La pausa es el estado donde nos encontramos con más posibilidades, y donde, sin ninguna duda, más cerca estamos de nosotros mismos, de nuestras propias decisiones, de la posibilidad de generar una pauta siguiente más consecuente con lo que deseamos y pretendemos reflejar o conseguir. Son necesarias las pausas para poder continuar, para desechar el lastre innecesario y para desandar el camino si fuera necesario.
La rutina y el paso acelerado convocan dudas, incertidumbre y cansancio. Nos aleja e imposibilita para apropiarnos de un gesto y un camino propio, por eso la necesidad de pausar y desacelerar con mayor constancia de la que lo hacemos habitualmente.
Zarandeados de un lado y de otro; lo más probable es acabar en cunetas y despropósitos con tanta celeridad acumulada, con tanta rutina esclavista reglada, con tantos paisajes de rótulos publicitarios que promocionan vidas que no lo son. A lo sumo, sucedáneos compuestos de mucha condimentación que el paladar no es capaz de diferenciar del verdadero sabor.
La mirada verdadera y profunda del entorno que nos rodea, en el que nos movemos o al que estamos supeditados, es algo que se pierde en las prisas y en el ruido continuo de un paisaje social incandescente. Y, en mayor medida, se pierde el contacto verdadero y necesario con nosotros mismos. Dejamos de ser y nos quedamos al margen de lo que pensamos, de lo que deseamos, de lo que sentimos, de lo que necesitamos. Toda apreciación queda mermada por la ansiedad de alcanzar el instante o alcanzar el deseo sugestionado de lo publicitado.
Por eso, esta pausa obligada al borde de un abismo impensado y que, probablemente, nos tenga en este estado de alerta emocional durante bastante tiempo, tendría que traernos otra forma de interpretar nuestras actuales vidas. No solo a nivel social, también, y en más necesaria medida, a nivel personal.
Escritor, poeta y articulista.