Teniendo yo once años, mi profesora de matemáticas me ordenó salir a la pizarra indicándome que solucionase una raíz cuadrada. La cosa salió mal, tanto fue así que yo resolví mirar hacia el techo procurando una puerta de salida o la intervención de algún ser prodigioso, un espíritu celeste versado en el arte de los números.
Finalmente, la susodicha maestra sentenció con cierto furor:
“Usted jamás llegará a nada en la vida”.
Ante aquella vergonzosa situación, yo me dije a mí mismo, mientras me recolocaba de manera retraída en mi pupitre:
“Tampoco tendría usted porqué incidir en lo evidente”.
Años después, logré liberarme de parte de este peso gracias a mil lecturas y a cientos de noches en vela escribiendo sin saber adónde llegarían los versos escritos a contra mundo (eso tampoco es importante cuando la lírica te sirve como analgésico y ansiolítico). En ocasiones, Bukowski aparecía en las esquinas contritas de mi habitación –ebrio de líquidos prohibidos– y me recordaba con voz ronca:
“Lo que importa es lo bien que camines a través del fuego”.
César Vallejo me hizo respetar el oficio de no menospreciar el futuro de nadie. Con Rubén Darío pude comprender el dolor del hombre o la mujer que se siente vivo y sensitivo. Castelao hizo patria en mí, dejando claro que no hay mayor patria que la inocencia, el lugar donde uno está se siente tranquilo y las manos suaves de una madre cuando aún eres un recién nacido.
Muchos autores pasaron por mis manos, y se abonaron a fuego en mi psique. Tuve miedo y leí sobre los miedos. Padecí de soledad y me removí entre versos impúdicos. Me eduqué a base de libros, erratas prolongadas y dogmas clandestinos. Me coaccioné a mí mismo y supe ver que la vida no es más que un lapso de preguntas sin respuestas que habita entre dos nadas inoportunas para la racionalidad humana.
Al fin, cierto día, sostuve entre mis manos el Demian, escrito de manera sublime por el maestro alemán Hermann Hesse. Y fue ahí, entre aquellas líneas superlativas a la par que inmortales, donde me topé sin querer con la respuesta idónea para la afirmación de aquella altiva maestra:
“Si el mundo no necesita gente como yo, si no sabe darles otro papel mejor, si no puede emplearlos en empresas superiores, entonces la gente como yo se irá a pique, no habrá en nosotros más camino que el aniquilamiento.
Peor para el mundo”.
Escritor, poeta y columnista.