En Tiempos de Aletheia

Está ahí, pero no queremos verlo

Quizá aquí y ahora la visión que se tenía como muestra o expresión de modos de vida de situaciones físicas diferentes, se le denominó “cultura” y estaba dividida en dos grandes campos: Rural y Urbana. Estos aspectos esenciales y consustanciale,s como tiempo y espacio, varían según la concepción de una persona del campo y otra de la ciudad.

El modo de entender su propio contexto, los conceptos “yo” y “otro”, y sobre todo, el tipo de relaciones sociales y los códigos de valores son diferentes desde una perspectiva de la persona de la ciudad y una rural. Lo mismo sucede con el pobre y el rico. El pobre no ve ni mide lo que le rodea del mismo modo que lo hace el rico. En una ciudad, los sectores pobres son inmensamente grandes y el tipo de vida desarrollada por el urbano pobre es muy diferente de la que lleva el urbano rico, o el no pobre. Como no podía ser de otra manera, los pobres han tenido que desarrollar sistemas de vida y de defensa dentro de una sociedad que no los acoge ni en las posiciones más bajas sino que los ignora. No es una actitud individual que pueda ser considerada como patológica, sino de una repetición de actos a nivel colectivo que adquieren un sentido en el grupo donde se presentan. Para quien observa esto, desde un plano externo, puede parecer hasta cierto punto extraño, y acaso nocivo, pero para los pobres, mientras lo sigan siendo, es lógico, natural y hasta necesario, pues de otro modo no sobrevivirían. Por lo que la cultura de la pobreza no es solo un conjunto de datos negativos, sino también de unas cualidades positivas para que el grupo subsista.

Por descontado, la vida en el submundo de la pobreza urbana es necesariamente violenta. La pobreza rural se puede proyectar hacia el aprovechamiento hasta sus últimas consecuencias de los recursos agrícolas, o hacia la formación para la constitución de sistemas de cooperación social o comunal como Mao Zedong hizo en China, lo que supuso dar trabajo a millones de personas y cosechar alimentos suficientes para la supervivencia fundamental del parado en el país más poblado del mundo. El pobre rural también puede aislarse en su miseria. Pero esto en las ciudades no es posible porque “pobreza” significa “carencia y contradicción con una sociedad rica con la que coexisten los pobres en un mismo espacio físico”. No cabe la menor duda, y es por pura lógica, que la cultura de la pobreza comprende bastantes aspectos violentos.

La lucha del hombre por su existencia desde tiempos inmemoriales y con sus formas más ancestrales de confrontación con la naturaleza, es violenta. Por supuesto esta lucha, lamentablemente, continúa siendo violenta en la sociedad moderna que ahora vivimos. La ética y el sistema de valores capitalistas están basados en la competencia, en el sometimiento y dominio de unos por otros. El éxito se mide de acuerdo con la realización de esa pauta. Somos una sociedad antagónica en la que las aspiraciones y las acciones de las partes no concuerdan. Para empeorar el cuadro, las aspiraciones son constantemente estimuladas y, en consecuencia, marchan por delante de las realizaciones.

Una sociedad a la cabeza del desarrollo indefectiblemente está más sujeta a todo tipo de prohibiciones, con lo cual el pobre se enfrenta a prohibiciones propias del sistema social, a las que tiene que añadir las derivadas de su situación que son, ni más ni menos, las de tipo económico.

Todo ello nos produce un sentimiento de frustración constante que en los medios de pobreza no tiene el paliativo ejercido por un alto consumo. En este sentido, no cabe la menor duda de que la frustración es compensada por una agresividad que, según el grado, se puede mantener latente, pero en casos extremos se hace manifiesta y en circunstancias especiales llega a ser contagiosa con frecuentes estallidos de cólera.

Lo cierto es que, por muy grandes que sean las zonas marginadas, por infinitamente numerosos que sean los pobres y los problemas derivados de la propia pobreza, las ciudades, por lo general, presentan una imagen feliz, meticulosa y ordenada. En una palabra: aquí no pasa nada. Esta es la imagen a través de la cual se ve lo que se cree la realidad urbana, escondiendo la triste y sórdida angustia almacenada entre bambalinas. Tenemos como ejemplos: New York, la ciudad de los rascacielos que nunca duerme; Los Ángeles, la ciudad de las estrellas; París, la ciudad de la luz; y de Madrid al cielo. Es en las grandes ciudades donde se genera una coexistencia: la de los pobres y la de los no pobres; en la segunda están el Ayuntamiento, las oficinas municipales, el comercio, la diversión, los parques, la limpieza de calles; la policía local, etc. En la otra parte, las características han de ser computadas por lo que falta. Y es que el problema de la miseria en la ciudad es de abandono. Cuando hace presencia una situación como la que actualmente está destruyendo vidas, familias, y por deducción el bienestar. Pero ahora no queda más solución que ponerse a trabajar para arreglar los tugurios construidos con latas y material de derribo y los fangales de agua y barro, un gasto que no llega a la décima parte de lo que gastan los Ayuntamientos en bombillas para adornar las calles y bulevares en las fechas navideñas.

Cada día aparece un basurero consecuencia del amontonamiento de las basuras, donde crecen ratas que muerden e infectan a los ciudadanos, a veces, mortalmente. Evitar el daño que esta contaminación produce al ser humano y por descontado a la propia Naturaleza sería infinitamente menos costoso que el material bélico, misiles con cabeza nuclear, etc., en manos de un alocado que puede hacer desaparecer la Tierra en menos de 10 minutos. Si todas las medidas se cumpliesen con rigor, gran parte de la miseria estaría hoy erradicada. Continuamos con la pobreza encubierta, que es muy distinto a todo lo que hasta ahora hemos manifestado. Es un problema estructural con raíz en la esencia del sistema económico imperante.

Su solución radica en la reforma de los mismos defectos estructurales. Posiblemente hoy con las herramientas necesarias y el desarrollo tecnológico adquirido, la sociedad podría darle una solución al problema si no fuera porque está aferrada al pasado con anticuadas e inadecuadas formas de actuar con cuanto tiene a su alcance. Es evidente que el cuidado de las ciudades queda circunscrito a determinadas partes de ella; es decir, procurar lavar la imagen de lo que se ve y el resto mantenerlo según las circunstancias, por ejemplo, unas elecciones.

Tristemente un insignificante ser al que han bautizado como Coronavirus, nos está sometiendo a una prueba terrorífica, con cerca de 30.000 fallecidos en nuestro país en poco más de dos meses. Pero de ello y más escribiremos en el siguiente artículo.

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