Elisa de Tiro, posteriormente llamada Dido (la errante, según traducción) no es otra sino la persona que fundó la ciudad de Cartago, aquella con la que se inauguraba un nuevo imperio: el cartaginés.
Hija del rey Matán I, rey de la por aquel entonces ciudad fenicia más importante, Tiro, a finales del siglo IX a.C., será nombrada como uno de los sucesores al trono que su padre legaba en herencia a sus dos hijos mayores: Pigmalión y nuestra protagonista, Elisa. Pero con la toma de posesión del trono se formaba una revuelta que llevará a Elisa a huir acomparlada de nada más que un puñado de leales. De esta manera, partía de su ciudad y se alejaba del que por derecho era su trono para adentrarse en las aguas que, de uno a otro puerto, finalmente la conducirán al golfo de Túnez, donde ya había sido fundada la ciudad fenicia de Útica. En sus inmediaciones serán recibidos los exiliados de Elisa. Pero siendo Útica colonia de Tiro, les niegan en principio la asistencia, a lo que Elisa responde haciendo petición de auditoría con el rey de los libios, quien le pone una curiosa, peculiar cuando menos, condición que claramente revelaba su no deseo de la permanencia de los exiliados en su territorio; la condición es que podrían ocupar y tener el territorio que quede dentro de una piel de buey.
Ante semejante premisa, la errante (como la llamaron los libios), hizo gala de su ingenio solicitando que esa piel de buey, en la que era imposible cupieran, fuera cortada en finísimas tiras, lo más finas posible, y fueran dispuestas como frontera, delimitando una península del golfo de Túnez, con esta astuta estrategema, la reina destronada, Dido, fundó un enclave privilegiado que llamaron Qart Hadash (Cartago, “Ciudad nueva”, según traducción). Ciudad esta que fue distinta al resto de colonias fenicias, siendo la única que llegó a construir un imperio propio con una personalidad muy marcada. Ya no era un simple emplazamiento comercial, sino que nació como un nuevo comienzo, un nuevo estado.
El rey libio, ante la astucia de Dido, pidió su mano, a lo cual Elisa ofreció su negativa por toda respuesta, y, ante las presiones hacia su integridad, ella decidió suicidarse al estilo de la fundación de las ciudades: arrojándose a una pira en llamas.
Hoy en día, el problema matemático de “hallar la forma de la mayor superficie que se puede delimitar con un perímetro de longitud dada”, es abarcado dentro de los denominados “problemas de isoperímetro”; yo, sin embargo, después de con las que le tocó lidiar a Elisa de Tiro, lo llamo “el problemilla de Dido”.
Poeta, licenciada en Filosofía y grado superior en Diseño.