El resto de los días siguen su común rutina. Por ejemplo, el tiempo sin cambios de la Montaña se rompe el primer domingo, que constituye la única novedad para los internos. Tan solo se narra en totalidad el primer domingo que Hans pasa allí, sobreentendiéndose que el resto de domingos de los siete años transcurren por igual. Además, cada dos semanas, acude a La Montaña un grupo de músicos a tocar en vivo para los moradores del Berghof. Como ya ha señalado Ricoeur, estas relaciones numéricas entre capítulos merecen una lectura atenta y acumulativa, que tiene la pretensión de distender el tiempo de narración respecto del tiempo narrado que, junto con el alargamiento de algunos capítulos y la abreviación del relato en ellos, «crea un efecto de perspectiva esencial para la comunicación de la experiencia principal, el debate interior del héroe con la pérdida del sentido del tiempo».[1] Después, varios acontecimientos rompen la trama: En primer lugar, en la página cuatrocientos ochenta y ocho, Clawdia abandona el Berghof para desolación del protagonista. Es invierno y en el siguiente capítulo la voz narrativa se entromete en la trama confirmándonos el cambio operado sobre Hans:
¿Qué es el tiempo? Un misterio omnipotente y sin realidad propia. Es una condición del mundo de los fenómenos, un movimiento mezclado unido a la existencia de los cuerpos en el espacio y a su movimiento.[…] ¡Y qué produce? Produce el cambio.[2]
En segundo lugar, Joachim se va del Berghof: cumplido un año desde que Hans llegara a La Montaña, su primo, obviando las prescripciones médicas, decide regresar a la vida militar. Entonces era agosto, pero la narración salta hasta el otoño, en el tercer acontecimiento, cuando el tío de Hans, el cónsul Tiennapel, acude a visitar a su sobrino con la intención de devolverlo al mundo de la llanura. Tan solo dos personajes acuden al sanatorio en calidad de visitantes, sin quedarse: el tío de Hans y la madre de Joachim. En este sentido, la confusión de las estaciones confirma la confusión del tiempo. Desde que Joachim abandona el Sanatorio hasta que se ve obligado a regresar, enfermo como estaba, parece perderse en el mundo de allá abajo y apenas existe referencia a aquella vida, excepto cuando Hans le recuerda en retrospectivas o se refiere en alguna conversación a su partida. No es hasta la página setecientos veintiséis cuando el narrador se refiere explícitamente a las cartas que Joaquin y Hans se habían estado enviado. Sin embargo, estas idas y venidas del Berghof se producen en la reclusión espacial del sanatorio, lejos del tiempo histórico, ajenas narrativamente a la vida de abajo. La narración del tiempo de arriba no se entromete con la de abajo. El cuarto acontecimiento es el regreso de Clawdia con su nuevo marido, Mynheer Peeperkorn. La nueva pareja regresa a finales del invierno, inesperadamente, en la página ochocientos dos. Clawdia es el único personaje que logra abrir las entrañas del tiempo para Hans Castorp; su deseo por ella produce una tensión de espera que otorga al tiempo un movimiento elástico, logrando un dinamismo interno al que se mantiene fiel la técnica narrativa.
Esta producción de tiempo, si queremos llamarlo así, corresponde al número tres, si tenemos en cuanta las tres semanas transcurridas desde la partida de Clawdia, que nos llevan de nuevo a la conversación iniciática de Hans y Joachim: «Tres semanas aquí habían sido poca cosa o nada», confirmándose una suerte de tiempo circular constantemente renovado. Ya habíamos sido advertidos: estamos inmersos en una historia presentada bajo la forma de un pasado remoto. Esta antigüedad datada en el calendario (en este caso, los años anteriores a la IGM) se desdobla «en una antigüedad sin edad, la de la leyenda»,[3] confirmando así el desacoplamiento del tiempo del mundo y el tiempo de la vida, que aquí se objetivan por arte de narración. En opinión de Blumenberg, el problema de la fenomenología de Husserl y Heidegger residía en haber asumido ingenuamente que el mundo de la vida era, valga la redundancia, cercano a la vida, como es el caso de la pretensión del realismo en Husserl o el excesivo apego a lo cotidiano en Heidegger. «Al final se verá que con el título mundo de la vida se quiere significar, precisamente, lo que no se puede describir desde dentro».[4] Ahora bien, dado lo expuesto ¿qué tiempo de la vida y qué tiempo del mundo cabe pensar en este abismo de lo impensado? o más bien ¿puede haber un todo del tiempo del mundo?[5] El tiempo de la vida (a lo que la fenomenología ha llamado comúnmente tiempo de la conciencia) y el tiempo del mundo (el tiempo físico) están desconectados, disgregados por «tijeras temporales»,[6] aunque alguna vez estuvieron unidos.[7]
Finalmente, el estallido de la guerra despierta a Hans de su gran letargo, volviendo al tiempo de la llanura, ahora convertido en tiempo de muerte. El tiempo privado de la escritura (el de Mann) finalizó en 1924. La historia de Hans en el sanatorio duró siete años, y su relato se nos presenta como un recuerdo. Es posible que ya esté muerto. Nuestro tiempo de lectura también ha finalizado. Estos desafueros presentan la precariedad del tiempo como forma, pero Mann quería narrar la vida misma y en este orden, «el tiempo concluye pero no cesa».[8]
El tiempo ha llegado a detentar el rango de posibilidad de lo absoluto, pero sin mantener alguna conexión interna con este, confirmándose el mentado desacoplamiento.[9] La fenomenología ha tendido, precisamente, a conectar el sentido externo con el interno asumiendo tal disgregación. Heidegger intentó reponerse al hiato entre el tiempo de la vida y el tiempo del mundo elucidando la alternativa del ser-para-la-muerte, pero lo hizo a costa de «elevar por igual el mundo y el tiempo a la categoría de momentos constitutivos de la comprensión de sí mismo y del ser».[10] Incluso el mismo Husserl, que había intuido el potencial del mundo de la vida dedujo el tiempo de ésta como la vida de la conciencia en identidad referencial con el mundo, apretándola con el cinturón de categorías (protención-retención-impresión)[11] remediándose unas nociones a otras por una insuficiencia congénita de las mismas. Así «en la medida en que toda operación actual de la conciencia presupone retención y protención, en esa misma medida es imposible pensar en una conciencia primera y en una última» motivo por el que tampoco podría «poseer la idea de su finitud».[12] [i]
[1] Ricoeur, Paul. Tiempo y narración, Vol II. Configuración del tiempo en el relato de ficción. Siglo Veintiuno, México etc, 1995, p. 555.
[2] Mann, Thomas. La Montaña Mágica p. 498.
[3] Ricoeur, Paul. Tiempo y narración, p. 557.
[4] Blumenberg, Hans. Tiempo de la vida y tiempo del mundo. Pre-Textos, Valencia, 2007, p. 259.
[5] Blumenberg, Hans. Tiempo de la vida y tiempo del mundo, p. 77.
[6] Blumenberg, Hans. Tiempo de la vida y tiempo del mundo, p. 61 y ss.
[7] Blumenberg, Hans. Tiempo de la vida y tiempo del mundo, p. 64.
[8] Ahumada, Ricardo. «El problema del tiempo en La Montaña Mágica», p. 115.
[9] Ahumada, Ricardo. «El problema del tiempo en La Montaña Mágica», p. 115.
[10] Blumenberg, Hans. Tiempo de la vida y tiempo del mundo, p. 82.
[11] Husserl insistió en hacer notar que el límite impuesto al ahora, al presente no era más que una pura ficción y que éste también estaba dotado de extensión, como todo acto perceptivo. El presente sería, por tanto, no un contenido puntual o un límite sino un campo de duración. Como se ha intuido, al decir recuerdo y expectativa se señala la afirmación de Husserl: «toda percepción tiene su halo retencional y protencional». La retención y la protención son dos modos de intencionalidad en el sentido más estricto de dirección, que anhelan cumplir su meta en el horizonte intencional, pues «toda sensación tiene sus intenciones», en Husserl, Edmund. Fenomenología de la conciencia del tiempo inmanente. Editorial Nova, Buenos Aires, 1959, p. 160. Anexo III.
[12] Blumenberg, Hans. Tiempo de la vida y tiempo del mundo, p. 80.
[i]Blumenberg, Hans. Tiempo de la vida y tiempo del mundo, p. 80.
Profesora en Colegio Internacional SEK Ciudalcampo