En Tiempos de Aletheia

Pequeño estudio acerca de las drogas

Un estudio sintético sobre las drogas debería hacer referencia en primer lugar al concepto que hace entender y distinguir qué es una droga, y así es como lo haremos. Sin embargo, es este un concepto que ha traído no pocas discusiones, pues hay quienes declaman que el concepto utilizado por la OMS fue establecido a posteriori de calificar ciertas sustancias como tales dejando otras tantas que bien podrían ser así consideradas al margen, pues según los mismos estudiosos de la OMS “qué sea una droga” viene determinado por un marco sociocultural. Así nos encontramos con que dicha definición (“Droga”: toda sustancia que, introducida en el organismo por cualquier vía de administración, produce una alteración de algún modo, del natural funcionamiento del sistema nervioso central del individuo y es, además, susceptible de crear dependencia, ya sea psicológica, física o ambas. Kramer y Cameron redactaron para la OMS en 1975 el Manual sobre la dependencia de las drogas en el que encontramos esta definición) es un “concepto intencionadamente amplio” y habrá de ser delimitado junto con otros como “farmacodependencia”, “droga causante de dependencia”, “tolerancia” y “síndrome de abstinencia”. Así, bajo esta definición, podríamos encontrarnos con sustancias de hábito común que campan en nuestro día a día, como el alcohol, el tabaco o el café, que provocan dichas alteraciones pero que, dado están inmersas en nuestras culturas legal y convencionalmente, su abuso no conlleva censura bajo visión despectiva alguna.

Sin embargo, en el Glosario de alcohol y drogas de la OMS encontramos esta otra definición: “Droga. Término de uso variado. En medicina se refiere a toda sustancia con potencial para prevenir o curar una enfermedad o aumentar la salud física o mental y en farmacología como toda sustancia química que modifica los procesos fisiológicos y bioquímicos de los tejidos o los organismos. De ahí que una droga sea una sustancia que está o pueda estar incluida en la Farmacopea. En el lenguaje coloquial, el término suele referirse concretamente a las sustancias psicoactivas y, a menudo, de forma aún más concreta, a las drogas ilegales. Las teorías profesionales intentan normalmente demostrar que la cafeína, el tabaco, el alcohol y otras sustancias utilizadas a menudo con fines no médicos son también drogas en el sentido de que se toman, el menos en parte, por sus efectos psicoactivos”.

Para el filósofo José Luis Cañas estas definiciones de la OMS no serían suficiente expresión de la problemática esencial de las adicciones, pues olvidan por completo que el drama humano que se esconde tras la dependencia es de tipo existencial.

Para Escohotado, “una droga no es solo cierto compuesto con propiedades farmacológicas determinadas, sino algo que puede recibir cualidades de otro tipo. En la Roma preimperial el libre uso del vino estaba reservado a los varones mayores de treinta años, y la costumbre admitía ejecutar a cualquier mujer u hombre joven descubierto en las proximidades de una bodega. Fumar tabaco se condenó con excomunión entre los católicos, y con desmembramiento en Turquía y Persia. (…) Naturalmente, los valores mantenidos por cada sociedad influyen en las ideas que se forman sobre las drogas. (…) Sin embargo, el influjo que ejerce la aceptación o rechazo de una droga sobre el modo de consumirla puede ser tan decisivo como sus propiedades farmacológicas. Así mientras el café estuvo prohibido en Rusia resultaba frecuente que los usuarios lo bebieran por litros y entrasen en estados de gran excitación, lo cual hacía pensar a las autoridades que esa droga creaba un ansia irreprimible.” (pp. 22 a 24)

“Antes de aparecer leyes represivas, la definición generalmente admitida para ‘droga’ era la griega. Phármakon es una sustancia que comprende a la vez el remedio y el veneno; no una cosa u otra, sino ambas a la vez. Como dijo Paracelso, ‘solo la dosis hace de algo un veneno’.” (p.30 – Escohotado)

“Quien busque objetividad se cuidará de no mezclar ética, derecho y química. Pero quizá más decisivo aún sea tener presente siempre que si cualquier droga constituye un potencial veneno y un potencial remedio, el hecho de ser nociva o benéfica en cada caso determinado depende exclusivamente de: a) dosis; b) ocasión para la que se emplea; c) pureza; d) condiciones de acceso a ese producto y pautas culturales de uso. La cuarta de estas circunstancias es extrafarmacólogica, aunque tenga actualmente un peso comparable a las farmacológicas.” (p. 31 – Escohotado)

Parece que la prohibición desatase el consumo de la sustancia, como nos muestra Escohotado en su libro Aprendiendo de las drogas (p. 24) al término del ejemplo del opio en la India y China. En Europa, actualmente disponemos del caso holandés: según datos oficiales, en los últimos nueve años se ha visto reducida la delincuencia, y entre los habitantes habituales del país, el consumo se establece como mayoritariamente de uso y no de abuso. Pero también existe la posibilidad inversa: tras una prohibición, la legalización puede provocar un estado de euforia que conlleve al descuido del uso de la sustancia y a la ampliación del grupo de consumidores de abuso por la nueva forma del enfoque social de admisión de consumo.

Para Terence McKenna, la misma palabra “drogas” es un término que utilizan los gobiernos y ha contaminado el lenguaje, siendo así uno de los problemas a abordar. Necesitaríamos, pues, “un lenguaje más inteligente” para hablar de estas sustancias y de los estados mentales psicodélicos, sedados o de exaltación asociados al consumo de las mismas. “No podemos darle sentido a los problemas y a las oportunidades ofrecidas por sustancias a menos que limpiemos nuestro lenguaje”, afirma en una entrevista. El uso de este término parece ofrece dos vertientes: el de las drogas “buenas”, utilizadas por la farmacopea; y otro negativo, que sería el aplicado a las drogas ilegales. Por su parte, los consumidores señalan como máximo problema para su salud el filtrado de otras tantas sustancias tóxicas en grado sumo y adictivas en los compuestos que se consumen como mayor riesgo para su salud. ¿Solucionaría algo esta problemática la legalización y preparación de estas sustancias por parte de especialistas? El problema es de gran calado, pues la sociedad tendría que estar preparada y dispuesta a una educación mayor y mejor acerca de los riesgos del uso y abuso de estas sustancias, pero no solo eso, también tendríamos que tener toda una red de ayuda para aquel que, habiéndose enganchado a alguna sustancia que no le permite un bienestar y necesita de ayuda para cambiar esa habituación que ahora le resulta nociva, pueda de hecho desintoxicarse completamente de dicha adicción. Aprovechamos el momento para agradecer a la red de profesionales y asociaciones que ya existe ayudando en esta problemática, la inmensa labor que realizan.

También es necesario señalar que, a día de hoy, la ilegalidad de determinadas sustancias convierte ciertas zonas del planeta en el caldo de cultivo del narcotráfico, tanto que el riesgo de habitar ciertas zonas del planeta donde este campa a sus anchas es real y llega a cotas de violencia y muertes demenciales. ¿Qué ocurriría si fueran los gobiernos quienes se encargasen de estas plantas? Además, hay que mentar el problema del abuso de estas sustancias, provocando dependencias, problemas psíquicos y la delincuencia común que la necesidad de las mismas por parte de los “enganchados” conlleva.

La ibogaína, sustancia alucinatoria que puede llevar al paciente a la muerte, se está utilizando en clínicas privadas para la desintoxicación de otras sustancias, como la cocaína o la heroína. “Drogodependientes rehabilitados, junto con una serie de científicos, sostienen que una dosis de ibogaína, sustancia que se obtiene de la raíz de Tabernanthe iboga, un arbusto de la pluvisilva africana, es capaz de ‘reajustar’ los centros cerebrales de la adicción y, con ello, liberar al sujeto de sus ansias por consumir drogas. Clínicas privadas de México y América Central ofrecen ibogaína para tratar a los drogodependientes. Sin embargo, esta sustancia, ilegal en Estados Unidos y algunos países de Europa, también puede matar al paciente.” Y se dan testimonios de que fue lo tan malefíco de la experiencia con esta sustancia lo que les hizo no querer volver a consumir otras drogas, y no otra cuestión de índole médico.

https://www.investigacionyciencia.es/revistas/mente-y-cerebro/con-ojos-de-beb-710/ibogana-un-remedio-para-la-adiccin-15431

A lo que cabe preguntarse, ¿cómo puede un veneno ser terapéutico?, pregunta que Escohotado responde: “fundamentalmente porque los organismos sufren muy distintos trastornos, y ante ellos el uso de tóxicos en dosis no letales puede ser la única, o la mejor, manera de provocar ciertas reacciones”. (p. 20)

Hay ahora má de estos estudios científicos que están barajando la posibilidad de la aplicación de sustancias alucinógenas, tipo la ketamina o la ayahuasca, para trastornos tipo la depresión o el alcoholismo, pues parece ser que sus efectos son más inmediatos, fuertes y duraderos que las medicaciones habituales en estos trastornos, sin embargo, queda por dilucidar si puede ser de verdad mejor el hecho de este tipo de remedio o la enfermedad dada la posibilidad de efectos secundarios graves a no se sabe todavía qué plazo del uso de estas sustancias. Por otra parte, tiempo lleva ya reclamándose el uso terapéutico de la marihuana en las enfermedades que cursan o cuyos métodos curativos cursan con dolor e inapetencia nutricional.

Partiendo del presupuesto de una concepción humanístico-personalista del ser humano, como hace el filósofo José Luis Cañas, “el adicto es persona antes que adicto” y la búsqueda de las causas lleva a “la conclusión de que son causas existenciales, están en la persona adicta, pero no son constitutivas de su ser en su fundamento último. Están de muy variadas formas instaladas en las personas (…), pero no de forma inexorable”. (…) Si podemos distinguir entre la persona y su adicción, ello es posible porque la persona es un ser más real, más profundo y más íntimo, visto desde un conocimiento típicamente humano, que el ente objetivo de su adicción, con lo cual estamos priorizando a la persona frente a su objeto de deseo adictivo merced a un fundamento antropológico previo. (…) Priorizar la conducta adictiva, y las perturbaciones psíquicas o el deterioro físico que la adicción puede originar, al poner el objeto-droga (sustancia o conducta) en el centro de la problemática lo que hace es dar lugar a una visión reduccionista de la persona adicta invirtiendo el enfoque cultural y profesional del problema, entre otras cosas porque es más fácil de adoptar. (…) Aquí está la clave de por qué los Estados no avanzan en este terreno proporcionalmente a los enormes recursos y esfuerzos que ponen en marcha de todo tipo, Si no se tienen en cuenta los fundamentos antropológicos y existenciales que se encuentran en el principio y en el final de las personas adictas, como mínimo no se capta la complejidad del fenómeno adictivo.” (pp. 14 – 24) Asimismo, el filósofo, declara que este solapamiento vital entre persona y sustancias de alteración de la conciencia viene a señalar una fatiga de vivir, la vía de escape de la asunción de responsabilidades cotidianas, sería pues la búsqueda de un anestésico contra ese cansancio y esa desidia del vivir sin sentido (la dotación de sentido de la vida es nuestra responsabilidad, ella por sí misma, carece por completo del mismo). No hay que olvidar u obviar que en la persona se dan factores de toda índole, no solo psicológicos, sociales y culturales, sino también políticos y económicos, todos ellos influyen en las decisiones de la persona a la hora de adoptar conductas de evasión cargadas de todo tipo de sustancias utilizadas para sobrellevar el día a día, y no solo de forma puntual porque se está dando un bache circunstancial que antes o después dará paso de nuevo a la normalidad.

José Luis Cañas, filósofo humanista, ya advertía en los primeros años del siglo presente cómo “las adicciones son posiblemente la nueva esclavitud que tendrá enganchada a media humanidad en el siglo XXI. Pensemos, por ejemplo, en las ‘pastillas’, sustancias prácticamente al alcance de cualquiera. Entre un 5 y un 10 por ciento de la población mundial está afectada por depresión. Los médicos toxicológicos actuales dicen que las secuelas de los psicofármacos y, en general de las drogas de síntesis (el término “diseño” puede inducir a la trampa de creer que son inocuas) elevarán este porcentaje –y aumentarán el índice de suicidios– a la vuelta de diez o quince años. Pronostican próximas generaciones de gente con problemas mentales con grandes dificultades para su rehabilitación porque su sistema cerebral habrá quedado dañado, y en muchos casos de forma irreversible” (p.39). “El problema, por tanto, es la generación de una mentalidad adictiva que afecta a todos los niveles sociales y también entre los adultos y ancianos, como muy bien observa M. Picchi: ‘la búsqueda de una muleta farmacológica (psicofármacos) para sobrellevar cualquier malestar físico o psíquico, por pequeño que sea, no es exclusiva de los jóvenes’”. Es sabido que el problema de las adicciones sobrepasa hoy la cuestión toxicológica. Hace más de una década ya se hablaba de “cultura adictiva” dentro del marco de las “conductas adictivas”, pero aún se hacía ciñendo el discurso a las toxicomanías. Son muchas las adicciones pero parece que las drogodependencias siguen siendo las únicas que nos preocupan.

¿Habría alguna manera de convertir el abuso en un “uso sano”? ¿Puede hablarse en algún momento de tal? Hay quienes sí, sí distinguen un “uso” de un “abuso” de sustancias. De hecho, según muestran los estudios antropológicos y etnográficos, parece que el uso de estas sustancias nos ha acompañado desde los albores de la humanidad, encontrándose ya rastro de ellas en el mismo Paleolítico. Aunque no parece que a tantos años vista pueda saberse con certeza qué fue primero: si el uso terapéutico o el uso mágico-religioso; lo que parece claro es que ya en nuestros primeros tiempos cohabitaron los ambos. Y lo que a resultas encontramos es que sigue siendo algo que se produce en nuestros tiempos. Una gran diferencia es el uso de plantas exóticas de determinadas zonas del globo de manera natural e incluso con fines terapéuticos (mascar hojas de coca contra el mal de altura) de las sustancias sintéticas que se encuentran hoy día en el mercado del consumo de sustancias psicodélicas. Habiendo defensores del consumo de aquellas primeras y no de las segundas, señalan estos defensores que todavía no se conoce el efecto a largo plazo de las sintéticas, aunque parece ya se están vislumbrando negativas consecuencias habida cuenta del registro hospitalario de problemas mentales derivados del uso de las mismas. Se habla por parte de sus defensores de un consumo responsable, de crecimiento de autoconciencia y se señala un uso de enriquecimiento personal bajo el cuidado o custodia de chamanes, pero también se habla de la insatisfacción como causa primera del consumo nocivo de estas sustancias, para “llenar vacíos” existenciales que perjudican y pueden acarrear penosas consecuencias para la persona de tratar de llenarlos solo mediante un consumo de “alteración o aletargamiento de la conciencia”. ¿Cómo acometer esta circunstancia? ¿Qué suerte de vacío existencial, que sentimiento o carencia de afecto lleva a desear una vida no más que de solo consumo? Muchos frentes que abarcar, grande es la problemática a enfrentar. La perspectiva que aborda José Luis Cañas señala la dotación de sentido a la vida como la clave de bóveda para salir de la adicción, y, de forma más amplia y generalizada, para una vida plena. Muchos factores, repetimos, no solo sociales o psicológicos; somos un ser en sociedad, también hay que tener en cuenta pues los factores políticos y económicos que nos circundan.

 

Bibliografía y documentación:

Escohotado, Antonio. Aprendiendo de las drogas.

Cañas, José Luis. Antropología de las adicciones.

Terence McKenna: https://www.youtube.com/watch?v=nvJ-u_mcraI

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