Existen personas que cruzan el asfalto para no volver nunca más, para dejar de existir por motivos de sufrimiento extremo, de vacío incontestable o hundimiento agudo (un dolor que no lograron asumir por más tiempo).
Las cifras del Instituto Nacional de Estadística arrojan unos datos escandalosos a la par que reveladores: 10 fallecimientos por suicidio al día en España, logrando así duplicar el número de muertes producidas en accidentes de tráfico durante todo un año. El suicidio (ese tabú innombrable por los grandes medios de comunicación) constituye en estos momentos un gravísimo problema de salud pública y ha ido en aumento a consecuencia de la pandemia provocada por el Coronavirus. Al mismo tiempo, estas cifras evidencian que algo no está funcionando desde hace mucho tiempo, algo estamos haciendo muy mal ya que, por otra parte, también el número de enfermedades mentales se está acrecentando a pasos agigantados.
Vivimos –o malvivimos– en una sociedad de sumo consumo, de apariencias vanas, de imágenes extremadamente atrayentes que siempre intentan “vendernos” algo y que nada –o poco– tienen que ver con la realidad. Pudiera decirse que, en el mal llamado Primer Mundo, los fundamentos que sustentan sus sociedades están mal engrasados o –a secas– se encuentran oxidados. La vida rápida que nos promete el estado liberal en el que residimos ha dejado de lado lo más esencial del ser humano: su espiritualidad, sus sentimientos desinteresados, sus ganas de sentir más allá de lo meramente material…
Lo ético ha dado paso a lo estético, y así nos va, sin darnos cuenta de que normalizarlo todo es algo demasiado peligroso. Se promueve la individualidad, la soledad, la división en todos los aspectos de la vida. Nos aseguran que ser libres consiste en acumular objetos físicos y en hacer lo que nos plazca sin fijarnos en la repercusión de nuestros actos. También se nos sugiere eso de que “tú eres lo primero”, olvidándonos de que “todos somos lo primero”, ya que el ser humano es un ser social, interconectado con sus semejantes, un ser que necesita del otro para sentirse completo y realizado, alejándose así del vacío.
No me cabe la menor duda de que algo tendrá que cambiar para que progresemos como sociedad, para que cada uno de nosotros podamos dejar a un lado el estrés, el bache, la ansiedad…, entre otras muchas dolencias del alma o de la mente –en este punto escoja usted el término que mejor le represente–.
Debiéramos cambiar, por mera supervivencia, el “tanto tienes, tanto vales” por el “tanto sientes, tanto vales”… y respirar.
(Por favor, rogamos ante una situación en la que no sienta ganas de vivir acuda a un especialista, o llame a uno de los siguientes teléfonos:
- Teléfono por la prevención del suicidio La Barandilla: 911 385 385.
- Teléfono de la Esperanza: 717 003 717.
Gracias.)
Escritor, poeta y columnista.