Por más conocidos hemos nombrado a Darío I y Jerjes I, además de faraones, reyes, emperadores romanos y demás farándula, hace casi tres mil años, utilizaban carros de combate en las guerras, fueron estos últimos los que bautizaron con el nombre de “carro romano” una especie de diligencia, con un pequeño orificio, especie de ventana sin cristal, en la parte trasera y una pequeña puerta para acceder y salir del vehículo que iba a tirado por cuatro o seis mulas o caballos. Bien, pues en nuestro país, una nación puntera en el progreso y con un importante capítulo que la administración pública pone en manos de los responsables de la investigación con la finalidad de que nuestros Pitagorines, que no son pocos, hagan las maletas y viajen a otros países en los que la inteligencia y los estudios están mejor valorados.
Después de este introito, entramos en harina manifestando que, hasta principios del siglo XIX, no existían en España los transportes públicos. Es decir, que estos carruajes, denominados “diligencias”, comenzaron a rodar por nuestros polvorientos y naturales caminos, funcionando al principio en régimen de ensayo, enlazando Barcelona con Reus, y Gerona.
Después, ya se constituyó una línea para llevar viajeros desde Barcelona a Valencia con salida martes y sábados de ambas ciudades. Pero lo más curioso es que los carruajes fueron importados de Francia. Una real orden aprobó una línea en plan de ensayo Barcelona-Valencia-Madrid que tuvo una duración de veintitrés días porque aún no se habían previsto dar los relevos a las caballerías a lo largo de la ruta. Ni tampoco estaban previstas para casos de averías, como roturas de ejes o de ruedas, piezas de repuesto ni nada que se le pareciese.
Se dice, se comenta, que cuando llegó a Madrid la diligencia catalana tirada por siete robustas mulas, fue recibida como quien hubiese cruzado el Atlántico a nado. Hasta tal punto que, cuando obligatoriamente pasó por delante del palacio de Oriente, hubo verdaderas muestras de admiración por un rey que fue un verdadero baluarte en la defensa de su país, cuyo nombre fue Fernando VII, llamado el Deseado, el rey Felón. Sí, el mismo rey absolutista que tuvo la desvergüenza de pedirle por carta a Napoleón que le hiciese hijo adoptivo suyo. También por parte de la reina y de los infantes, las caballerías tuvieron sus elogios. Más tarde la familia real dio un paseo por la plaza de la Armería montada en la diligencia.
Pasados unos años se crearon compañías, Postas y Diligencias en una reñida competencia, logrando con ello que entre líneas principales y secundarias todas las ciudades y pueblos de España quedaran unidos. Habitualmente el despacho de billetes se hacía en una fonda de la ciudad donde pernoctase el viajero. Los anuncios y avisos relacionados con los viajes estaban expuestos con todo lujo de detalles.
Las diligencias públicas de viajeros tenían formas elegantes y de poco peso. Tapizados lujosos y el asiento del mayoral en la parte más alta para no obstaculizar las vistas a los viajeros. La capacidad de estos carruajes era de nueve asientos de primera y doce o catorce para las restantes clases. Curiosamente para no correr los riesgos de atracos, los viajeros podían depositar en la administración de partida el dinero que retiraban al llegar al destino. Los viajes en diligencias no eran baratos teniendo en cuenta que, además del billete de viaje, había que pagar las posadas. Y, en los puntos considerados peligrosos, solían destacarse fuerzas del ejército que disuadían a los asaltadores de caminos de la tentación.
En los mesones había pocas comodidades. El bajo era el mesón en sí y las cuadras y una habitación grande donde esperaban los viajeros la salida con sus maletas. En el segundo piso estaba grandes mesas y bancos. Lo que podría ser el comedor. Los dormitorios eran pequeñas estancias que llegaban hasta el desván. De madera y hierro y otras como catres, según categoría.
Se da la circunstancia de que, en uno de los muchos viajes realizados a tierras extremeñas y portuguesas, el escritor Mariano José de Larra censuró el mal servicio de los mesones, pese a que nunca sufrió un asalto o atraco por los muchos bandoleros asentados por aquellas tierras entre los que figuraba José Mª Hinojosa, más conocido por el Tempranillo quien, junto a su cuadrilla, lucían impecables uniformes, autorizados por el Gobierno.
También el conocido escritor francés Próspero Merimée hace semblante de las excelencias del servicio de diligencias de España que iban desde nuestras ciudades a la frontera francesa. Y es que, además de las principales líneas de diligencias, había otras secundarias que permanecieron activas hasta principios de siglo. La línea de diligencias de Igualada celebró en el año 1960 su centenario y fue por este motivo que se construyó la primera línea de ferrocarril del país con el trayecto de Mataró a Barcelona. En 1860 de prolongó la línea de Mataró hasta Gerona y la de Barcelona a Zaragoza.
Respecto a las líneas de diligencia, alguna se mantuvo realizando servicios en líneas secundarias. Otras con menos suerte fueron quemadas para aprovechar los hierros una vez quemadas las maderas. Con la venida del ferrocarril, además de desaparecer las diligencias públicas, también lo hicieron otros carruajes más modestos, galeras, carabas, etc.
No cabe la menor duda que el servicio de diligencias para viajes de Madrid a otras ciudades de España significó un importante progreso, reportando muchas ventajas económicas, culturales y sociales. En cierto modo, aquellos rápidos coches con un horario fijo son los predecesores del autobús, un sufrido vehículo de línea que llega a todos los rincones de nuestro país enlazando pueblos y localidades menores con ciudades.
Graduado Relaciones Laborales y Recursos Humanos, Poeta.