La calima, como la tormenta, el volcán, el terremoto, tiene algo de numinoso, de sagrado. De pronto tu isla verde es un desierto verde, el sol se asfixia tras una nube de polvo y en la noche tus pulmones sueñan con caravanas moviéndose lentamente como serpientes en busca de eróticos oasis.
La calima nos recuerda que somos África. La calima es África reclamando lo suyo. La calima es un espejismo de tigres, leones, elefantes, tambores posados en la espalda de cocodrilos, mujeres de pechos desnudos danzando en el fuego, guerreros golpeando con sus lanzas las estrellas. La calima es un delirio, una fiebre que recorre nuestra sangre, una voz que nos llama desde las entrañas de la madre primigenia: África profunda.
Profesor, humorista, cantante y escritor.