Novelas, cuentos, poemas, ensayos, biografías, obras de teatro, conferencias, artículos… Nada se le resistió a «la Pardo Bazán»; nada salvo la Real Academia, que en varias ocasiones rechazó su candidatura. El motivo no podía ser más claro: el hecho evidente de ser una mujer. De nada sirvieron sus más que reconocidos méritos: la silla le fue negada. Sí la consiguió Benito Pérez Galdós, escritor con quien tuvo una enorme complicidad literaria y emocional. Tomó posesión de la silla N el 7 de febrero de 1897, leyendo el discurso La sociedad presente como materia novelable. Le respondió, en nombre de la corporación, Marcelino Menéndez Pelayo, uno de los escritores que aun reconociendo el talento de Emilia Pardo Bazán, nunca la tomó en serio. Benito Pérez Galdós, sin embargo, siempre la admiró y la trató de igual a igual. Y es ella que lo era.
Nacida en A Coruña en 1851 en el seno de una familia acomodada, nunca estuvo sujeta a convenciones. Después de cursar tres años en un colegio francés situado en Madrid, dejará el centro de estudios sin haber conseguido una sola amiga. Su formación continuará en la residencia familiar, donde acudirá un profesor. A los quince años será prometida en matrimonio a José Quiroga Pérez Deza, un joven estudiante de Derecho. La boda se celebrará un año después y juntos comenzarán una nueva vida en Santiago de Compostela, tutelados por los padres de ella. Cuando José Pardo Bazán, padre de Emilia, es nombrado diputado a Cortes por el partido progresista, los dos matrimonios se trasladan a Madrid. Su estancia allí durará poco tiempo: disuelto el partido, iniciarán un periplo por toda Europa que será provechoso para Emilia. La mujer que regresa a Madrid en 1873 lleva todos los paisajes que ha recorrido en su memoria. A esa experiencia vital se sumarán sus nuevas lecturas estando ya en España: Valera, Pereda, Alarcón y, por supuesto, Galdós.
En 1883 publica el ensayo La cuestión palpitante, un estudio sobre la obra de Émile Zola, con prólogo de Clarín, donde divulga la corriente naturalista. El texto se considera impropio de una respetable mujer casada y madre de tres hijos. Su marido, incapaz de asumir la situación, y a pesar de la admiración que siente por ella, le pedirá que se retracte. Emilia no lo hará, y el matrimonio acabará separándose. Pertinaz, viajará a Roma para defender su texto frente a las autoridades vaticanas. Regresará triunfante con la aprobación de la Curia, aunque ese escándalo no será el último en su vida.
A raíz de ese trabajo, Benito Pérez Galdós le escribe elogiando su texto y le asegura: «Soy de los primeros y más vehementes admiradores de sus escritos». El sentimiento es recíproco, siendo Galdós, además, un escritor que ya ha alcanzado el reconocimiento en esa época. Lindando con la devoción propia de una discípula, Pardo Bazán se dirige a él utilizando los términos de «querido y respetado maestro» o «muy ilustre maestro y amigo». Con los años, las misivas se harán más afectuosas, como muestra de la amistad que mantendrán siempre y de la relación amorosa que tuvieron durante un tiempo. Buena parte de las cartas que le envió Emilia Pardo Bazán al escritor se encuentran hoy en la Casa-Museo Pérez Galdós de Las Palmas de Gran Canaria y (curiosamente) en la Real Academia Española. A través de ellas se puede ver cómo evolucionó la relación entre ambos, en la que siempre existió una evidente complicidad.
En cualquier caso, 1883 fue también el año de La Tribuna, la primera novela naturalista española que da protagonismo absoluto al mundo obrero. Para escribirla, Emilia Pardo Bazán se documentó visitando en repetidas ocasiones la Fábrica de Tabaco, donde observaba el trabajo y prestaba atención al lenguaje utilizado por las cigarreras. Con esta obra consiguió ser reconocida a nivel literario, pero su consagración llegará en 1886 con Los pazos de Ulloa: «una obra maestra» según Galdós, «la mejor novela de la Pardo» según Valera. Sin embargo, a pesar de los elogios, el hecho de ser mujer será un freno para su total aceptación.
En 1889 se produce el primer intento de Pardo Bazán por lograr un lugar en la Real Academia, abriéndose un debate en la prensa en torno a la entrada de la mujer en ese ámbito. Su candidatura no será tenida en cuenta, como demuestra una carta donde Menéndez Pelayo le dice a Pereda, en respuesta a su interés por las diferentes propuestas: «…de doña Emilia nadie ha dicho una palabra, dejando que la propia Señora disparatase a sus anchas en las impertinentes cartas o memoriales que ha publicado».
Consciente de que es necesario un profundo cambio de mentalidad, Emilia Pardo Bazán publicará varios artículos en La España Moderna a lo largo de 1890, plasmando la estrechez de miras y el cúmulo de prejuicios cotidianos presentes en el país y que afectan, especialmente, a las mujeres de la clase media, cuyo único objetivo alcanzable y deseable es el matrimonio. En esta línea, funda la Biblioteca de la Mujer, un proyecto editorial para la divulgación de textos como La esclavitud femenina de John Stuart Mill o La mujer ante el socialismo de August Bebel. Sin embargo, viendo que a nadie le preocupan estas cuestiones (ni siquiera a las mujeres) acabará desistiendo y cerrando la colección con dos libros de cocina escritos por ella.
Aún así, Emilia Pardo Bazán continuará trabajando de manera incansable. En 1891 fundará la publicación periódica Nuevo Teatro Crítico, donde adoptará todos los roles posibles: dueña, editora y única colaboradora. En ella publicará algunos de los casi quinientos cuentos que escribió a lo largo de su vida y cuya fama llegará hasta América. El Ateneo de Madrid será pionero en dar valor a su trabajo, convirtiéndola en la primera mujer socia de número de la Institución. El diario La Época da cuenta de la noticia con párrafos tan claros como este: «La inteligencia no tiene sexo, y la de la señora Pardo Bazán es de aquellas que no solo honran a la Corporación que le abre sus puertas, sino al país entero, que la mira como uno de sus insignes hijos». Posteriormente, será nombrada presidenta de la Sección de Literatura del Ateneo y obtendrá dos cargos relevantes: consejera de Instrucción Pública y catedrática de Literatura Contemporánea y Lenguas Neolatinas de la Universidad Central de Madrid.
En 1912 tendrá lugar su último infructuoso intento por entrar en la Real Academia. Seguirá escribiendo hasta su muerte, ocurrida en 1921, tan solo un año después de asistir al funeral de Galdós. Un desmayo frente a su mesa de trabajo será el aviso de lo inevitable. Ella sabía, sin embargo, que su constancia era la mejor forma de permanecer: «Queda lo escrito; todo lo demás no queda».
Para saber más:
FERNÁNDEZ CUBAS, Cristina. Emilia Pardo Bazán (Ediciones Omega, 2001).
PARDO BAZÁN, Emilia. Miquiño mío: Cartas a Galdós (Turner, 2020).
[REDACCIÓN]. «La señora Pardo Bazán socia de número del Ateneo de Madrid». La Época. 15 de febrero de 1905.
VIRTANEN, Ricardo. «Abril de 1912: el fin del sueño de Emilia Pardo Bazán por conquistar una plaza en la Real Academia Española de la Lengua». La Tribuna: cadernos de estudios da Casa-Museo Emilia Pardo Bazán, nº 11 (2016), pp. 23-45.
Historiadora del arte, musicóloga y escritora.