Me gustan las personas que resisten a la gente. Esas a las que hacen caer y se levantan, a las que insultan y hacen oídos sordos, a las que se malinterpretan, pero continúan difundiendo su discurso sin titubeos… Me gustan las personas que tiemblan y aún así siguen sonriendo.
Estos tiempos oscuros en los que hemos sido confinados a causa del Covid-19 han logrado sacar lo mejor y lo peor del ser humano. Imágenes lamentables e imágenes de concordia han inundado nuestros televisores, dándonos a entender que, tal vez, esta sea la lucha entre dos virus: el ser humano contra el Coronavirus.
De hecho, yo veo la extinción como una terapia de grupo, quiero decir, es el momento idóneo para hacer catarsis y reflexionar sobre los actos que hemos llevado a cabo para llegar a este punto. Acaso nos hayamos tenido por intocables durante largo tiempo y, ahora que los muertos se cuentan por miles y la desgracia es el pan de cada día, algunos nos hemos dado cuenta de nuestra fragilidad, de nuestra finitud… Ahora es cuando más valoramos el abrazo no dado, el beso no recibido o la disculpa no pronunciada.., ahora que el mundo se tambalea sobre su propio eje, nos arrepentimos de no haber hecho las cosas un poco mejor.
Todo indica que lo viejo dará paso a algo nuevo. A su vez, la brutal crisis económica que está por llegar hará que nuestro sistema social cambie radicalmente. La pandemia –la cual estará rondando nuestras mentes durante décadas– está haciendo que se tambaleen los pilares de la sociedad que conocemos, abriendo paso a otra sociedad que, por el momento, no me aventuro a concretar si será mejor o peor que la anterior.
Lo que sí es cierto –y no dudo sobre ello– es que hoy, más que nunca, se necesita amor y trabajo en grupo para salir adelante y reiniciar el mundo que nos ha tocado en suerte. La vida es fugaz, y lo que distingue a la persona honrada de la que no lo es, en los momentos de dificultad, es cómo se comporta frente a la confusión, frente a las injusticias.
El respeto por los más afectados, los ancianos y los familiares y amigos de los fallecidos, es fundamental para que podamos estar orgullosos de nosotros mismos y de la gente que nos rodea. El aprecio hacia el que se duele, hacia la persona que lo está pasando mal, es el aprecio hacia la propia raza humana.
Porque cuando el ser humano pierde su humanidad, se convierte –sin lugar a dudas– en el peor de los virus.
Escritor, poeta y columnista.