En Tiempos de Aletheia

Desarrollismo de mercado y exclusión social

La década de los setenta del siglo pasado configuró el inicio de la coyuntura en la que aún hoy nos encontramos, fue tanto el comienzo de las transformaciones telemáticas que algunos denominaron la revolución del silicio, así como los años del llamado embargo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (un eufemismo con el que los países del entonces llamado primer mundo pretenden nombrar una realidad que consistía en la toma de control del recurso fósil por parte de los países donde se ubican los yacimientos). Una década en la cual se pone en marcha el proceso global de neoliberalización del planeta, lo que se entrelaza con el traslado del modo de acumulación al sector financiero, lo que G. Arrighi describió como el final del ciclo sistémico hegemonizado por Estados Unidos, punto de inflexión caracterizado por el aumento de la competencia intersistémica que marca la agenda de destrucción del orden institucional surgido tras la segunda guerra mundial adelantado por parte de los gobiernos de ese país, así vimos la ruptura de los acuerdos de Bretton Woods, luego la intención de R. Reagan de abandonar el FMI, no materializada por la posibilidad que brindaba el organismo para, en el marco de la década perdida en América Latina, imponer ajustes estructurales de corte neoliberal, la invasión de Irak por parte de G. W. Bush en contra del criterio de las Naciones Unidas y del derecho internacional, las amenazas a UNESCO por parte de D. Trump (aunque no ha sido el único) y más recientemente a la OMS.

 

Las transformaciones iniciadas desde entonces no solo han implicado cambios a nivel internacional, sino que también han tenido su correlato al interior de los Estados-nación, el desmantelamiento del orden de posguerra (1945-1975) significó también el desmontaje del andamiaje que hacía posible el estado de bienestar en entonces llamado primer mundo, así como una modificación en las políticas, planes y programas que hasta entonces habían caracterizado al discurso del desarrollo (desarrollismo de estado) en los países del sur global. Estos últimos tenían una cita con la nueva retórica del desarrollismo de mercado, tal y como la habían tenido con otras retóricas de salvación promovidas por el norte global, el mercado como nuevo Dios requería un nuevo bautismo.

 

Al cambiar las reglas de juego, también cambiaron los discursos y una nueva jerga comenzó a desplazar los anteriores dispositivos coloniales que sustentaban el racismo culturalista de posguerra, así como a su retórica de salvación para con los pobres de la tierra. Mientras el desarrollismo de Estado, con su horizonte institucional en el Estado de Bienestar, cedía paso al desarrollismo de mercado, el pobre, en tanto objeto de los programas de desarrollo, fue perdiendo centralidad dando paso a una nueva forma de objetivación, el Excluido. Con ello se dio paso desde una retórica de la pobreza a una retórica de la exclusión social. La objetivación de este nuevo sujeto, la invención del excluido, comienza con la publicación del libro Les Exclus en 1974, escrito por René Lenoir (1927-2017) quien por esos años ocupó la Secretaría para la Acción Social en Francia.

 

En este sentido, la noción de exclusión social, así como su opuesto (inclusión), tiene su raíz en la tradición de la sociología francesa, resaltando así la importancia y el lugar central que ocupa la cuestión de la cohesión social en el país galo. La problemática de la exclusión social aparece así tras el retorno de un viejo fantasma, el de la revolución y la amenaza sobre el “antiguo régimen” que significaron los acontecimientos de aquel mayo de 1968. La exclusión social resulta, por tanto, una noción que permite explicar la situación que ha servido de caldo de cultivo para un episodio que ha puesto de nuevo en tensión la cohesión social.

 

Este nuevo sujeto objetivado como excluido vendría hacer una amenaza para el orden social, su situación es resultado de encontrarse fuera de los marcos de protección supuesto a todo Estado de Bienestar, explícitamente aquellos que derivan de la seguridad social basada en el empleo. La condición de quien se encuentra excluido es la de alguien que ha perdido de facto su condición de ciudadanía, entendiendo a ésta como la posibilidad de participación, en tanto consumidor, de quien puede comprarse un lugar en el mundo gracias a la venta efectiva de su fuerza de trabajo. En otras palabras, el problema del excluido es el problema del desempleo, y más explícitamente un problema de mercado, de oferta de puestos de trabajo.

 

En este punto llegamos a la situación en la que ya se puede afirmar que con el desplazamiento del discurso de la pobreza, y la centralidad del excluido, se funda el dispositivo retórico del desarrollismo de mercado. Y es que, aunque el discurso de la pobreza ha sido ampliamente criticado por su encuadre economicista, sumado a la arbitrariedad con la que se fijan los umbrales que lo delimitan, el discurso de la exclusión/inclusión permite realizar una conversación en la que la desigualdad es dejada al margen, algo que no ocurría con la noción de pobreza.

 

Por lo tanto, desde el par exclusión/inclusión, es posible fundar una nueva realidad en la que a nivel económico bastará con orientar la política hacia dispositivos institucionales que propugnan por los equilibrios macroeconómicos, liberando al mercado de intervenciones estatales que busquen hacer frente a las desigualdades estructurales, todo es dejado en manos de la oferta y demanda, reduciendo la cuestión a la formal igualdad de oportunidades siempre regulada por el mercado, por lo tanto negándose a asumir la cuestión de las condiciones necesarias para la realización individual de las oportunidades, porque estas ya los proveerá el mismo mercado.

 

A nivel de la subjetividad, esto significa una revolución de los sentidos que organizaban la vida de los trabajadores en la era del desarrollismo de estado, las nuevas generaciones deben asumir la volatilidad de la oferta, estar preparadas para cambiar en la medida en la que cambia el mercado, como lo proponía aquel libro se debe estar siempre preparada para que alguien se lleve el queso.. Una situación en la que los viejos de deseos de estabilidad y ascenso social, enraizados en la idea de un trabajo para toda la vida, deben desaparecer para dar paso a una vida orientada al mercado, cuestión que va acompañada con una moral sobre el trabajo que enajena al sujeto y lo convierte en un individuo en y para le mercado.

 

El discurso de la exclusión/inclusión, sin embargo, como todo discurso no tiene un cierre absoluto, sobre todo cuando este debe hacer frente a aquello que siempre se le ha de escapar, la realidad. Así, aunque con la noción de exclusión social la pobreza es desplazada, ésta no desaparece, su lugar ahora viene dado como resultado de su emparejamiento con otra noción cuyo valor viene hacer moralizante, el esfuerzo. Si, en primer lugar, la exclusión social resulta de una cuestión de cómo debe gestionarse el mercado, para que en el equilibrio entre oferta y demanda se creen las oportunidades para que las poblaciones en condición de inclusión puedan incorporarse a lo que se entiende como la vida “normal” de la sociedad (de mercado), la no inclusión es una cuestión de esfuerzo personal, es el “tratar de aprovechar las oportunidades”. En segundo lugar, la pobreza se entiende como el resultado residual de la exclusión social, es decir, es la consecuencia de no esforzarse lo suficiente. En tal sentido, con la noción de exclusión social se naturaliza el discurso que culpabiliza al pobre de su propia condición, si se es pobre es porque se quiere.

 

Una última cuestión es que el discurso de la exclusión, una vez que los Estados salen de la ecuación, puede ocultar también la dimensión geopolítica y sistémica de la desigualdad. A diferencia de la noción de exclusión, la noción de pobreza no está circunscrita al ámbito de los Estados-nación, aunque esto no quiere decir que mayoritariamente allí era donde se pusiese el énfasis. Al hablar de pobreza se sobreentendía el papel que los Estados tienen en su realización, sino que también se llegó a plantear la responsabilidad de los centros metropolitanos en el sostenimiento de relaciones coloniales como el germen que producía el desarrollo del subdesarrollo, es decir, la relación entre geopolítica y pobreza. Igualmente se construían mapas de pobreza, clasificando lo que se entendían eran países ricos y pobres, lo que al menos, como he dicho, permite presuponer una relación dialéctica entre ambos (aunque no siempre fuese así.

 

A diferencia del discurso de la pobreza, en el discurso de la exclusión/inclusión no hay países excluidos, los hay con exclusión social que no es lo mismo. Si la pobre/riqueza permitía elaborar una dialéctica de desarrollo entre los Estados, la exclusión/inclusión no, se trata de elevar el monismo formal del individualismo neoliberal a escala geopolítica. La noción de exclusión nos vuelve a mostrar su fundamento último, el mercado, porque un Estado nunca está excluido frente a otros Estados, por el contrario, la razón de ser de un Estado es justo su reconocimiento como tal por parte de otros Estados, así como su participación/inclusión en el sistema interestatal. Entonces, podemos hablar de exclusión de los Estados, si, pero solo al referirnos al mercado, de hecho la política imperial de medidas coercitivas aplicadas por Estados Unidos a países como Irán, Cuba o Venezuela, entre otros, justo apuntan a ello.

 

En tal sentido, y para concluir, el la noción de exclusión en sus múltiples escalas de operación, se muestra como un dispositivo colonial indispensable para lo que ha sido el reordenamiento mundial desde los años setenta del siglo pasado, y aún sigue jugando un papel fundamental en la imposibilidad cultural de interpelar el sentido común resultado de la revolución neoliberal.

 

 

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