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LOS TRAPOS SUCIOS DE NUESTRO ARMARIO

La industria de la moda es la segunda más contaminante del planeta. Me agobio solo con sumar los datos. Son varios. Por un lado, está la contaminación de la tierra en el cultivo de las fibras con abonos, pesticidas o tintes sintéticos. Le sigue la fabricación de las fibras artificiales derivadas del petróleo, recurso que empieza a escasear y no es renovable. Seguimos sumando, también está el CO2 que se expulsa a la atmósfera en los viajes que hacen las partes de la ropa por el mundo hasta que se ensamblan por completo y luego llegan a las tiendas. Sumamos además que, una vez comprada la ropa, se produce contaminación por los detergentes en sus pertinentes lavados y por las fibras que se desprenden de ellas. Añadimos más contaminación cuando nos deshacemos de ella tirándola a la basura a los tres meses de ser comprada. Esta ropa ocupa espacio en limitados vertederos de nuestro planeta (no son biodegradables o compostables por los químicos añadidos en los tintes), o bien son incineradas, aumentando contaminantes y tóxicos expulsados a la atmósfera. Al llegar a este punto ya me he quedado sin aire. ¿Marean los datos, verdad?

Cada año se venden 80.000 millones de prendas en el mundo. Cada español genera de 10 a 12 kg de residuo textil desde que se impuso el “pronto moda”. El consumo y producción de prendas se ha disparado, mientras toneladas de ropa se acumulan sin tiempo para su reutilización ni para su transformación en materia prima otra vez.

Para que podamos tener una idea de las consecuencias ambientales y sociales de la ropa, es necesario conocer su origen. Para ello, AERESS (Asociación Española de Recuperadores de la Economía Social y Solidaria) ha seguido el rastro del proceso y nos pone como ejemplo un pantalón con etiqueta Europea:

  1. El algodón es cultivado en la India
  2. Se hila en Turquía
  3. Se teje en Singapur
  4. La tela se estampa en Francia, con tintes fabricados en Polonia y Chile
  5. Se cose en Guatemala para una empresa de Corea del Sur
  6. La empresa de Corea del Sur produce para una multinacional de tejanos inglesa
  7. De Inglaterra se transporta a España donde se distribuye por todo el país. Incluidas todas las Islas Canarias y Baleares.

Además, añade Aeress, en algunos de estos países es probable que los trabajadores tengan salarios muy bajos y no cuenten con derechos laborales dignos; otro trapo sucio más en nuestro armario. El viaje de los materiales por el mundo deja una huella de Carbono al ser transportada en barcos y camiones contenedores. Esta entidad sin ánimo de lucro (AERESS) ha elaborado una calculadora para comprobar la cantidad de emisiones de CO2 que se expulsaría por cada unidad de ropa que compramos.

Calculadora AERESS: http://reutilizayevitaco2.aeress.org/

Y, como ejemplo, les cuento lo que contaminan unos simples vaqueros según su calculadora. Para fabricar completamente unos vaqueros se emiten 5,41 kg de CO2 a la atmósfera que equivale a un coche funcionando durante 24 horas, y se necesitan 275 árboles para transformar ese CO2 en oxígeno, ¡y el Amazonas ardiendo! Aquí ya me ha dado una lipotimia porque se estima que al año se fabrican 1.000 millones de pantalones vaqueros, ¡buf!, me falta el aire.

Nos encontramos en pleno cambio de temporada, y por consiguiente, renovando nuestro armario. ¡Ay qué pereza, la verdad! ¡Cada cambio de estación siempre lo mismo! Pero en esta ocasión nos podemos lanzar una batería de preguntas incómodas que nos hagan reaccionar a tiempo: ¿De qué material estará hecha esta camisa que no me ha durado ni tres lavados?, ¿cuántas veces me volveré a poner estos pantalones de aspecto arrugado?, ¿ninguna?, ¿qué excusa puse para comprarme este suéter?, ¿necesidad o deseo? Y aquí llega el gran problema: “No hay armario para tanta ropa”. Y como bien decía mi abuela: “Mal de todos, consuelo de bobos”.

Este problema no es solo nuestro. Estamos ante un problema de escala mundial. Compramos cuatro veces más que hace 20 años, debido a un consumo indiscriminado de ropa impulsado por el modelo basado en la velocidad, impuesto por las grandes cadenas textiles. Lo llaman democratización de la ropa: Dar trabajo a mucha gente y comprarla a precios asequibles o más bien bajos. ¿Todos contentos no?, ¿a qué precio?

¿Podemos hacer algo? Lo primero NO TIRAR LA ROPA A LA BASURA, puesto que en su mayoría está fabricada con compuestos químicos que seguirán contaminando el Medio Ambiente. La ropa debe ser tratada igual que las baterías y pilas gastadas. Luego, se debe hacer uso responsable de los “Puntos Limpios” en caso de que no pueda ser reutilizable o usada para la donación a una entidad social, la venta o el trueque; alargando así la vida útil de la ropa. Estas son las opciones más aceptables para ir frenando este despropósito de contaminación que hemos generado.

La economía circular persigue el cambio de la economía lineal de producir, usar y tirar; lo cual implica que el final de la vida de un producto sea el inicio para fabricar el siguiente. El círculo en esta caso consistiría en la fábrica de tejidos, fábrica de ropa, tienda, armario, tienda de segunda mano, recicladores de materia textil y vuelta a la fábrica de tejidos. Aunque sinceramente, aún no está preparada nuestra tecnología para ello y es posible que aún tardemos una década más en conseguir que sea rentable. A este ritmo ya el corazón se me para, no llegaremos a esos diez años.

Se trata, por tanto, de ser conscientes de lo que le cuesta al planeta, o sea, a nuestra casa, fabricar la ropa, valorar más cada prenda, y contribuir a alargar su vida útil. Y, en consecuencia, no solo cambiar nuestra forma de consumo, sino además pedir a nuestros gobiernos que nos ayuden al cambio que nuestro planeta necesita.

 

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