El error consiste en creer que nos deben amar en el mismo formato que nosotros amamos, como si en la tienda de los sentimientos y las emociones solo hubiera cuatro formas de amar. Y solo ellas, verdaderas, únicas y acertadas. Ahí nace la incredulidad.
Pensamos, de manera equivocada, que quien no nos corresponde en base a la manera que nosotros lo hacemos, regidos probablemente por uno de esos formatos estándar o por un formato egoísta y propio de nosotros mismos, no nos ama. La incredulidad nace de los cercos, las fronteras y las normas y leyes que impera en nuestro egoísmo para exigir al otro el mismo formato para amar que nosotros ponemos sobre la mesa. Olvidamos que amar es acto libre que nace de cada uno, que se forja en cada uno y que es una locución propia, personal. Toda expresión de amor es bella y posee una fuerza inmensa, aunque no corresponda al que nosotros idealizamos o al que nosotros practicamos.
En ocasiones, parece que amar es otro producto comercial envuelto en directrices y estructuras, regidas por el convencimiento de una densa y magnánima promoción que alguna marca ha desarrollado y puesto en el mercado durante décadas. Amar es sentir a la persona amada; es la expresión artística con mayor fuerza y pluralidad que la naturaleza posee. Encerrarla en formatos es otra intención de conquista del ser humano.
La incredulidad del verbo “amar” nace de nuestro egoísmo al olvidar que amar es un acto libre y no un formato comercial.