Destruirse para volver a construirse. Echar abajo todo lo construido, todo lo que solo sirve para sobrevivir y no para vivir, convertirlo en piezas de lego abandonadas en el suelo y, luego, volver a edificar otra proposición, otra estructura para residir y vivir en ella. Destruirse para volver a construir algo más emocional, más intenso, como la propia intensidad y emoción de la vida.
En ocasiones, no residimos en caminos que sirven para alcanzar el lugar que necesitamos; en ocasiones, vagamos en círculos que se repiten, en regresos que no llevan ni proponen nada. Son simples regresos, simples círculos que no convergen.
Detenerse y advertir ese círculo vicioso, esa pauta inconclusa, no es fácil; ni tampoco lo es salir de él. Tampoco es sencillo destruirse para volver a construirse. El acomodo, incluso de quien solo sobrevive es de idéntica tesitura y produce símil placer o cobardía que cualquier acomodo material mientras se protagoniza.
Saltar al vacío sin conocer lo que habrá abajo es muy difícil; la seguridad de estar arriba, aunque sea en el filo de la nada, siempre nos parecerá mejor. Pero, probablemente, lo único que nos salve de nosotros mismos sea saltar al vacío o echar abajo lo construido, de vez en cuando, para proyectar una nueva estructura. Descubrir y aprender que somos algo más de lo que ya fuimos.
Escritor, poeta y articulista.