José Martí en Nueva York: El consumo como eje de la relación sujeto-medio urbano en sus crónicas “Escenas norteamericanas”
… lo que asombra allí es el tamaño, la cantidad, el resultado súbito de la actividad humana, esa inmensa válvula de placer abierta a un pueblo inmenso…
A fines del siglo XIX, José Martí escribía sobre la cotidianidad capitalista norteamericana desde la mirada de la Modernidad y, como tal, su reflexión se situaba en la fragmentación moderna, se perfilaba a partir del peligro que la nueva experiencia urbana representaba para el ciudadano inmerso en el vertiginoso proceso de modernización de la metrópoli en que se radicó el progreso. Se da, en ese contexto, una retórica del consumo que en las ciudades de acelerado desarrollo de fin de siglo. La esfera de lo bello, en esta época reificada, se mira como objeto decorativo, reafirmador de la lógica racionalista y de la mercantilización del mundo. En este ámbito, se ha entendido que la literatura fue utilizada por el poder hegemónico como mecanismo decorativo para cubrir o disimular de alguna manera la fealdad moderna y en especial la urbana.
Frente a lo dicho, los escritores modernistas de la época podían asumir una actitud maquilladora del peligroso rostro de la ciudad o bien, por el contrario, asumir una posición crítica, por lo que cabe preguntarse si José Martí padeció, bajo esa lógica, una gran tensión, desde que existen indicios para considerar que en su más recóndita fibra no podía menos que intentar sustraerse al utilitarismo, en beneficio de valores distintos de los imperantes en la sociedad mercantilizada finisecular: el cambio, el movimiento o lo simplemente actual y novedoso, por señalar algunos.
La mirada general del arte durante la época en que Martí escribió las Escenas norteamericanas, la consideraba como mero objeto o mercancía, “el llamado de la mercancía”- expresión acuñada por Julio Ramos, que apunta a la idea de la interpelación que hacen al público los bienes de consumo superfluo -, todo lo imbuía y el arte, así objetivada, no hacía excepción, entrando competir por atraer al consumidor, con las llamativas y novedosas mercancías a las que por primera vez el público – no todo, por cierto-, tenía acceso.
El consumo se erigió como articulador de la relación sujeto y medio urbano, pues el cronista, quien en la época en estudio es un periodista que vive de su actividad profesional, debe satisfacer las expectativas de un mercado para procurarse medios de subsistencia y es, justamente allí, donde José Martí marca una diferencia con otros escritores de la época y, aunque no haya sido el único, el escritor cubano fue sin duda un caso paradigmático desde que evidenció ser poseedor de un tinglado valórico y conceptual que hubo de llevarlo en un sentido opuesto al generalmente observado para mantenerse “dentro del mercado editorial o periodístico”.
Para comprobar esta idea, cabe citar a Félix Lizaso, biógrafo de Martí, quien se expresa, en relación a la estadía neoyorquina de nuestro autor cubano, resaltando que “El optimismo de Martí compensa un poco a su mujer la real estrechez en que viven”, tesis que se ve apoyada por el hecho que Dorde Cuvardic no incluyó a José Martí dentro de los representantes modernistas del escritor “turista” (flaneur), a pesar de haberse detenido bastante en él. Lo anterior se debe precisamente a que Martí se aparta de los demás cronistas modernistas, no empatizando del todo con las ideas de vitrina y escaparate a las cuales otros como es el caso de Gómez Carrillo.
Ejemplo de lo anterior, lo encontramos en la crónica martiniana“El Puente de Brooklyn”, incluida en las “Escenas Norteamericanas”, en la que se invita al público a ingresar pagando su entrada prácticamente como si fuera parte de la organización, aun cuando, no debe dejar de considerarse, que tal participación no le impedía en caso alguno, de tanto en tanto, introducir críticas profundas al sistema mercantilizado norteamericano, especialmente relativas a las condiciones humanas y laborales de los obreros que llevaron a cabo esa monumental obra.
Es decir, el contexto social e histórico en que se desarrolla en movimiento modernista se encontraba cruzado por un afán de progreso material como rasgo muy presente, por la inmersión de las economías americanas en el mercado mundial y, si en la academia predominaba la filosofía positivista, en la vida cotidiana el bienestar concreto se erigió sin contrapeso como el valor dominante.
En base a lo expuesto por Ramos, diremos que en Martí las incursiones del cronista en el campo del arte se resisten a producir una imagen decorativa de la ciudad. Por el reverso de la función decorativa que tiende a cumplir la crónica modernista, Martí registra la miseria, la explotación, que las formas más avanzadas de la modernidad, en los Estados Unidos, generaban y es, en ese sentido, un verdadero precursor de la crítica social de la sociedad norteamericana.
Abocándonos al plano estético, Edward W. Said en su libro “Cultura e imperialismo” nos dice que lo característico de la forma modernista es la extraña yuxtaposición de lo cómico y lo trágico, de lo alto y lo bajo, de lo corriente y lo exótico, de lo familiar y lo extraño. Said nos brinda de esta manera un claro ejemplo del contrapunto ético y estético al decir, a continuación de lo recién citado, que las más ingeniosas realizaciones del movimiento modernista se dan en Joyce al fusionar los avisos publicitarios con Virgilio, o la simetría perfecta, por una parte, con el folleto de ventas del viajante de comercio, por la otra.
Con respecto al contrapunto de estética y consumo, ligado al objeto de este artículo, Roland Barthes advierte, en su obra El placer del texto, que una estética fundada completamente sobre el placer del consumidor, fuese quien fuese, pertenezca a la clase o al grupo que sea, sin consideración de culturas y de lenguajes, tendrá consecuencias enormes e incluso desgarradoras.
Concretamente, en las crónicas de Martí “Coney Island” y “El puente de Brooklyn”, que integran las “Escenas norteamericanas”, se contiene en forma relevante la reflexión de Martí acerca de la modernidad, como el desarrollo y el progreso en contraste con el detrimento de la seguridad y la belleza en la ciudad y las condiciones inhumanas de los postergados.
José Martí asume, pues, en las Escenas Norteamericanas, la defensa de los valores ‘estéticos’ y ‘culturales’ de América Latina, oponiéndolos a la modernidad, ‘a la crisis de la experiencia’, al ‘materialismo’ y al poder económico del ‘ellos’ norteamericano”.
En las páginas de “Coney Island”, José Martí, alaba la grandeza material norteamericana, calificando a su prosperidad como maravillosa. Sin embargo, a poco andar se focaliza en el aire sano y vigorizador de la orilla del mar, donde las madres pobres aprietan contra el seno a los desventurados pequeñuelos afectados de la terrible enfermedad de cholera infantum.
En “El puente de Brooklyn”, a su turno, Martí se hace parte de la multitud, se confunde con ella hasta cierto punto, nos dice “Llamemos a las puertas de la Estación New York, donde millares de hombres, agolpados a la puerta central nos impiden el paso”. Y, se da asimismo un situación análoga a lo ocurrido en “Coney Island”, en el sentido que, por una parte alaba las virtudes cívicas, la grandiosidad material y la actitud laboriosa y optimista del pueblo norteamericano que lo acoge, pero cada cierto tramo desliza juicios de valor que no cabe considerar solapados o indirectos, pues los explicita con todas sus letras, como cuando, por ejemplo, menciona los excavadores que allí trabajan, hombres que pasan graves y silenciosos a su entrada, fríos y lúgubres como fantasmas a su salida. “Oh, trabajadores desconocidos, mártires hermosos, entrañas de la grandeza, cimiento de la fábrica eterna, gusanos de la gloria”.
Pues bien, a lo largo del presente artículo, consideramos que estamos en condiciones de, al menos, de contestar a las preguntas: ¿Cede, José Martí, al consumismo y otros valores de la sociedad mercantilizada? ¿Logra realmente el autor cubano sustraerse de la mirada funcional al consumo en el marco de la sociedad urbana modernista? Contestaremos en general, que Martí en evidenció una libertad a toda prueba que no se pudo ver opacada por el hecho de, en más de algún pasaje de las crónicas revisadas, se identificara con el entusiasmo del ciudadano de la metrópoli ante un progreso sin precedentes, claramente contrastante con la realidad cubana que le tocó vivir. Por lo mismo, logró ciertamente sustraerse a la mirada fiel o funcional al consumismo en la sociedad mercantilizada, desde que la agenda de crítica social de nuestro autor no se vio impedida de decir lo que tenía que decir, ni dejó por ello de estar inmerso en el comercio.
Estimamos, que José Martí fue un auténtico escritor que no recurrió al fraude ni a la máscara, y sus lectores tuvieron el privilegio de apreciar su crónica encontrando en ella una reserva moral en un mar de banalidades y, no por ello, menos actual, novedosa y funcional a los cambios imperantes.
No resulta, en consecuencia, aplicable a Martí la visión de Rodrigo Javier Caresani en “El salvaje cosmopolita”, donde señala que la vitrina del mundo modernista de fines del siglo XIX termina combinando los signos amenazantes de la nueva experiencia urbana con un espectáculo pintoresco, listo-para-el-consumo y que, en ésa época, el cronista será ante todo una guía en el cada vez más refinado y complejo mundo del lujo y bienes culturales; muy lejos de ello, José Martí se rehúsa a cristalizar una retórica del consumo y la publicidad, erigiéndose en notable promotor de la crítica social de la sociedad moderna en Latinoamérica.
Juez de familias, abogado, ensayista y poeta.