A mi actual pareja la “conquisté” de puro milagro, con muy pocas certezas y un destino sin concretar.
Ella me concedió una cita y no tuve mejor idea que contarle todo lo malo sobre mí; mis defectos, de pies a cabeza, omitiendo, por decoro, el coxis. Lo que todavía no le he comentado de manera detallada es que a lo largo de mi vida esta inusitada táctica la llegué a utilizar casi una decena de veces y, por supuesto, las susodichas muchachas se largaron enseguida al ver el espectáculo.., espantadas, sudorosas y dejando en el aire un “ya te llamaré, si tal…”
Mis amigos y colegas, observando mis escasas o nulas dotes amatorias y/o sociales, resolvieron pensar y cuchichear en las esquinas que yo era gilipollas (“tonto” o “idiota”, para darle más caché, si cabe, a la narración). Siempre agradecí este gesto por parte de ellos, premié el que fuesen personas con tacto, y que no me espetaran a la cara lo evidente, ya que uno bastante tenía con ir acumulando en su entorno negativas, adjetivos malsonantes, miradas de recelo y habladurías.
Mucha culpa sobre mi manera de actuar la habían tenido Pablo Neruda, Gustavo Adolfo Bécquer, la literatura romántica y la osadía de intentar ser uno mismo. Aunque pasados ya algunos años, y teniendo a mano otro tipo de lecturas, caí al fin en la cuenta de que la mayoría de la gente no desea que seas sincero con ella; la masa prefiere que les colmes sus tímpanos con locuciones mansas, palabras benévolas y, por lo normal, falsarias.
La sinceridad de ir de frente es cosa de locos, de borrachos y de niños; acaso también de personas que se encuentran en sus últimos cinco minutos de vida, postrados en cama, salivando defunción.
Tal vez, y solo tal vez, lo que sostenga esta sociedad enteramente consumista sea el fingimiento y el hedonismo (soy de los que creen que si fuésemos completamente sinceros habría ríos de sangre por las calles e incendios incontrolables a eso de las 3 de la madrugada).
Al honesto se le detesta desde el minuto uno por mucho que subamos a nuestras redes sociales frases o citas célebres aplaudiendo la franqueza.
“El río de la verdad va por cauces de mentiras. Es fácil hablar claro cuando no va a decirse toda la verdad. La verdad levanta tormentas contra sí que desparraman su semilla a los cuatro vientos. Lo falso, por mucho que crezca en poderío, nunca puede elevarse a la verdad”, que expresaría Rabindranath Tagore sobre el tema en cuestión.
En la escuela se han burlado de nosotros desde el minuto uno, y aún les engañan a nuestros niños y niñas. En el colegio, desde la más tierna infancia, se nos habla de normas, de leyes, de moralidades que uno debe seguir para alcanzar el ser una persona exitosa y de bien. Lo cierto y verdad, estimados lectores, y ustedes lo confirmarán si han cumplido ya más de tres décadas de existencia, es que no existen reglas, en la sociedad que hemos inventado a modo de disculpa para sobrevivir o ir tirando, no hay pautas estrictas ni nunca las ha habido.
Y cuando uno se da cuenta de esto, cuando al fin es conocedor de que todo es un extraordinario teatro con actores y actrices mayormente anodinos, cae en la cuenta de que exponer lo que es cierto es lo más subversivo que cualquier ser humano puede llevar a cabo a lo largo de su existencia.
Escritor, poeta y columnista.