«Gala Dalí acaba de morir», publicaba el crítico de arte Eduardo Westerdahl en 1982, «y con ella los restos fósiles de una situación o Edad de oro de las artes». Algunos años antes, Salvador Dalí había afirmado que, si Gala desapareciera, nadie podría ocupar su lugar. «Es imposible, me quedaría completamente solo», y, de alguna manera, así fue. Aunque intentó sobreponerse y continuar, no encontró la forma. Abandonó Port Lligat, el lugar que más amaba en el mundo, para vivir en el castillo de Púbol, donde había sido enterrada la mujer que se había convertido en su mundo.
Quedaban lejos los días del verano de 1929 en los que Dalí conoció a la enigmática esposa del poeta Paul Éluard. Un grupo de amigos formado por el pintor René Magritte y su mujer, el galerista belga Camille Goemans y el matrimonio Éluard decidieron ir a Cadaqués para visitar a un joven y prometedor Salvador Dalí. Allí coincidieron también con Luis Buñuel, ya que Dalí iba a colaborar con él en el guión de La edad de oro. Sin embargo, el cineasta percibió un cambio que enturbió la posibilidad de trabajar juntos: el pintor no dejaba de pensar en Gala. Según afirmó en sus memorias: de la noche a la mañana Dalí ya no era él mismo, solo hablaba de ella. La familia de Salvador tampoco acogió con agrado la noticia: una mujer casada, diez años mayor que él, una rusa que vivía en París, estaba muy lejos de cumplir con las expectativas familiares. No tardaron en buscarle un apodo acorde a esa imagen: la Madame.
Su nombre era Elena Ivánovna Diákonova, aunque su familia la llamaba “Gala”. Nacida en Kazán, en 1894, creció rodeada de libros y fue siempre una lectora voraz. Hija de un alto funcionario moscovita y de una mujer culta que frecuentaba la compañía de escritores y artistas; Gala compensó el hecho de no poder estudiar en la Universidad de Moscú por ser mujer, obteniendo buenas calificaciones en el Instituto Femenino M. G. Brukhonenko. Su salud fue siempre problemática y, desde que era una niña, se vio obligada a pasar largas temporadas en diversos sanatorios moscovitas. En 1912, cuando tenía 18 años, cruzó toda Europa con la intención de llegar a Suiza, al sanatorio Clavadel, y escapar así de la tuberculosis. Allí encontró un ambiente literario similar al que cultivaba su madre y se enamoró del joven Eugène-Émile-Paul Grindel, que sería conocido unos años después como Paul Éluard.
En febrero de 1914, Gala abandona el sanatorio y regresa a Rusia. Tras dos años de relación epistolar con Paul, convence a su familia para que la dejen atravesar una Europa ahora en guerra y llegar a París. Así lo hace y se instala en la casa familiar de él, el cual ha sido llamado a filas. En 1917 contraen matrimonio y un año después nace su hija Cécile. A medida que aumenta la fama de su marido como poeta, ella conoce el ambiente literario y de vanguardia parisiense junto a él. Forman una pareja abierta donde hay espacio para otras personas, como el pintor Max Ernst, con quien compartirán dormitorio y quien realizará muchos dibujos de Gala en los años veinte.
Dentro de este contexto de libertad se desarrollarían los días en Cadaqués durante los que Gala y Salvador se acostumbraron a alejarse del grupo para estar a solas. Unos meses después, Dalí finalizaría su Monumento imperial a la mujer niña (1929), la primera obra importante en la que aparece Gala. En la parte inferior derecha del lienzo, una figura arrodillada se rinde ante el busto de ella en un entorno que evoca el cabo de Creus, uno de los escenarios de sus paseos.
A lo largo de su vida en común, Gala y Salvador trabajaron juntos. La personalidad y las capacidades de ella hicieron que fuera algo más que la musa o la esposa del artista: sus escritos, los objetos surrealistas que realizó y la presencia constante que tuvo en el desarrollo de la obra de Dalí nos devuelven una mirada llena de genio y creatividad. En la abundancia de sus retratos se puede intuir, incluso, un destello de decisión sobre su propia imagen que haría posible percibirlos, en cierta medida, como autorretratos. Por eso no es de extrañar que la firma de algunas de estas obras una los nombres de ambos, como ocurre en Galarina (1945). Y es que, en algún momento, los dos se convirtieron en un ser indivisible, formaron un todo llamado Gala Salvador Dalí.
Para saber más:
DIEGO, Estrella de. «Gala, ni musa ni esposa«. El País. 27 de junio de 2018.
GIBSON, Ian. La vida desaforada de Salvador Dalí (Anagrama, «Compactos», 2003).
[REDACCIÓN]. «Una exposición reivindica el papel artístico de Gala más allá de musa de Dalí». La vanguardia. 5 de julio de 2018.
WESTERDAHL, Eduardo. «Una historia de necesidad y amor». El País. 10 de junio de 1982.