En Tiempos de Aletheia

Necesitamos crear Clubes Filosóficos

Así como casi todas nuestras ciudades modernas están atestadas de espacios, denominados “gimnasios”, en donde, por intermedio de aparatosas máquinas, y tras la atenta y disciplinante presencia de un profesor que nos indicara cuál es el movimiento atinente o la repetición indicada, forzamos nuestros físicos, para estar saludables o aparentar estarlo, bajo este proceder tan antinatural (como si no pudiésemos trabajar nuestro cuerpo en nuestra cotidianeidad, sea caminando, corriendo, limpiando, cargando nuestros niños o ancianos o lo que se les ocurra) es al menos llamativo, que el músculo cerebral no puede o no tenga un espacio concreto y definido para ejercitarse más allá de los reductos educativos los cuales, más que nada, son disciplinantes y, por ende, apuntan a absolutizar la experiencia del raciocinio y no dejarla desarrollarse en un máxima expresión, generando para ello circunstancias de libertad en donde se apunte a, entre otras cosas, entendernos mejor con los otros, que son versiones distintas de uno, o la vieja aporía filosófica de lo uno y lo múltiple.

Imaginemos por un instante que ingresamos a un lugar. No importa si este es un bar, una plaza, un parque o una oficina. Desaprendámonos, también, de la idea de que vamos allí por un chocolate con churros o por un refresco. Menos aún para alentar, brincando o cantando hipnóticamente, en una suerte de danza chamánica, para que x cantidad de personas corriendo detrás de una pelota la quieran hacer chocar ante una red, sea que las miremos desde las tribunas o por intermedio de un televisor. Imaginemos también que nadie nos dice qué hacer. Imaginemos que, en tal espacio, podemos hacer todo lo que haríamos en cualquier otro lugar, como también nada de ello. Imaginemos que hablamos como lo hacemos con nuestros familiares y amigos, o como no lo hacemos con ellos porque no nos da en gana o porque no los tenemos. Imaginemos que compartimos experiencias, contactos, datos de revistas, publicaciones, de congresos, simposios, donde podríamos asistir, física o virtualmente, enviando o no nuestras ponencias o posiciones teóricas o nuestras consideraciones. Imaginemos que publicamos un texto, sea como libro a la vieja usanza, o mediante aplicación por el ordenador, y contamos con el apoyo concreto, efectivo, como también aparente y moral, del resto de los asociados a este club del que seríamos parte. Imaginemos que ponemos en un espacio en común, los datos de los correos y de los móviles de todas las personas, influyentes o con capacidad económica o institucional, para adquirir esos textos que escribimos, para invitarnos o pagarnos más por las conferencias o clases magistrales que cada tanto podemos llegar a dar. Imaginemos que en este club, las camisetas, los colores y las actividades son las que cada uno de nosotros propone, pero que, a su vez, y casi como con cierto destino profético, o filosófico en su sentido lato y no disciplinar, escapamos del cientificismo del principio de no contradicción y, también, desde esa individualidad, formamos un colectivo, una corporación, una constelación de intereses que puede interceder, novedosa y positivamente (tampoco desde su acepción desde la ciencia) en nuestra sociedad, incluyendo lo cultural como lo político.

Ya no se trata de promover la industria del libro o del cine o de la música, las escénicas o las visuales. Todas ellas, según nuestra concepción, son formas del pensamiento. Se trata de promover el pensamiento como una práctica de cultura. Un pensamiento que no solo se desarrolla en los espacios institucionales estancos, sino que adquiere formas diversas. El pensamiento académico, formalizado en textos, pero también el pensamiento que surge de las expresiones estéticas, el pensamiento que se produce en colectivos sociales o en los infinitos grupos con identidades concretas que producen discursos de diversos órdenes. El pensamiento poético. Dar espacio y cauce a esas formas de pensamiento, ponerlas en conflicto, contraponerlas, darle al pensamiento estético el mismo estatus que el texto escrito formalizado.

La Filosofía es una herramienta que nos permite observar el mundo con otros lentes, con nuevos esquemas y posibilidades antes nunca vistas, es un aliado para pensar nuestra sociedad, quiénes somos y en qué tiempo vivimos:

“[…] la filosofía se convierte, para los momentos actuales, en una poderosa herramienta de interrogación, ruptura de ciertos modelos y órdenes imperantes que han mercantilizado de tal manera pensamiento y lo han convertido en un instrumento repetidor, controlador y, sobre todo, eficaz y eficiente” (Pulido-Cortés, 2009, p. 82).

Son tantos y tan variados los lugares como las personas con las que sentimos que estamos perdiendo el tiempo, o donde se nos va la vida, de acuerdo a lo que nos dicen otros o está impuesto, que bien nos mereceríamos tener en diferentes ciudades del mundo, estos clubes en donde se pueda hacer de todo, como nada a la vez, en definitiva, un reflejo de la existencia misma.

Este club podría o debería ser un club mundial que atienda todas y cada una de las expectativas y las posibilidades filosóficas que tengamos a mano.

En tiempos de restricciones o de protocolos, incluso, tal como en los primeros espacios filosóficos que registra la historicidad occidental, estos clubes no precisarían más que la voluntad de quienes lo deseen para, al aire libre, poder caminar y pensar, preservando las requisitorias sanitarias existentes, sin que estas ocluyan la posibilidad de pensar, que es en definitiva, vivir.

Invitamos por este medio y por los canales que se detallan a que seamos parte.

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