En Tiempos de Aletheia

Emily Dickinson – ¡Cuánto mundo cupo entre tus muros!

De culto talento, labrado a base de estudio y curiosidad, estudió durante siete años en Amherst Academy formando parte del recientemente incorporado alumnado femenino de la academia, también asistió durante un tiempo al seminario Mount Holyoke después regresaría a la casa familiar en Amherst. La educación de Emily en la academia fue sólida y completa. Allí aprendió literatura, religión, historia, matemáticas, geología y biología. Además, aprendió griego y latín lo cual propició que, por ejemplo, leyera la Eneida de Virgilio en su idioma original.

Poeta que en vida trabajó a la sombra de su interioridad, entre los muros de su estancia, hubiera sido capaz de llegar al público general (Antonio Machado diría “al pueblo”) por su lenguaje coloquial, un puñado de simples herramientas lingüísticas, con las cuales era, sin embargo, capaz de trazar complejos mapas metafísicos sobre problemas existenciales que, a cualquiera que se haga preguntas sobre lo humano y lo divino, compelen.

De pausa abrupta, con guiones, tajante pues, ¿qué hubiera sido de esas maneras tan propias si se las hubiera tenido que ver con un editor poco vanguardista? Por lo poco que se publicó de su obra en vida, sabemos que nada bueno, pues primó el patrón del editor y las comunes formas de la poesía de la época sobre su original estilo. ¿Quizá fuera ese el motivo de no querer publicar más, no verse respetada en su inaudita e insólita práctica del verso “roto”?  Ya no cabe tal pregunta, lo que está claro es que, con su deceso en un casi total anonimato, consiguió el completo respeto de sus formas.

De humor negro, sátira perspicaz. Una de sus lecturas principales era la Biblia y la reflexión mística copaba cuadernos en forma de poemas, quizá para, así, no verse excomulgada por la Gracia, quizá era así como pagaba su autoimpuesto precio por esa primera debilidad de la risa frente a la desgracia ajena y esa utilización de recursos metafóricos bíblicos con los que también practicaba el sarcasmo. (Pueden ver diversas anécdotas acerca de su peculiar humor en la página que le dedica Wikipedia a la autora.)

Muchas son las teorías acerca de a quién iban dirigidos sus poemas de amor y desamor, si bien cabe elucubrar de todo, no hay indicios suficientes todavía como para aseverar nada de manera certera. Y se me antoja necesario ahora hacer el apunte de que no hay necesidad de sentir un amor por alguien sino de tener una idea de lo que el amor sea para escribir acerca de él o con él como brújula y sextante en el giro de metáforas y símiles, metonimias y sinécdoques. Se suele decir que uno escribe sobre lo que conoce, pero ¿es que no se siente amor desinteresado por la naturaleza humana, por ejemplo, aun cuando esta da motivos para no hacerlo? ¿No es el mero hecho de ser capaces de amar lo que nos da conocimiento acerca de qué deba ser el amor? ¿Y si Emily jugaba a amar de manera indiscriminada a varias personas y no solo a una? ¿Y si ella también tuvo una constelación de amores y no solo uno?

Siempre se ha visto como trágica la opción de vida que tomó, no sabiendo ver en ella algo más que una persona que en determinado momento de su vida optó por cierto tipo de soledad que acompañaba con quizás los géneros literarios más intimistas: el epistolar, la correspondencia con amigos, y, claro está, el que nos trae aquí: su poesía. Gusto, pues, por el detalle, por el esmero, por la reflexión que conlleva el papel.

De niña presentó ciertos rasgos de rebeldía, y un humor característicamente avanzado para su época y entorno, ¿fue por eso por lo que optó por la soledad, por la incomprensión de su más cercano alrededor? ¿O era tal el placer que encontraba en su forma de vida que la fue cercando cada vez más en torno a sus propios gustos? Y si fuera cierta la teoría de un amor no correspondido, ¿no sería posible que, aún así, incluso con ello, ella fuera capaz de vivir con sosegada felicidad su elección frente al desvarío de contentarse con alguna otra persona que no fuera la que ella hubiera elegido?

Hábil en las materias literarias y religiosas (no en las matemáticas –intercambiaba tareas con amigas para no vérselas con estas–), en su obra hay toda una filosofía de vida repleta de emociones, pues el roce de lo divino así la provocaba, es más, la acechaba a la vuelta de cada verso, aun cuando ella insistiera en restar fuerza a lo dicho a través de cierto espíritu cómico. Quizá deberíamos unir la tragedia que sus comentaristas han solido ver con el sabor ácido de su humor y así conjuremos la receta de qué pasaba realmente en el interior de tan sublime poeta: Un espíritu vital cargado de emociones amorosas no carente del amargo sabor de la mayor de las tragedias humanas: un común destino… mortal. La conjunción de lo humano y lo divino, pues, a través de la poesía.

 

Buenos Días – Medianoche –

Estoy llegando a Casa –

El Día – se cansó de Mí –

¿Cómo podría yo – cansarme de Él?

 

La Luz del sol era un sitio plácido –

Me gusta estar allí –

Pero la Mañana – ya no ,e quería – ahora –

Por tanto – ¡Buenas noches – Día!

 

¿Puedo mirar – no puedo –

¿Cuándo el Este sea rojo?

Las Colinas – tienen un aspecto – entonces –

Que hace al Corazón – soñar

 

Tú – no eres tan bella – Medianoche –

Yo escogí – el Día –

¡Pero – por favor, acoge a una Chiquilla –

¡Ya que el Día se fue!

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