En todas y cada una de las aldeas está presente. Aún más en aquellas en donde parece no estarlo. Hija no deseada de los absolutismos, en verdad es abuela de los mismos. Se presenta como valor fundamental para los pueblos y le exige a todos y cada uno de los integrantes que le firmen, bajo voto, la estampa suscripta del acuerdo. Garantiza la expresión de los incumplimientos, pese a que sea casi imposible la revocatoria del poder cedido, que en tal caso, pasa a ser detentado. Se la pasa prometiendo, sostenida en las expectativas permanentes que solo se cumplen en la medida que se prorrogan, que se dilatan, que se incumplen, una y otra vez, soterrada por mentiras nuevas. Convertida ya, en una reina hermética, incuestionable e inexpugnable, ofrece como alternativa el horror padecido en su cómplice ausencia. Azuza con el fantasma, lo plantea como síntoma, sin ella, en su grado y condición sacra, siquiera podemos pensar un conjunto de reglas que ponga justicia y sentido, a los valores de lo común que, como promesa, hubo prometido en su representación de pueblo. En su afán hegemónico, en vez de aliarse con dispositivos pares, tales como la institucionalidad y la noción de república, percude, pervierte y socava la posibilidad de mancomunión, mediante el desconocimiento de dinámicas imprescindibles como la división de poderes y el discernimiento preciso y claro de lo público y lo privado. Si tuviésemos un oráculo de Delfos, tal vez la consulta más recurrente sería ¿bajo qué prioridades permite la construcción de las mayorías a quienes dice representar tras el yugo del sistema de gobierno propuesto? Astutamente exclama a viva voz la defensa irrestricta de preguntar, cuando en verdad, deja el campo extenso para que se afirme o niegue, convenientemente dosificada por la violencia de la agresión, lo secundario o los sucedáneos de la cuestión fundamental, la que no se puede cuestionar, objetar, recurrir, ni mucho menos plantear siquiera bajo la instrumentalización de una elección, si verdaderamente queremos o no continuar bajo su señorío. Hemos apostado a esta nueva formulación, que se acendra en la definición del pensamiento lateral, para indagar en lo imposible, para dislocarlo como posibilidad, auscultar el deseo individual, llevar las diversas ambiciones de los múltiples para que puedan constituirse prioridades que determinen un horizonte de lo común, y que puedan orquestar una sinfonía de ecuanimidad, de armonía y de un entendimiento mayor que nos haga vibrar al compás de lo humano. Tal como lo expresara el filósofo, en su negación de representación como testimonio de tantas voces, “la vida sin música sería un error” y si no vivimos bajo una que nos interpele a todos y cada uno de los que habitamos bajo un signo de lo colectivo, serán simplemente concebidas, entendidas, sentidas como ruidos, vacuos, cuando no agresivos. El acertijo, no posee como respuesta el concepto unívoco al que todos arribamos. El acertijo es el sentido mismo de la vida, en su complejidad limitada y libertaria, en su misterio individual y su pretensión gregaria. El acertijo es la combinación de acción y palabra. El acertijo es la sensación resultante de lo pensado y lo pensable dentro de la experiencia sensitiva y emocionante de lo humano. El acertijo es el reconocimiento cabal de la falta, con la altivez soberana de preguntarnos cómo y qué podemos hacer para que el otro, en su respetable individualidad, se integre a nuestra noción del yo y en esta comunión, transformemos la palabra poética en música y esta devenga en danza.
Independientemente de cómo lo pueda expresar cada lengua en la dinámica de sus significaciones, lo cierto es que si no nos educamos, educando, por más que parezca tautológico, no tendremos la posibilidad de comunicarnos y de entendernos entre nosotros (es decir entre el yo y el otro).
A todos nos pasa, independientemente de las mociones y proyectos que se aprueben en los parlamentos, de la dificultad creciente en poder conectar con ese maravilloso ejercicio del entendernos.
Inmediatamente después de la aprobación de una nueva reforma educativa en España, me volví a comunicar con una eurodiputada perteneciente al partido oficialista para volver a invitarla a diferentes debates políticos e intelectuales que hace tiempo organizo, como forma de contribuir desde la cultura a fortalecer los lazos destruidos por la pandemia. Nunca había conseguido que respondiera con un “gracias”, solamente, su indicación fría, formal, altiva de que se le cursara la invitación a su correo electrónico oficial. Cumpliendo con su solicitud, y sin obtener respuestas, de repente, la mensajería del móvil, me advirtió de la gravedad educativa y comunicacional que atravesamos en este acertijo en que hemos convertido nuestro estar en el mundo.
La eurodiputada, con sus ínfulas de poder, bajo signos de admiración y en una suerte de grito de guerra, me espetaba: “El feminismo se practica, no más debates sin mujeres”. Respondía a otra de las tantas invitaciones, en las que este caso, el organizador resolvió realizar un panel sin mujeres (al menos en lo figurado, tal vez alguno de ellos se auto-perciba femenino). Le respondí que era responsabilidad del organizador y que me parecía de mala educación que una persona de circunstancial poder, respondiera de forma acusatoria y aprovechando su condición de mujer, para señalar la falta de los otros, antes que agradecer al menos, el sinfín de invitaciones que se le habían cursado y no hubo de responder, siquiera con un “gracias”.
La historia finaliza con el bloqueo en mensajería por parte de esta mujer que, entronizada en el poder, dejó de tener nombre e individualidad para convertirse incluso en el nombre de sus supuestas causas, en parte del problema y no de la solución.
El acertijo de lo político nos posiciona frente a estos aspectos dilemáticos. Desde dentro del poder, muchas veces, aquellos que pregonan defender o sostener una causa son, en verdad, quienes más atentan contra la misma. Mientras más se dicen compenetrar con lo general, lo público y lo común, más se radicalizan en sus individualidades que demuestren ser réplicas autoritarias de fantasmas sin educación, género, sexo ni humanidad.