Mientras ensayaba para la grabación de un nuevo disco en directo, Nina Simone supo que Martin Luther King había sido asesinado. Escuchó en la radio la noticia de su cuerpo abatido por un francotirador en un balcón del Lorraine Motel de Memphis. La muerte de la no violencia sacudió al mundo y provocó una oleada de reacciones. «Piensan que si nos matan, callaremos, pero aunque yo muera, alguien tomará el testigo y les dirá la verdad», aseguró Nina Simone. Su voz le dio musicalidad a la indignación a través del tema «Why? (The King of Love is death)». Lo cantó por primera vez como tributo a King, en el concierto del Westbury Music Fair que fue grabado por RCA y publicado bajo el título de Nuff said! (1968). Nominado a los premios Emmy, ese disco es hoy un testimonio excepcional de aquel momento. Ella, que había sentido en su propia piel el rechazo que provocaba la oscuridad de la misma, defenderá siempre con total claridad los derechos de los suyos.
De niña, protegida por el entorno familiar, no fue consciente de esa diferencia que parecía ser tan visible para otros. Nació en 1933 en Tryon, una pequeña localidad de Carolina del Norte donde existía una convivencia pacífica entre las comunidades blanca y negra, a pesar de aplicarse la segregación. Hija del diácono metodista John Divine Waymon y de su esposa, la reverenda Mary Kate Waymon, la pequeña Eunice Kathleen creció rodeada de música religiosa enraizada en la cultura africana y, también, de las canciones populares que su padre le enseñaba a escondidas de su madre. Con tan solo cinco años, la niña tocaba el piano en la iglesia y los feligreses venían desde lejos para escuchar al «pequeño prodigio». Sin duda, había sido una bendición de Dios, y su talento se hizo popular en la localidad. La primera gran ayuda para mejorar su formación vino de una mujer blanca, la señora Miller. Esta, viendo el talento de Eunice y sabiendo que las circunstancias económicas no eran favorables, le pagó un año de clases con la pianista Muriel Massinovitch. «La señorita Mazzy», como la llamaba la niña, fue quien la inició en la música clásica: Mozart, Liszt y, sobre todo, Bach, cuyas obras le permitieron conectar con la emoción que había experimentado en la iglesia. «Bach hizo que me dedicara a la música», dejó escrito en sus memorias. A partir de entonces solo desearía una cosa: convertirse en la primera concertista negra de Estados Unidos.
Entusiasmada por los avances conseguidos, Mazzy creó el fondo Eunice Waymon para financiar sus estudios musicales. A cambio, la niña tendría que ofrecer recitales donde las personas que contribuyeran económicamente a su formación pudieran comprobar los resultados. El ayuntamiento de Tryon, además, les propuso que tocara para el alcalde y otros representantes de la localidad. Aquel día, llenos de orgullo, los Waymon fueron en su viejo Ford hasta el lugar, la sede del poder blanco. Mazzy recibió a la niña y, cuando Eunice vio que sus padres tomaban asiento en la primera fila, ella se sentó ante el piano de cuarto de cola. Entonces se escuchó un ruido entre el público. Una pareja de blancos le pedía al matrimonio Waymon que cediera sus asientos. La niña, incrédula, se negó a tocar si eso ocurría. A los diez años recién cumplidos, sintió el rechazo por primera vez y se reveló ante él. El recital siguió su curso, pero en la vida de Eunice se produjo un quiebro irreversible.
A los diecisiete años se presentó al examen de ingreso en el Curtis Institute of Music. Estudió piano siete horas diarias con el objetivo de memorizar y dominar el repertorio: una pieza de Bach, una sonata clásica, una obra romántica, otra de principios del siglo XX y un concierto con orquesta. No hay documentos que arrojen luz sobre lo que ocurrió, solo conocemos el resultado: Eunice Waymon no fue admitida. Su sueño de ser concertista empezó a romperse, pero ella se aferró a él con decisión. Buscó un trabajo y se matriculó en los cursos de Vladimir Sokhaloff, pianista que enseñaba en el Curtis. Un tiempo después, necesitando más dinero, se decidió a probar suerte como pianista en un bar de Atlantic City. Allí, en un nightclub de Nueva Jersey, se convirtió en Nina Simone.
La primera vez que tocó en el Midtown Bar & Grill lo hizo bajo seudónimo. Su madre no debía enterarse jamás de que su hija desperdiciaba su talento interpretando música diabólica ante un público de borrachos. Eligió el nombre de Nina por «Niña», el apodo que le había puesto un novio latino; y Simone por la actriz francesa Simone Signoret, a la que había visto actuar en la película París, bajos fondos (1952). Protegida por su nueva identidad, aquella noche combinó piezas clásicas con melodías de moda y algo de góspel, pero el resultado no gustó: tenía que cantar. Lo hizo la segunda noche y descubrió las posibilidades de su voz, el placer de comunicar como nunca lo había hecho antes.
Su primer disco contendrá, precisamente, una selección de las versiones que interpretaba en el Midtown Bar & Grill. Entre los temas grabados para Little girl blue (1958) estarán los conocidos «I loves you, Porgy» y «My baby just cares for me». Esta última canción, que había popularizado Count Basie, llegará a ser una de las más conocidas. Tanto fue así que, en su primera gira por Inglaterra, en 1967, el público no querrá escuchar otra cosa. Para su sorpresa, no le pedirá «I put a spell on you», sino aquella canción de relleno que para ella era insignificante y que se había convertido en un éxito dentro de los círculos jamaicanos. Paradójicamente, ese tema será el que le devolverá la fama en 1987, gracias a su utilización en un anuncio televisivo de Chanel Nº 5. En los años ochenta, la visión que se tendrá de ella no será la de una luchadora que alcanzó su sueño, en parte, al tocar varias veces en el Carnegie Hall, o la de una cantante que denunciaba el racismo interpretando temas como «Mississippi Goddam» o «Four women». Con el tiempo, «la gran sacerdotisa del soul» será percibida como una diva de mal carácter, una vieja gloria cuyos problemas legales y de salud aparecían publicados en la prensa. Después de la muerte de Martin Luther King, Nina Simone abandonó Estados Unidos y se divorció de su marido y mánager, Andy Stroud. Junto a él había experimentado la maternidad y el éxito profesional pero, también, el agotamiento y la violencia mutua. Vivió en Barbados, en Liberia y en varios países de Europa hasta llegar a Francia. En el año 2000, Nina Simone se instaló en Carry-le-Rouet, a pocos minutos de Marsella, en una casa frente al mar. Había vaticinado que moriría a los setenta años ya que «después solo hay dolor», y así fue. Sus cenizas, repartidas por distintos países de África, le permitieron regresar al continente de sus antepasados.
Para saber más:
BRUN-LAMBERT, David. La vida a muerte de Nina Simone (Global Rhythm Press, 2011).
LORDS, Frank. Nina Simone: The legend [documental]. 1991.
[REDACCIÓN]. «Muere Nina Simone, la voz de los oprimidos de EE.UU.». La Vanguardia. 22 de abril de 2003.
TORRE CALVO, Iñaki de la. «La exitosa canción de relleno de Nina Simone». El País. 24 de julio de 2020.
Historiadora del arte, musicóloga y escritora.