En Tiempos de Aletheia

Sombras, reflejos en el espejo, figuras que se mueven. Nada más

No conocemos en realidad el mundo que nos rodea. Estamos coartados por nuestros sentidos, por las ideas que ha ido conformando nuestra manera de mirar alrededor, y por la educación implantada o heredada desde que somos niños. Y no somos capaces de salirnos de ello y mirar de otra manera, desde otro ángulo.

Hemos llenado de tal manera el vaso que, en lugar de vaciarlo, seguimos echándole más líquido y quedamos ante el sopor de observar los bordes supurando el agua sobrante. No entendemos que vaciarlo, a pesar de lo que ello supone, deshacernos de todo lo sobrante, lo que satura, e incluso de lo que no sobra, planteará nuevos sabores, dará frescura. La verdad del vaso es la utilidad de vaciarlo y volverlo a llenar, no de mantenerlo siempre lleno.

Vemos sombras, reflejos en el espejo, figuras que se mueven, y como en “La Caverna” de Platón, no descubrimos lo que hay más allá. Convencidos de hallarnos en la realidad, no deseamos movernos de la visión y la perspectiva albergada. El miedo nos atenaza las piernas, y es que, de manera cómoda, nos hemos acostumbrado a esas sombras, a esos reflejos en el espejo que nada más son reflejo, a esas figuras que se mueven de aquí para allá, al temor del vaso vacío.

Residimos en una neblina constante que nuestros sentidos y nuestra perspectiva han creado, y que, poco a poco, va cegando nuestro paso, nos condiciona, nos empuja por senderos habituales y repetidos; nos desvincula y nos arrastra obsesivamente a nuestra realidad: la que hemos inventado para convencernos.

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