumentos, a que su vida dependa de ello. Eso es una barbaridad. Se les está arrebatando la posibilidad de pensar por sí mismos. Se les está arrebatando la posibilidad de estudiar filosofía, de distinguir una cosa de la otra, porque para eso está la filosofía. Estamos dejando que sea una máquina la que te controle al final. Ese es el horror. Esa la pena, pues de alguna manera hemos perdido la conciencia humana que nos empujaba de determinada manera.
¿Crees que amar es el mejor lugar para encontrarnos con nosotros mismos?
Amar tiene que ver con la generosidad. Si eres generoso, aprendes a amar, a amar al otro, a amar lo que te rodea. Cuando yo hablo de amar no me refiero a amar solo a una persona, me refiero a amar el entorno, el mundo en el que te mueves. Tú amas a una persona, amas a tus hijos, amas tu casa. Luego vas abriendo, amas la calle, tu pueblo; y cuando conoces el mundo, lo has leído, no puedes dejarlo de leer y vas conociendo el mundo, aprendes a respetar a los demás. Eres generoso con ese mundo. Todo ese universo tuyo se va ampliando, se va haciendo cada vez más grande, y si la generosidad es grande, más grande se hace. Eres capaz de amar muchísimos lugares, muchísimas personas. Menos las cosas malas, claro. Esas se dejan a un lado, y sigo caminando. Sigo buscando, sigo investigando y sigo amando.
Me enamoré de la narración de la novela El corazón de los pájaros, ¿qué libro tuyo recomendarías?
No lo sé. Va por temporadas. A veces pienso en ese libro. Ese libro es muy biográfico, aunque los nombres sean falsos. Algunas situaciones son inventadas, pero es una biografía mía, evidentemente. De ese libro me gusta el principio de los capítulos: cómo la niña va contando sus experiencias con la abuela, con la madre, en África… Esos comienzos me gustan mucho. Luego me gusta mucho Las brujas de la isla del viento. Es una parte de mí, de mi experiencia con mi trabajo de antropología sobre las brujas en Canarias. Y poesía, no sé. A mí me gustan determinados poemas de cada libro. Es muy complejo. No puedo decir que me guste un libro más que otro. Vuelvo mucho, y eso me estoy dando cuenta ahora, vuelvo mucho al primero: El viento y las adelfas, vuelvo mucho a un libro que se llama Penumbra, y que ahora se va a reeditar. Es un libro que habla mucho de mi desesperación cuando estoy en la Península, y no tengo a Canarias, no tengo mi isla, no tengo mi mar. Es como cuando tienes doce hijos y te preguntan a cuál quieres más. Los quieres a todos, pero a unos los quieres por una cosa y a otros por otra. Con mis libros me pasa eso.
¿En qué proyectos estás trabajando actualmente?
Estoy como loca, metida en tres libros. Ahora mismo dos están en una editorial, y el otro está guardado porque a lo mejor mi hijo me lo edita como regalo de cumpleaños, porque no es un libro de poemas en sí, son cosas que he escrito a lo largo de los años sobre amigos vivos y muertos. Son cosas que he escrito y que tengo guardadas, y he pensado: “¡Qué pena, esto lo tirarán a la basura!” Y también estoy escribiendo una novela que llevo muchos años con ella. Me he puesto a recoger material de mi familia, que es muy importante para mí, sobre todo de mi madre en África, que me parece muy interesante, y quiero que mis tataranietos lo puedan leer con gusto, también mis hijos. No sé, escribo un capítulo, me canso. Luego escribo otro. Algunas veces en primera persona, otras en tercera. Estoy reuniendo cosas, y mientras tanto voy encontrando esas otras con las que he compuesto estos tres últimos libros de poesía.