En Tiempos de Aletheia

Alejandra Pizarnik – Ir nada más que hasta el fondo

Nacida en Avellaneda (Buenos Aires), un 29 de abril de 1936, en el seno de una familia judía inmigrante de origen ruso y eslovaco. Poco compartirá con su bella hermana, a diferencia de la cual, tomará caminos que no serán precisamente foco de elogio de sus progenitores. Tras ires y venires por distintos estudios y escuelas universitarias (no debía quedar conforme su ansia de conocimiento con ninguna de ellas), empieza a moverse en círculos intelectuales y poéticos, de la mano de los que se hará gran amiga (Octavio Paz, Julio Cortázar, Rosa Chacel…), vive buenos momentos en París, donde trabajará como traductora además de como poeta.

 

El carácter de una angustia insalvable, el trazo de una agonía existencial como pocas veces se ha visto, transformada en verso, transmutándose en la sustancia del vacío existencial de lo humano. Una pluma que a todas luces se rebela como sublime expresión de lo nuestro, de la batalla por el sentido, cargada de sentimiento, sin poder por eso desdeñarse también el uso de la razón y la meridiana claridad de una transparente consciencia. El uso de la palabra en su más alto nivel, llegando a, aparentemente, insondables profundidades que ella atravesaba para mostrárnoslas con fuerza en sus líneas, y a la vez como una caricia que solo busca la comprensión de saberse humana, quizá sea que en su caso se constataba aquello de “demasiado” humana y fue eso lo que la llevó por el derrotero del sufrimiento psíquico.

 

Decía su amigo Octavio Paz, en el prólogo a El árbol de Diana: “El producto no contiene una sola partícula de mentira”8p. 101). Aclarando así todo atisbo de posible duda de especulación dejada de la mano de la imaginación. La voz de Alejandra es la voz de la verdad, es la voz de SU verdad, y como la de cada cual, tiene cabida y es un gesto de valentía dejarlo plasmado en soporte duradero para que otras miradas lo contemplen y otras voces lo critiquen, mas esto último no restará un ápice de desocultamiento a esa revelación de su interioridad, podrá ser o no ser compartida, más como decía Rilke: “Hay que haber vivido, llorado, sufrido mucho para escribir un solo verso” (Cartas a un joven poeta), y así era y así fue, quizá esta verdad no esté al alcance de cualquier vida, de cualquier sentir, sino solo de aquella que, por mediación de una verdadera empatía, o por haber vivido su similar, se sabe en concoordancia con esa verdad que sus palabras, que su personalísima voz era capaz de plasmar entre los negros de la tinta y en forma de blancos, de los acantilados que se producen en el silencio, en el instersticio del pensamiento al leer sus versos. Además, como bien señala Octavio en el citado texto: “produce un calor luminoso capaz de quemar, fundir y hasta volatilizar a los incrédulos” (ídem).

 

El 25 de septiembre de 1972, a los 36 años, decidía abandonar la vida ingiriendo 50 pastillas de Seconal (barbitúrico que deprime la actividad cerebral con acción inhibitoria generalizada sobre el sistema nervioso, útil en el tratamiento sintomático de la angustia y de la ansiedad). Este hecho acaecía durante un fin de semana en el cual había salido con permiso del hospital psiquiátrico de Buenos Aires; hospital donde se hallaba internada a consecuencia de un cuadro depresivo y dos intentos de suicidio.

 

Alejandra: ¿Con qué piedra topaste para querer extirpar tu marvillosa locura creativa? ¿O era más de una? ¿Era un china en tu zapato que se fue agrandando con tu firme caminar entre las palabras que la nombraban? (Haciendo alusión al título de su obra Extracción de la piedra de la locura.) Tú, que solo conoces “la noche de la orfandad” y, sin embargo, “no cesa en ti esa pequeña casa de la esperanza” (p.430). Porque tú “hablas como se habla en ti” y en ti se “habla la noche” (p.247), y también, del día, las “flores amarillas” (p.244) y lo rosado (recurso muy utilizado por la autora), y habla “la niña muda que habla en tu nombre” y los espejos en tus ojos y esas “rejas en las niñas de tus ojos” (p. 348). En ti hablaban verbos de acción y de pasión, y si eras “la fuente de la discordancia, la dueña de la disonancia, la niña del áspero contrapunto” era porque eras capaz de llenar de “densidad” (p. 349) el verbo “buscar” (p. 344).

 

Al día siguiente de su muerte, la Sociedad Argentina de Escritores la velaba (prácticamente se inauguró para ello).

 

En el pizarrón de su recámara se encontraron los últimos versos de la poeta:

             

              no quiero ir

              nada más

              que hasta el fondo

 

 

 

 

Bibliografía:

Alejandra Pizarnik. Poesía completa. Lumen. Barcelona. 2018.

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