Tras ciertos ojos hay lanzas…
Hay ojos acuosos y ojos que piden guerra; los hay que reclaman pan, justicia y horas de conversación en torno a una jarra de cerveza. Existen ojos inadecuados, piedras en el camino, serpientes doradas que recorren las venas y las entrañas…
Existen pupilas sudorosas y retenciones de imágenes que marcaron una década, un siglo, una vida y dos maneras distintas de visualizar el crepúsculo que hoy se muestra semidesnudo y fatuo.
Hay pestañas pegajosas que no te dejan ver lo evidente: todos somos iguales ante el universo, imperfectos ante la carne e injustos ante las circunstancias que nos marca el destino.
No todos los ojos abiertos observan, y no todos los ojos cerrados duermen. Como espejos de un alma que habita cabeceando o simplemente esperando su hora para salir al mundo y ver un poco más allá de lo instituido por los demás ojos…
León Daudet decía que “los poetas son hombres que han conservado sus ojos de niño”; de igual forma, Ángel Ganivet aseveraba que “el horizonte está en los ojos y no en la realidad”.
En ocasiones es conveniente cerrar los ojos para ver lo irrefutable, para apreciar el ruido o el silencio, el paso del tiempo, la brisa del mar…, ya que la imaginación es el ojo del alma, y el alma es capaz de apreciarlo todo si se lo propone.
También hay ojos a media luz, ojos trastocados, disipados por la depresión y el desapego. Son estos ojos los ojos del desengaño, que viven angustiados, tristes, acaso esperando una mirada dulce que les haga darse cuenta de que la vida es un juego donde los propósitos son diversos dependiendo de las esencias de cada cual.
Posiblemente, hoy en día estemos viviendo el “ojo por ojo.” En esta sociedad donde prima la imagen, el desengaño y la brusquedad de los egos, acaso debiéramos aparcar por un instante el ajetreo de la vida ordinario y mirarnos a nosotros mismos procurando respiro y aliento.
Tampoco estaría de más saber que todos poseemos un campo de visión prominente, que todos podemos ver un poco más allá de lo establecido si nos lo proponemos, ya que llegará un día en el que se apagarán definitivamente las luminiscencias y nuestros sentidos ya no podrán distinguir entre las sombras, las cenizas o las luces de una vida que pudo ser lo que realmente quisimos que fuera.
Escritor, poeta y columnista.