A instancias del legado brindado por quien nos advirtiera de “nuestro estar siendo”, el antropólogo y filósofo Rodolfo Kusch, bajo la antinomia de “hedor y pulcritud”, como conceptos, tal vez excluyentes, yuxtapuestos o complementarios, la pregunta que se nos presenta, la podemos responder todos y cada uno de los que deseemos, oler nuestra comunidad, apreciarla bajo el sentido del olfato y poder expresar, a primera mano, con qué otro olor, ya conocido, asociamos nuestro colectivo, el nosotros constitutivo y constituyente, realizando por intermedio de este ejercicio una apreciación tanto individual, como política y pública. Mi territorio, para no decir ciudad, dado que la misma no me pertenece sino que es en tales términos políticos e institucionales patrimonio de la facción que la gobierna, la regentea o la tiene “alquilada”, huele a una mezcla de transpiración fuerte y colonia barata, emana una fragancia muy particular, una suerte de maridaje entre productos químicos, supuestamente aromatizados en flores con aquellos hedores provenientes de lo más profundo de una vulva en ebullición, de un ano con o sin vértigo, pero con horas al sol.
A lo que huela tu ciudad dependerá también de tu voluntad de catar las emanaciones, que podrán ser todas, como una a la vez, o sintetizarlas en una comida, en una situación o en un cuerpo determinado, con nombre y apellido, por más que sea para la historia del estar siendo, colectivo, meramente circunstancial.
Oler tu ciudad, tu lugar, es hacer política, tal como nos refiere Alejandro Viveros Espinosa en su artículo, “Enfoques sobre la filosofía de Rodolfo Kusch”: “Cada vez que Rodolfo Kusch utiliza el concepto de hedor nos provoca y conduce a una reflexión, no solamente en términos existenciales sino que también en términos filosófico-políticos, que cuestiona los cimientos de toda construcción identitaria de lo indígena y lo popular, y que apunta a una tensión con el proyecto civilizatorio desarrollista latinoamericano. El enfoque filosófico-político en el pensamiento filosófico de Kusch nos dirige a problematizar y profundizar en el hedor, todo aquello olvidado, amputado, marginado, para encontrar su aroma”.
Entendiendo, o mejor dicho, oliendo “mi lugar” desde esta consigna, me es mucho más sencillo el comprender la mezcla de olores a las que estoy condicionado, ni bien salgo a realizar cualquier tipo de actividad, fuere la que fuese. Tal como la meretriz, la prostituta, que se debate entre su necesidad y su libertad, como para estar lo menos condicionada posible, para llevar adelante su labor, se baña, para estar disponible ante sus clientes, para otros tratantes, se cubre de fragancias aromatizadas, dulzonas o frescas, pero químicas al fin, que tapan las verdaderas emanaciones de la persona en cuestión, que entregará su cuerpo, pero no su olor, que tal vez sea una manera, metafórica de darse valor, más allá del precio o del honorario, convenido o determinado por unos minutos de “estar siendo” con un otro, sea o no mediante una vinculación de índole sexual o meramente presencial.
Mi lugar, como tal vez el tuyo, no puede brindar su olor, teme que sus hijos o apropiadores, mezcla de ambos, repelan tal naturalidad, busca esconder el sentido mismo de sus emanaciones, o tal vez, no tenga mucha más alternativas, que las de intentar subsistir, entre tanta artificialidad, ante tanta quemazón, destrucción, entre lo que huele, a la suerte de cadáver en descomposición y el vano, como desesperado, intento de camuflar tal hedor, mediante productos químicos que nos ofrece la técnica, homicida de lo natural para, supuestamente, hacernos más llevadero nuestro mientras tanto, o nuestro estar siendo en el mundo.
“El hedor de lo americano tiene y proyecta un rendimiento político en cuanto que configura un vehículo para reflexionar respecto del creciente relativismo identitario y el consecuente vacío y futilidad en la construcción de un ideario nacional, que a su vez adolece de tener un sí mismo oculto, cerrado, separado, amputado” (Kusch, América 2, 248-254).
Tal vez tengamos que agudizar nuestros sentidos, darle prioridad en ciertas contingencias, o establecer incluso formas y mecanismos que nos mantengan más en eje acerca de qué es lo que pretendemos, si es que pretendemos algo, en cuanto a la noción grupal o de lo colectivo.
Eso que llamamos política, que Occidente en su historicidad, tanto académica como novelada, nos viene legando como “democrática” en nuestras comarcas, en nuestros minifundios de excepción, alambrados, por la ferocidad de los caudillos con derecho a todo, los reyes sin corona ni normativa expresa que así lo determine, tiene mucho más que ver con lo que huele, con lo que emana, con el olor que podemos determinar que tiene, y que podemos desear que alguna vez, salga, en su plena naturalidad, sin que tengamos náuseas, o si las tenemos, no avergonzarnos por ello, ni tratar de esconderlas o de subyugarlas.
Saber a qué huele tu lugar es mucho más importante como determinante político que estar en tal o cual partido, o votar para algo concreto al candidato de turno.
Tapar o disimular un olor es más difícil y complicado que cambiar un cartel publicitario, variar un discurso o una idea. Si la democracia oliera a algo bien podría ser al formol que se le pone a los cuerpos para evitar su putrefacción.
Es indispensable que determines, para que luego comuniques, a qué huele tu ciudad, tu pueblo, tu barrio, tu vecindario, tu lugar.
Luego de esto, tendrás más en claro a quién y si, en tal caso es necesario, votar, en la dinámica, muchas veces nauseabunda, de lo electoral.