Todo el mundo quiere ser auténtico, es decir, diferente a los demás. Y dejamos de ser lo que somos y quienes somos en el intento. Nos alejamos de nosotros mismos al compararnos constantemente con los otros. Y lo curioso es que, al hacerlo, acabamos siendo todos iguales, acabamos en el lado del que huimos. La intensidad y la perseverancia de querer ser auténticos nos conduce en esa actitud, irremediablemente, al pozo de los iguales.
Todo espacio o interés ególatra se alimenta de su propio narcisismo. El reflejo del espejo no advierte más allá de lo reflejado. No solo en lo artificial se busca ser auténtico, también lo natural es víctima de esa obligación autoimpuesta. Pero, incluso esto último, no nos pertenece. Lo natural que utilizamos para ser auténticos está fuera de lo que somos.
En esa pretensión de ser diferentes y ser auténticos, las redes sociales y su glamour atizan y empujan. La posibilidad de dar a conocer en ellas esa autenticidad conquistada y ser del gusto y la preferencia de numerosos usuarios, edulcora y engrandece una egolatría y narcisismo que desbanca el reflejo del espejo, que pasa a ser, apenas un protagonista secundario.
¿Cómo regresar a lo natural, a todo eso que somos? Cada cual tendrá que regresar a su modo, en su pauta. Volver a lo natural, a lo que nos caracteriza, a la esencia interior acotada en su momento por intentar ser auténtico, es un camino más pedregoso y más austero que búsqueda que realizamos para conquistar una autenticidad que no nos pertenecía. Deshacerse poco a poco de todas las capas que hemos ido poniendo en esa búsqueda es un buen comienzo.