Nuestra perspectiva del mundo, del movimiento de la vida y de la sociedad en la que residimos, es lo que nos hace odiar o amar. Es nuestra mirada y las ideas que acumulamos en el concepto y definición que forjamos sobre algo o sobre alguien lo que nos pronuncia de una u otra manera sobre ello. En ningún caso, odiamos o amamos ese algo o a esa persona, lo que nos hace odiar o amar es esa perspectiva que hemos construido o que se ha construido inconscientemente en nosotros.
Todo nos condiciona, y ese condicionamiento coarta opciones y condiciona la libertad incluso de sentir. La emoción de amar u odiar queda sujeta por los trazos y las pautas que acumulamos en el camino o por las herencias sugestionadas por el legado social implantado o por la educación recibida.
El trascurso de la vida va produciendo en nosotros un desahucio que coarta, que atestigua un condicionamiento que asesina el ejercicio libre de nuestra naturaleza. La experiencia es un logro ganado, pero es, al mismo tiempo, el condicionamiento de las decisiones y la restricción de la amplitud de toda perspectiva.
No amamos y odiamos a algo o alguien; lo hacen las ideas acumuladas a lo largo del tiempo hasta el instante en el que nuestra perspectiva desarrolla la correspondiente emoción de amar u odiar. Probablemente, antes de ese momento, o mucho después, en base a la ausencia de dichas ideas o debido a la acumulación de una mayor cantidad de ellas, la emoción de amar u odiar se establecería de otra forma.
Escritor, poeta y articulista.